Redacción Central / EL LIBERTADOR / 03 Octubre 2015
Tegucigalpa.
Es de noche y estoy parado en un punto de esta ciudad, bajo un puente
peatonal esperando taxi. Ya son casi las 10 de la noche y la lluvia me
ha mojado por completo, incluyendo los apuntes de mi libreta, los lentes
están empañados del rocío y tengo que aguardar buen rato, porque no
pasan carros y la tormenta es copiosa en estos días en los que ya se
extrañaba el regalo de la naturaleza. De la nada, se aparca un vehículo
blanco, el conductor baja el vidrio y me pregunta adonde me puede
llevar.
DESCONFIANZA
No
ando mucho dinero y regateo para conseguir un buen precio y huir del
solitario lugar. Ya no se puede confiar en esta peligrosa ciudad –la
sexta más violenta del mundo–, donde uno puede morirse en el momento y
lugar menos oportuno.- Por suerte, el conductor es benevolente, abordo
el coche con una rara agilidad, que todo sea para no seguirme mojando y
evitar coger una gripe.-El carro es algo viejo, pero bien aseado y huele
a cereza.
SEXTO SENTIDO
Apenas
una luz violeta alumbra el asiento del conductor y el pasajero; el
silencio es sepulcral, hay más bulla en un velatorio, donde el café y
pan sobran, el llanto y las condolencias, aunque sean fingidas, abundan a
raudales. El tablero de instrumentos no funciona. No sé cómo hará
–pienso— para saber cuándo se eleva la presión del aceite o si necesita
combustible. La experiencia y el “sexto sentido” que adquieren en la
“taxiada” les advierte cualquier problema que tenga el carro… ¡hasta
perciben el peligro!
EL “PSICÓLOGO”
Romper
el hielo puede escucharse hasta fácil, pero cuesta. Uno puede pensar si
ese hombre ¿estará de humor?, puede llevar horas tras el volante, y no
ha conseguido para comer, pagar la cuota diaria al dueño de la unidad o
si no ha juntado el dinero para dar la “renta” a la mara. El ingenio del
reportero surge y comienzo la plática…el estrés del conductor
desaparece. Me veo superado por mis expectativas y hago el papel del
psicólogo: escuchar sus frustraciones.- Son pocos los minutos que
permanezco en el taxi, parecieron horas, y la plática fue intensa.
LOS RAYOS X
Mire
jefe –me dice el chófer– usted es el primer pasajero que levanto, “no
sabe cómo está de dura la cuestión. Me sale barato andar en la ‘lleca’
(calle) que estar en el punto (de taxis); sé que acá es rifón porque uno
no sabe a quién monta, así como puede ser una doña que va ir a parir,
puede ser un jodido que me quiera asaltar. Ya días no me asaltan”.
Avanzamos en medio de la tormenta, el paso es lento pero seguro, el
conductor conoce tan bien la calle que sabe dónde está cada bache, cada
agujero de aguas negras, que los esquiva con pericia. Sabe quién es
honrado y quién anda a la “vigiona” para dejar sin dinero al
desprevenido.
“NO ME GOLEAN”
“Uno
los conoce, sabe cómo operan y a mí no me van a golear, de tantas veces
que me asaltaron que ya los ubico. Sé quién es quién”, narra el
conductor que, después de esta carrera, tiene que ir a traer a su esposa
al Divino Paraíso –a unos metros del “cementerio de los nadie”, donde
los que dejaron de existir son la familia del sepulturero; los que
tenían nombre, muchos ya fueron olvidados por indiferencia o por lo que
sea–. Cuenta que debe ir a “cobrar un dinero” que le debían de hace
varios meses. “No piense mal, –me dice– tiene que cobrar, sí, pero tiene
que hacer una fila en el banco y quiero que sea la primera y le den ese
dinero”.
COMPRAR PROVISIÓN
Con
esa plata, piensa en voz alta, comprarán la provisión del mes y lo que
sobre, que sea para pagar agua, luz y, tal vez, una recarga para el
celular. Si alcanzara, será para comprar ropa a los niños en el
“agachón”. Se aferra a su dios para que el deseo se cumpla, aun sabiendo
que los gobiernos nacionalistas son malos pagadores por excelencia, que
prefieren que ese dinero se vaya a la famosa deuda pública (que es
incobrable), que a solventar las necesidades inmediatas de la familia.
“Si Dios quiere, que salga ese dinero y nos ayudamos mi señora y yo”, me
dice el conductor. Hace números en su mente para ver si cuadra todo y
que rinda el dinero de esos cuatro meses atrasados.
ORGULLO DE TAXISTA
Mientras
la señora espera en una acera, aguantando el frío de la madrugada,
hasta que abran el banco a las 8:00 de la mañana, él buscará cuanto
cliente sea posible, aunque el sueño sea pesado y las necesidades toquen
la puerta. El taxista se siente orgulloso de su esposa, la ve como el
prototipo de mujer que todo hombre necesita: trabajadora, abnegada,
colaboradora… “Los hombres deben buscarse una mujer así, que le ayuden a
uno en estos tiempos que la cosa está fregada, no una que sólo se las
tire de reina, que sea manganzona, que esté con la mano extendida
pidiendo pisto y que uno la llene de lujos, ¡no!”.
ESQUIVAR OBSTÁCULOS
Ya
son más de las 10:00 de la noche, la ciudad se quedó sola, apenas se
ven taxis buscando clientes, los mariachis a la espera de alguien que
quiere llevar serenata a la novia, esposa o amante, unos cuantos
trabajadores sexuales a la caza, y la tormenta arrecia. El conductor va
concentrado en el volante y en el dinero que le deben a su señora. Por
cuatro meses, la ha apoyado económicamente mientras le pagan, “pero no
me importa, sé que ella es de combate y cuando tiene, me ayuda. Estoy
hecho con mi señora”. Mientras llego a casa, el conductor esquiva
baches. Para en el semáforo que está en rojo y lo pasa con precaución,
afirma que evita riesgos en estas fechas donde la violencia es la norma.
GREMIO INDOLENTE
Comenta
que no le conviene asociarse en las organizaciones de taxistas; ve a
sus dirigentes como unos oportunistas, que “sólo consiguen para ellos y
se olvidan de nosotros. No gano nada. Nunca he ganado algo con ellos,
son vividores”. No le han apoyado a conseguir un carro para trabajar
–añade–, ni han intercedido ante la avaricia de los dueños de unidades
que suelen elevar la tarifa (él paga unos 600 lempiras diarios), ni goza
de beneficios laborales, como el decimotercer y decimocuarto mes de
salario, mucho menos de prestaciones al ser despedido. “A ellos les
gusta andar cachurequeando, o lamiéndole las botas a los liberales y yo
que voté por Libre, pero tampoco se identifican con nosotros”.
VIVIR ES GANANCIA
El
taxista me deja a media cuadra de la casa, le pago lo acordado y me
despido. Estoy casi seguro que no volveré a verlo, es apenas uno de
7,300 o más que circulan por la capital. La noche será larga para ese
individuo que no piensa cómo terminará sus días, ya sea cuidando a los
nietos o con un disparo en la cabeza por la maldita “renta”. Sólo quiere
cumplir con la meta: llevar dinero para darle de comer a la señora e
hijos, aunque sea huevo revuelto con mortadela y un poco de refresco. Se
aleja en medio de la oscuridad a la rutina de la muerte, en un país
donde terminar el día vivo ya es ganancia.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/noticias/nacionales/582-honduras-el-taxista-que-huye-de-la-muerte-y-el-hambre
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