Tegucigalpa, Honduras (Conexihon).-
El sostenimiento de la “democracia” que trataron de conservar algunos
dictadores en la historia de Honduras, obligaron a mujeres y hombres a
salir del país, para salvaguardar sus vidas.
Los
años en que el gobernante Tiburcio Carias Andino declaró al Partido
Comunista de Honduras como ilegal dio el inicio de una era de
expatriados y expatriadas en contra de su voluntad; al popularizarse la
famosa frase “Encierro, destierro y entierro”. A finales de 1935,
haciendo hincapié en la necesidad del orden interno y la paz, Carías
comenzó a reprimir la prensa y las actividades políticas en su contra.
A
finales de la década de 1930 el único partido legalmente reconocido fue
el Partido Nacional, ya que su oposición en ese entonces sufrió una
persecución encarnizada aplicándosele la célebre frase y obligando a
muchos a huir del país y los que no fueron sometidos a grandes torturas
hasta la muerte.
Los
setentas fueron unos años oscuros después del golpe de Estado que
ejecuto las Fuerzas Armadas al presidente Ramón Villeda Morales, miles
de hondureños y hondureñas se vieron en la estricta necesidad de salir
del país en su mayoría mujeres, algunas de ellas fueron exiliadas con
sus hijos al hombro.
Exiliada 80´s
Para
Ana (nombre ficticio) a pesar que han pasado años de su regreso al país
de su exilio, cuando narra su historia y la de muchas mujeres, aún se
le hace un nudo en la garganta y no puede detener las lágrimas de los
años de su vida que nunca recuperara, de todo lo que perdió, de los
sacrificios que tuvo que pasar y de la manera en que sus hijos al volver
a Honduras pasaron por un proceso de identidad y pertenencia a su
tierra natal.
“El
exilio es difícil, de mucho riesgo, ansiedades para las personas que lo
viven, hay una falsa apreciación de personas que piensan que una está
bien, esto es una distorsión de una mala información del egoísmo, lo he
visto del verdadero sufrimiento que vive el ser humano en el exilio”.
Ana
explicó que el exilio es una sanción que imponen los Estados a la gente
cuando amenazan su vida y la de su familia; su exilio fue de 13 años
cargando a sus tres pequeños niños con ella.
Lo
primero que sucede es la desintegración de la familia porque el
contacto de lejos es esporádico por motivos de seguridad, Ana hablaba
con su madre y hermanas una vez al año, al regresar era casi una
desconocida en su núcleo familiar.
¿Qué
de las y los hijos de las exiliadas?, ellos pierden la relación con sus
abuelos, pierden el arraigo nacional, si logran retornar deben empezar
una construcción, el costo psicológico de saber que tienen familia y que
no pueden convivir con ellos, en los pequeños crea vacíos emocionales y
afectivos.
Un
grupo de mujeres exiliadas se unieron, crearon dos organizaciones una
fue la “Asociación de Mujeres Hondureñas” con el propósito de atender a
los hijos de las exiliadas dándoles ellas mismas una educación para que
no perdieran sus raíces, le enseñaban tradiciones, costumbres, comidas y
folklore, todo esto con el ánimo que sintieran el significado de ser
hondureños y hondureñas.
La
otra fue la “Asociación de niños residentes en el exilio” con el
propósito de que los menores se sintieran parte de una comunidad, allí
realizaban convivios, juegos, lecturas hondureñas y les hablaban del
país.
“Es
empezar de nuevo en un país donde no se conoce a nadie y lo más cruel
es que es una condición involuntaria, iniciar nuevas relaciones de
amistad, de trabajo, económica es duro, salir a pasear en soledad” adujo
Ana.
La
noción de los primeros meses de que van a volver a su tierra, pasan y
se convierten en años, en ese tiempo (hubo un adolorido silencio, las
lágrimas asomaron en las claras pupilas de Ana, alguien le acerca un
vaso con agua, porque al contar lo que vivió, el sufrimiento de trece
años acongoja su alma que jamás olvidara, se denotan en sus palabras
entrecortadas); “una cree que las cosas ya van a pasar y que pronto
volveré”.
Poco
a poco las exiliadas se van dando cuenta que regresar no es una opción,
comienza un periodo de asimilación de la situación, aceptación y
adaptación a la nueva vida.
