El derecho de vivir en paz
http://www.rebeldemule.org/foro/documental/tema141.html
Este documental, realizado en 1999 y remasterizado en 2003 a propósito de los treinta años del asesinato de Víctor Jara, es el trabajo más completo realizado hasta la fecha sobre la vida del militante y cantautor chileno, símbolo de la musica y la cultura latinoamericana.
Datos:
Directora: Carmen Luz Parot.
Idioma: Castellano.
País: Chile.
Género: Documental.
Tiempo: 100 Minutos.
Sinopsis:
Un recorrido por su infancia campesina, su juventud en una población marginal de Santiago, su trabajo en el teatro, su carrera como músico iniciada con el apoyo de Violeta Parra, y su compromiso con el pensamiento social de izquierda que llega al gobierno con el Dr. Salvador Allende en 1970. Finalemente, el trágico desenlace: Allende muere en La Moneda, Jara es tortuado en septiembre de 1973 y asesinado impunemente. Como muchos, su viuda debe abandonar el país y desde el extranjero iniciar una ardua lucha para recuperar el legado de Víctor, cuya obra es destruida y prohibida en el país.
El documental hace un paralelo entre la historia de Víctor Jara y las transformaciones sociales de esos años: la migración campo-ciudad de la década de 1950, el crecimiento imparable de los cinturones de pobreza que rodean a la capital, la explosión cultural de la década de 1960 en Chile, momento en que realizaran con fuerza su obra los más destacados creadores de la historia del país (Pablo Neruda, Violeta, Nicanor, Ángel e Isabel Parra, Roberto Matta, Raúl Ruiz...) y, finalemente, el golpe militar de 1973, el abuso de poder, el crimen de Estado y el comienzo de una década de total oscurantismo cultural.
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El Ultimo Día de Salvador Allende
Tribuna Popular TP - ESPECIAL/RedDiarioDigital.- Nosotros
nos vamos a referir esencialmente al carácter de combatiente y de
soldado de la revolución del presidente Allende el 11 de septiembre. A
las 6 y 20 de la mañana de ese día, el presidente recibió una llamada
telefónica en su residencia de Tomás Moro informándole del golpe militar
en desarrollo. De inmediato pone en estado de alerta a los hombres de
su guardia personal y toma la firme decisión de trasladarse al Palacio
de la Moneda para defender, desde su puesto de presidente de la
república, al gobierno de la Unidad Popular. Lo acompaña una escolta de
23 hombres, armados con 23 fusiles automáticos, dos ametralladoras
calibre 30 y 3 bazucas, que se traslada con el presidente en cuatro
automóviles y una camioneta al Palacio Presidencial, donde llegan a las 7
y 30 de la mañana.
Ya
en el interior se reunió con los hombres que lo acompañaban, les
informó de la gravedad de la situación y su decisión de combatir hasta
la muerte defendiendo al gobierno constitucional, legítimo y popular de
Chile frente al golpe fascista, analizó los efectivos disponibles y
dictó las primeras instrucciones para la defensa del Palacio.
Siete
miembros del Cuerpo de Investigaciones arribaron para sumarse a los
defensores. Las postas de carabineros, mientras tanto, se mantenían en
sus puestos y algunos adoptaban medidas para la defensa del edificio. Un
pequeño grupo de la escolta personal custodia la entrada del despacho
presidencial con instrucciones de no dejar pasar ningún militar armado,
para evitar una traición.
En el espacio de una hora se dirige tres veces por radio al pueblo expresando su voluntad de resistir.
Pasadas
las 8 y 15, por los citófonos de Palacio la junta fascista conmina al
presidente a la rendición y la renuncia de su cargo, ofreciéndole un
transporte aéreo para abandonar el país en compañía de sus familiares y
colaboradores. El presidente les responde que "como generales traidores
que son no conocen a los hombres de honor" y rechaza indignado el
ultimátum.
El
presidente sostiene en su despacho una breve reunión con varios altos
oficiales del Cuerpo de Carabineros que habían acudido a Palacio, los
cuales rehúsan cobardemente en aquel instante defender al gobierno. El
presidente los reprocha duramente y los despide con desprecio,
conminándolos a que abandonen de inmediato el lugar. Mientras se
efectuaba esta reunión con los jefes de Carabineros llegaron los tres
edecanes militares; el presidente les expresa que no era momento para
confiar en los uniformados y les pide que se retiren de La Moneda. No
obstante, el presidente se despide con afecto del comandante Sánchez,
que había sido su eficiente edecán por la Fuerza Aérea durante varios
años.
