- "Bashar al-Assad must go!”
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 8 DE AGOSTO 2012
En 1985, un investigador de las ciencias sociales, Gene Sharp, publicaba un estudio elaborado para la OTAN sobre cómo Hacer que Europa sea imposible de conquistar.
Sharp señalaba que, en definitiva, un gobierno existe únicamente porque
la gente acepta obedecerlo, o sea que la URSS no lograría controlar
Europa Occidental si la población se negaba a obedecer a los gobiernos
comunistas.
Años
más tarde, en 1989, la CIA encargó a Sharp que tratara de aplicar en
China lo mismo que había investigado en la teoría. En aquel entonces,
Estados Unidos quería derrocar a Deng Xiaoping para favorecer a Zhao
Ziyang. La idea era legitimar un golpe de Estado mediante la
organización de manifestaciones callejeras, un poco según el método ya
utilizado por la CIA para dar apariencia popular al derrocamiento de
Mohamed Mossadegh mediante el pago de manifestantes en Teherán durante
la Operación Ajax, en 1953. La novedad era que Gene Sharp se apoyaría
esta vez en una asociación de jóvenes proestadounidense y favorable a
Zhao para así disfrazar de revolución lo que en realidad era un golpe de
Estado. Pero Sharp fue arrestado por orden de Deng en la Plaza
Tiananmen y posteriormente expulsado del país. El golpe fracasó, pero no
sin que la CIA empujara a los jóvenes a embarcarse en un ataque inútil,
cuyo objetivo no era otro que provocar una respuesta represiva que
desacreditaría a Deng. El fracaso de la operación se atribuyó a las
dificultades encontradas en el momento de movilizar a los jóvenes en el
sentido deseado.
Desde
la época de los estudios del sociólogo francés Gustave Le Bon, a fines
del siglo XIX, se sabe que ante una emoción colectiva los adultos
reaccionan como los niños. Se vuelven entonces especialmente receptivos y
sumisos a la influencia de cualquier cabecilla que logre representar,
aunque sea por un instante, la figura paterna. En 1990, Sharp se acercó
al coronel Reuven Gal, por aquel entonces sicólogo jefe del ejército
israelí (posteriormente se convirtió en consejero adjunto de seguridad
nacional de Ariel Sharon y hoy dirige las operaciones destinadas a
manipular a los jóvenes israelíes no judíos). Mezclando los
descubrimientos de Le Bon con los de Sigmund Freud, Gal llegó a la
conclusión de que es posible explotar el «complejo de Edipo» en los
adolescentes para manipular a una multitud de jóvenes en contra de un
jefe de Estado, figura simbólica del Padre.
Partiendo
de ese principio, Sharp y Gal ponen en marcha varios programas de
formación de jóvenes militantes con vistas a la organización de golpes
de Estado. Luego de varios éxitos en Rusia y en los países bálticos, en
1998 Gene Sharp establece el método de las «revoluciones de colores»,
con el derrocamiento del presidente serbio Slobodan Milosevic.
Después
de que el presidente Hugo Chávez hizo fracasar un golpe de Estado en
Venezuela utilizando uno de mis trabajos sobre el papel y el método de
Gene Sharp, este último suspendió las actividades del Instituto Albert
Einstein –que le servía de cobertura– y creó nuevas estructuras (el
CANVAS en Belgrado y la Academia del Cambio en Londres, Viena y Doha).
Estructuras que ya hemos visto en plena actividad a través del mundo,
como en Líbano durante la revolución del cedro, en Irán con la
revolución verde, en Túnez con la revolución del jazmín y en Egipto con
la revolución del loto. El principio es muy simple: exacerbar las
frustraciones, achacar todos los problemas a la autoridad política,
manipular a los jóvenes siguiendo el esquema freudiano del «asesinato
del padre», organizar un golpe de Estado y hacer creer que es la calle
la que ha derrocado al gobierno.
La
opinión pública internacional se ha tragado esos montajes sin muchas
dificultades. Primeramente, porque existe una confusión de conceptos que
no distingue la diferencia entre multitud y pueblo. Por ejemplo, la
«revolucion del loto» se limitó a un show montado en la plaza Tahrir del
Cairo, mediante la movilización de unos cientos de miles de personas y
mientras que la gran mayoría del pueblo egipcio se abstenía de
participar en las manifestaciones. En segundo lugar, también existe una
confusión alrededor del término «revolución». Una verdadera revolución
es un cambio radical de las estructuras sociales, cambio que tiene lugar
a lo largo de varios años, mientras que una «revolución de color» no es
más que un simple cambio de régimen efectuado en unas pocas semanas. El
otro término que define un cambio forzoso del equipo dirigente sin
transformación social es «golpe de Estado». Retomando el ejemplo
egipcio, no fue el pueblo egipcio quien obligó a Hosni Mubarak a
dimitir. Fue el embajador estadounidense Frank Wisner quien le ordenó
hacerlo.
El
eslogan mismo de las «revoluciones de colores» suena profundamente
infantil. Lo esencial es derrocar al jefe de Estado, sin importar quién
lo reemplace. No se preocupe usted por el futuro que ya Washington se
encargará de eso… sin contar con usted. Y cuando la gente se despierta,
ya es demasiado tarde y el gobierno ha sido usurpado por toda una serie
de individuos que el pueblo nunca escogió… venían en el paquete. Todo
comienza gritando «¡Estamos cansados de Shevarnadze!» o «¡Fuera Ben
Ali!». Una variante más refinada se puso de moda el 6 de julio en París,
durante la 3ª Conferencia de los «Amigos» de Siria: «¡Bachar tiene que irse!»
Una
extraña anomalía está teniendo lugar desde entonces. Como la CIA no
encuentra jóvenes sirios que griten ese eslogan en las calles de Damasco
o de Alepo, a quienes les ha tocado repetirlo en coro desde sus
palacios oficiales es a Barack Obama, Francois Hollande, David Cameron,
Angela Merkel y compañía. Washington y sus aliados están tratando
aplicar los métodos de Gene Sharp a la «comunidad internacional». Pero
resulta extraño que alguien pueda creer que se puede manipular a las
cancillerías tan fácilmente, como si fueran bandas de jóvenes. Por el
momento, en todo caso, el resultado es simplemente ridículo, sobre todo
cuando vemos a los dirigentes de las potencias coloniales pataleando
como niños caprichosos ante un objeto que los adultos (Rusia y China) se
niegan a ponerles en las manos, mientras que ellos, como chiquillos
malcriados, siguen berreando «¡Bachar tiene que irse!»
LOS QUE TIENEN TECHO DE VIDRIO NO DEBEN TIRARLE PIEDRAS O ROCAS AL TECHO DEL VECINO
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