Aunque
describió Ana, que hubo compañeras de exilio que nunca aceptaron su
realidad, se encerraron en un círculo, se deprimían, se negaban a comer y
a decir “prefiero morir que estar sola”, se auto sancionaban o
simplemente se abandonaron; porque el proceso se alargaba.
“Mi hijo menor cuatro años después que regresamos me dijo: por fin me siento un poco hondureño; me impacto”, concluyó Ana.
Exiliada después golpe 2009
Después
del golpe de Estado del 28 de junio del 2009 al presidente Manuel
Zelaya Rosales un sinnúmero de compatriotas tuvieron que salir del país,
porque vieron amenazadas sus vidas.
Rosario
(ficticio, lleva 4 años en el exilio) aseguró que “no quería salir de
mi país pero era necesario tenía muchos problemas pertenecía a un
movimiento campesino y eso me trajo muchos problemas”, es madre de seis
hijos.
¿Qué
de los hijos e hijas que quedan? los niños de Rosario quedaron
desprotegidos, algunos fueron repartidos entre familiares y otros con
compañeros de movimiento, “Quedaron prácticamente en la calle, ya que me
toco esconderme un tiempo en el país mientras encontraba la manera de
salir”.
La
expatriada dijo que al llegar al nuevo país no conocía a nadie lo que
hizo más dura su estadía, tuvo que buscar la manera de sobrevivir
limpiando casas, lavando, planchando en lo que le venía a la mano para
hacer, “cuando no tenía trabajo debía cuidar cada centavo porque siempre
hay que pagar los servicios básicos”.
En
su país destino ayudan prioritariamente a refugiados y refugiadas de
países en guerra declarada; Rosario comparo que “es muy duro, casi es
estar muerta, deje a mis hijos, mi familia, no puedo regresar, es muy
fuerte”.
“Mire
en los movimientos que son prácticamente hombres, las mujeres servimos
solo para hacer las tortillas, servir la comida y peor cuando una mujer
tiene rasgos de lideresa, tratan de ridiculizar el trabajo, fue lo que
hicieron conmigo, lo peor que hacen para manchar el trabajo de las
mujeres es tratarnos de prostitutas; por eso no aceptan que una mujer
sea lideresa”, al interrogarle sobre la solidaridad por parte de sus
compañeras y compañeros de lucha, contestó que no existió en ningún
momento.
Rosario
tuvo un atentado contra su vida en agosto del 2010, un ex guardia de
Miguel Facussé se le abalanzo con un machete, el que le produjo heridas
en la cara, mano derecha, estuvo algunos días hospitalizada; a lo cual
la respuesta de sus compañeros fue no denunciar, ya que adujeron que
había sido un asunto pasional.
“Cuando
se trata de amenazas y atentados a hombres visibilizan pero cuando es
de mujeres se queda así, tengo información de compañeras que están
luchando contra eso y las tienen maniadas, marginadas”, denunció
Rosario.
Mencionó
algunas organizaciones que le dieron apoyo como “COPA” y las mujeres de
“Casa Luna”, en el momento que anduvo de casa en casa con su hijo de
cuatro años en brazos.
En
Tegucigalpa la ayudaron el Movimiento Visitación Padilla “Las Chonas” y
COFADEH intervinieron para que pudiera salir del país.
Nuevamente
el silencio invadió el lugar de la entrevista y Rosario estalló en
llanto, extraña a sus hijos, su pequeño que en ese entonces tenía cuatro
años llegara a su adolescencia sin saber lo que es tener una madre a su
lado.
“Desde
hace cuatro años, no he tenido una fiesta, para mí no hay navidad, no
hay nada, se supone que toda la familia se reúne, para esa noche comerse
aunque sea un pollo, pero yo no puedo celebrar sabiendo que mis niños
están ahí”, Rosario no pudo seguir hablando el llanto se lo impidió.
El
exilio en cualquier época de la historia de Honduras encierra
sufrimiento, dolor y la desintegración familiar, se expresa en las
lágrimas de las madres, hijas, hermanas, sobrinas, primas, algunas
regresan para empezar de nuevo, otras jamás vuelven y hay de las que ese
periodo es tiempo muerto sus mentes se resisten a acordarse de las
experiencias que vivieron fuera de las fronteras.
http://conexihon.hn/site/noticia/derechos-humanos/mujeres/l%C3%A1grimas-en-el-exilio
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