Minutos
después de retirarse los edecanes y los altos oficiales de los
Carabineros, el teniente jefe a cargo de la Guarnición de Carabineros
del Palacio Presidencial, obedeciendo órdenes de su jefatura, instruye a
un carabinero que recorra el edificio impartiendo la orden de retirarse
a los miembros de la guarnición, los cuales comienzan de inmediato a
abandonar La Moneda, llevándose parte de su armamento. Lo mismo hacen
los carros blindados de Carabineros, que hasta ese instante estaban en
posiciones de defensa del palacio.
Un
grupo de diez carabineros, acompañados del portador de la orden de
retirada y cumpliendo, sin duda, instrucciones, cuando se retiraban por
la escalera principal y ya próximos a la salida, vuelven sus fusiles
intentando disparar contra el presidente, siendo enérgicamente
ripostados por el personal de la escolta. Son estos los primeros
disparos que se cruzan con los golpistas.
Mientras
estos hechos ocurrían, numerosos ministros, subsecretarios, asesores,
las hijas del presidente, Beatriz e Isabel, y otros militantes de la
Unidad Popular, van arribando al palacio para estar junto al presidente
en esas horas críticas.
A
las 9 y 15 de la mañana aproximadamente, se realizan las primeras
descargas desde el exterior contra Palacio. Tropas fascistas de
infantería, en número superior a doscientos hombres, avanzaban por las
calles de Teatinos y Morandé, a ambos lados de la Plaza de la
Constitución, hacia el Palacio Presidencial, disparando contra el
despacho del presidente. Las fuerzas que defendían el palacio no pasaban
de cuarenta hombres. El presidente ordena abrir fuego contra los
atacantes y dispara él personalmente contra los fascistas, que
retroceden desordenadamente con numerosas bajas.
Los
fascistas introducen entonces los tanques en el combate apoyados por
infantería. Un tanque avanza por la calle Moneda, otro por Teatinos,
otro por Alameda con Morandé y otro en dirección de la puerta principal
por la Plaza Constitución. En ese instante, desde el propio despacho del
presidente se abrió fuego de bazuca contra el tanque que estaba junto a
la puerta principal, que fue totalmente destruido. Otros dos tanques
concentran su fuego sobre el gabinete del presidente y un carro blindado
dispara sus ametralladoras hasta la Secretaría Privada y la oficina de
escoltas. Varias piezas de artillería, situadas por el lado de la Plaza
Constitución, disparan también contra Palacio.
El
presidente recorre las distintas posiciones de combate alentando y
dirigiendo a los defensores. La lucha violenta se prolonga más de una
hora, sin que los fascistas logren avanzar una pulgada.
A
las 10 y 45 el presidente reúne en el Salón Toesca a los ministros,
subsecretarios y asesores que habían acudido a Palacio para estar junto a
él, y les expresa que la lucha en el futuro necesitaría de conductores y
cuadros, que todos los que estaban desarmados debían abandonar La
Moneda en la primera ocasión posible y todos los que tenían armas debían
continuar en sus puestos de combate. Naturalmente que ninguno de los
colaboradores que carecían de armas estuvo de acuerdo con esta tesis del
presidente; tampoco las hijas del presidente y demás mujeres que se
encontraban en La Moneda, se resignaban a abandonar el palacio.
El
combate prosiguió violento. Por los citófonos de Palacio los fascistas
lanzan rabiosamente nuevos ultimátums, anunciando que si los defensores
no se rinden emplearían de inmediato la Fuerza Aérea.
A
las 11 y 45 el presidente se reúne con las hijas y restantes mujeres
que en número de nueve se encontraban en el palacio, ordenándoles con
toda firmeza que debían abandonar La Moneda, pues consideraba que no
tenía sentido que murieran allí indefensas. Y de inmediato solicitó de
los sitiadores una tregua de tres minutos para evacuar el personal
femenino. Los fascistas no conceden la tregua, pero sus tropas
comenzaban en esos instantes a retirarse de los alrededores de Palacio,
para llevar a cabo el ataque aéreo, lo que produjo un impasse en el
combate que permitió la salida de las mujeres.
A
las 12 aproximadamente comienza el ataque de la aviación. Los primeros
rockets cayeron en el Patio de Invierno que está en el centro de La
Moneda, perforando los techos y estallando en el interior de las
edificaciones. Nuevas oleadas de aviones y nuevos impactos se suceden
unos tras otros, inundando de humo y de aire tóxico todo el edificio. El
presidente da órdenes de recolectar todas las máscaras antigases, se
interesa por la situación del parque y exhorta a los combatientes a
resistir firmemente el bombardeo.
El
parque de los fusiles automáticos de la guardia personal del presidente
se estaba agotando después de casi tres horas de combate, por lo que el
presidente ordenó derribar de inmediato la puerta de la armería de la
Guarnición de Carabineros del palacio, donde podía encontrarse parte del
armamento de aquélla. Al impacientarse por la tardanza de la
información sobre dichas armas, él mismo, cruzando el Patio de Invierno
se dirigió a la armería y observando que se demoraban en derribar la
puerta ordenó que se emplearan granadas de mano en la operación,
lográndose abrir un boquete en el cuarto de armas, de donde extrajeron
cuatro ametralladoras calibre 30 y numerosos fusiles Sik, gran cantidad
de parque, máscaras antigases y cascos.
El
presidente ordena que todo se lleve de inmediato a los puestos de
combate y personalmente recorre los dormitorios de los carabineros,
recogiendo fusiles Sik y otros armamentos que allí quedaban. El propio
presidente cargó sobre sus hombros numerosas armas para reforzar los
puestos de combate, exclamando: «Así se escribe la primera página de
esta historia. Mi pueblo y América escribirán el resto», lo que produjo
profunda emoción en todos los que lo acompañaban.
Mientras
el presidente transportaba pertrechos desde la armería, de nuevo se
reanuda el ataque aéreo con violencia. Una explosión quebró cristales
próximos al sitio donde se encontraba el presidente, lanzando fragmentos
de vidrio que lo hieren por la espalda. Fue ésta la primera herida que
sufrió. Mientras recibía atención médica ordenó que continuara el
traslado de las armas, y no cesaba de preocuparse por la suerte de cada
uno de los compañeros.
Minutos
después los fascistas reanudan violentamente el ataque, combinando la
acción de la Fuerza Aérea con la artillería, los tanques y la
infantería. Según los testigos presenciales, el ruido, la metralla, las
explosiones, el humo y el aire tóxico convirtieron al palacio en un
infierno. No obstante la instrucción dada por el presidente de que se
abrieran todos los grifos y llaves de agua para evitar el incendio de la
planta baja, el palacio comienza a arder por el ala izquierda y las
llamas se propagan hacia la Sala de los Edecanes y el Salón Rojo. Pero
el presidente, que no se desalentó un solo instante, ni en los momentos
más críticos, ordena hacer frente al ataque masivo con todos los medios
disponibles.
Tuvo
lugar entonces una de las mayores proezas del presidente. Mientras el
palacio estaba envuelto en llamas se arrastró bajo la metralla hasta su
gabinete, frente a la Plaza Constitución, tomó personalmente una bazuca,
la dirigió contra un tanque situado en la calle Morandé -que disparaba
furiosamente contra Palacio- y lo puso fuera de combate con un impacto
directo. Instantes después otro combatiente pone fuera de acción un
tercer tanque.
Los
fascistas introducen nuevos carros blindados, tropas y tanques por la
calle Morandé 80, intensificando el fuego por la puerta de acceso a La
Moneda, mientras el palacio continuaba ardiendo. El presidente desciende
a la planta baja con varios combatientes para repeler el intento de los
fascistas de penetrar al interior del palacio desde la calle Morandé,
rechazándolo.
Los
fascistas suspenden entonces el fuego en ese sector y piden a gritos
dos representantes del gobierno con carácter de parlamento. El
presidente envía a Flores, secretario general de Gobierno y a Daniel
Vergara, subsecretario del Interior, quienes salen por la puerta de la
calle Morandé y se dirigen a un jeep militar que se encontraba enfrente.
Esto tenía lugar aproximadamente a la una de la tarde. Flores y Vergara
conversan con un alto oficial que se encontraba en dicho jeep. Al
regresar a Palacio y ya próximo a la entrada, desde el mismo jeep les
disparan a traición, recibiendo Flores un impacto en la pierna derecha y
Daniel Vergara varios disparos por la espalda, que lo abatieron, siendo
recogido por sus compañeros bajo el fuego protector de otros
defensores.
Los
fascistas habían pedido el parlamento para exigir de nuevo la
rendición, ofreciendo facilidades al presidente y los defensores para
abandonar Palacio y dirigirse al destino que escogieran. El presidente
reiteró de inmediato su decisión de combatir hasta la última gota de
sangre, interpretando no sólo su deseo, sino el de todos los heroicos
defensores de Palacio. Desde la planta baja resistieron las embestidas
procedentes de Morandé, mientras la entrada principal de Palacio estaba
ya prácticamente destruida.
Próximo
a la 1 y 30, el presidente sube a inspeccionar las posiciones de la
planta superior. A estas alturas numerosos defensores habían perecido
por la metralla, las explosiones o calcinados por las llamas. El
periodista Augusto Olivares asombró a todos por su comportamiento
extraordinariamente heroico. Habiendo sido herido grave, fue atendido y
operado en la sala médica de Palacio, y cuando todos lo suponían
yaciendo en una cama, con el arma en la mano ocupó de nuevo su puesto de
combate en el segundo piso junto al presidente. Sería prolijo enumerar
aquí los nombres y los actos de heroísmo de los combatientes que allí se
destacaron.
Pasada
la 1 y 30 los fascistas se apoderaron de la planta baja de Palacio, la
defensa se organiza en la planta alta y prosigue el combate. Los
fascistas tratan de irrumpir por la escalera principal. A las 2
aproximadamente logran ocupar un ángulo de la planta alta. El presidente
estaba parapetado, junto a varios de sus compañeros, en una esquina del
Salón Rojo. Avanzando hacia el punto de irrupción de los fascistas
recibe un balazo en el estómago que lo hace inclinarse de dolor, pero no
cesa de luchar; apoyándose en un sillón continúa disparando contra los
fascistas a pocos metros de distancia, hasta que un segundo impacto en
el pecho lo derriba y ya moribundo es acribillado a balazos.
Al
ver caer al presidente, miembros de su guardia personal contraatacan
enérgicamente y rechazan de nuevo a los fascistas hasta la escalera
principal. Se produce entonces, en medio del combate, un gesto de
insólita dignidad: tomando el cuerpo inerte del presidente lo conducen
hasta su gabinete, lo sientan en la silla presidencial, le colocan su
banda de presidente y lo envuelven en una bandera chilena.
Aun
después de muerto su heroico presidente, los inmortales defensores del
palacio resistieron durante dos horas más las salvajes acometidas
fascistas. Sólo a las cuatro de la tarde, ardiendo ya durante varias
horas el Palacio Presidencial, se apagó la última resistencia.
Muchos
se asombrarán de lo que aquí se acaba de narrar. Y así es,
sencillamente asombroso. La alta oficialidad fascista de los cuatro
cuerpos armados se había levantado contra el gobierno de la Unidad
Popular y sólo cuarenta hombres resistieron durante siete horas el
grueso de la artillería, los tanques, la aviación y la infantería
fascista. Pocas veces en la historia se escribió semejante página de
heroísmo.
El
presidente no sólo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir
defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva
hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el
dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron
admirables. Nunca en este continente ningún presidente protagonizó tan
dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por
la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta
conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un
hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma.
Salvador
Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que
todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable,
hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices.
¡Así se es revolucionario!
¡Así se es hombre!
¡Así muere un combatiente verdadero!
¡Así muere un defensor de su pueblo!
¡Así muere un luchador por el socialismo!
Las ultimas palabras del compañero presidente Salvador Allende:
«Trabajadores de mi patria:
tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento
gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes
sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes
alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad
mejor.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
Estas
son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no
será en vano. Tengo la certeza que por lo menos, habrá una sanción moral
que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
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