Democracia
y capitalismo: dos conceptos antagónicos
Uno de
los asuntos más importantes en el desarrollo de una lucha de liberación tiene
que ver claramente con el lenguaje que se utiliza. Los políticos tradicionales
utilizan conceptos de trascendental para los pueblos, con fines puramente demagógicos,
fenómeno que se repite y se pasa de una generación a otra de la clase
gobernante, esto en su afán por continuar incrementando su papel de gendarme de
la clase dominante.
Por esa razón
es muy importante resaltar la naturaleza de los conceptos, muchas veces
conocidos por académicos, pero que no trascienden los muros de los centros de
conocimiento. Una de las palabras más “manoseadas” por las clases políticas tradicionales,
guiados por el patrón diseñado por los Estados Unidos desde hace más de 70
años, es la “democracia”; se ha hecho un festín de este vocablo que encierra,
desde la Grecia de Aristóteles una sola definición, muy simple: “el gobierno de
los que son más”. Sin embargo, se ha impuesto la idea de que capitalismo y
democracia son la misma cosa, algo que en la realidad ha sido contantemente
negado.
Muchas
veces se habla de “democracia social”, “democracia económica”, “democracia política”,
o se llega al extremo de integrar con mayor cinismo conceptos opuestos por definición”
como “democracia liberal”. La democracia, forma de gobierno opuesta a la
plutocracia, donde rigen minorías privilegiadas organizadas en oligarquías,
implica no solo el posicionamiento de los pueblos frente a procesos
electorales, sino también su papel como soberano que ocupa la posición más alta
en la toma de decisiones de una nación. No se puede concebir un régimen democrático
que omita el bienestar y el progreso de la sociedad; que genere igualdad, y
privilegie los derechos fundamentales de la ciudadanía.
De este
modo, la maliciosa manipulación del concepto, y su asociación con el
capitalismo como la formación socioeconómica que permite a la humanidad
alcanzar sus más caros anhelos, es más bien una instrumentalización del
sistema, que, de ese modo encuentra una opción para aislar y distorsionar los
fines de la democracia. El capitalismo, contrario a lo que se nos dice una y
otra vez, al generar profundas desigualdades en las sociedades, limita
constantemente la participación de los ciudadanos, a quienes controla a través de
muchos “sortilegios” que incluyen la manipulación mediática, o la creación de
libertades y necesidades, como el consumo de bienes y servicios, que multiplica
exponencialmente la destrucción del ambiente, y estimula los excesos en
detrimento del desarrollo integral de la sociedad.
La base
fundamental del capitalismo es la propiedad privada, pero su forma esencial de
operar se sustenta en el libertinaje de mercado; se adjudican a este
propiedades, características casi divinas que le hacen casi un ente en sí
mismo. Aquí debemos ver una diferencia sustantiva para contrarrestar la masiva enajenación
mediática a la que nos enfrenta el sistema. La idea de propiedad privada no
contraviene per se la idea de democracia; es la acumulación incontrolada de
riqueza y desigualdad que produce el mercado la que tiende a producir dictaduras
de grupos radicales que imponen sus intereses económicos.
Debemos
asimilar la idea de que, contrario a lo que manejamos en nuestro lenguaje
diario, a mayor perfeccionamiento de la democracia, debe existir menos
injusticia, menos desigualdad, y, por lo tanto, menos preponderancia del
mercado sobra la conducción, o falta de esta, del Estado.
El
problema entonces nos lleva a aspectos singulares, característicos de cada
sociedad. Las realidades, no de cada nación tienen aspectos diferenciados, y únicos
que obligan a entender nuestras sociedades sin moldes, sin estereotipos,
estigmas o determinismos de ninguna índole. La realidad hondureña, aunque
comparte históricamente muchas de las desgracias que nos son comunes a todas
las naciones de América Latina, presenta retos conceptuales únicos, que deben
asociarse con las condiciones del país.
Las
condiciones materiales del país son sustancialmente distintas a las de otros países,
y, por tanto, la vía de generación de desarrollo son bastante complejas. El
desarrollo escaso producido por el capitalismo dependiente demuestra,
fehacientemente, una mala interpretación de las potencialidades del país. Las
clase dominante entendió erróneamente desarrollo con acumulación ilimitada e
incesante de dinero, lo que, naturalmente, la ha condenado a ser una clase
arcaica de tercer categoría en el mundo de hoy. La idea de aplicar modelos como
el de las ciudades modelo, no solo no funcionaron en el pasado, sino que
estimularon el subdesarrollo, incluso de la misma clase dominante.
Otro tabú
que se ha impuesto a lo largo de los años, a pesar de los resultados
desastrosos, es el de la inversión extranjera, la cual ha recibido incontables
beneficios, exoneraciones y favores de parte de la corrupta estructura
patrocinada por el capital privado. Sin embargo, esta inversión que se invoca
todos los días como tabla de salvación de la economía del país, después de más
un siglo de concesiones, ha sido la fuerza motriz del atraso, y del
empobrecimiento del pueblo; al mismo tiempo, ha servido para limitar el acceso
del pueblo hondureño a la oportunidad de gozar de acceso abierto y universal al
desarrollo de la cultura, del arte, o al acceso a derechos fundamentales como
la salud o la educación.
Los
resultados hablan por sí solos; además, cuando los capitalistas privados
locales invocan a la inversión extranjera para desarrollar el país, encontramos
oculta una demostración de la falta de interés de la clase dominante en
impulsar el desarrollo del país. Prefieren seguir exprimiendo al Estado,
haciendo negocios en el área de bienes y servicios, o en el mercado
especulativo del dinero. El Estado sigue comprando energía a precios
exorbitantes, los bancos siguen recibiendo pagos del Estado por que este
custodie su dinero, mientras el capital para inversión prácticamente no existe.
Es
evidente que la clase dominante, ni es democrática ni piensa comprometerse con
el desarrollo del país. Naturalmente, no debemos esperar que se interese en el
bienestar de las mayorías. El país necesita impulsar una nueva clase hegemónica,
que promueva la democracia, el bienestar y el desarrollo económico del país,
basada en el desarrollo y fortalecimiento del intercambio comercial interno,
que sea consecuente con la protección y uso racional de los recursos naturales;
que deje al Estado el control de áreas estratégicas para la seguridad nacional,
como la generación de energía, o el suministro de agua potable, y se encargue
de trabajar en la difícil tarea de alcanzar la soberanía alimentaria: todos
tenemos derecho a comer.
Esta
nueva clase hegemónica, que no es otra que el pueblo integrado a la producción,
debe contar con el control del Estado, y, en última instancia, conquistar el
poder del país, y debe ejercer presión para desplazar a la clase dominante, de
tal forma que la democracia vaya sustituyendo a la plutocracia actual, mientras
el pueblo soberano obtiene su acceso a sus derechos, educación de alta calidad,
un sistema de salud preventivo que sustituya al curativo actual, y a su
patrimonio natural.
No cabe
duda que la tarea de imaginar la patria nueva es fundamental para avanzar, por
lo pronto esta misión tiene ya actores, que deberán construir esa imagen de la
sociedad que queremos, mientras tanto, debemos ir aprendiendo a hablar con
propiedad, y decir cada cosa con el significado que realmente tiene.
Ricardo
Salgado
16/septiembre/2011
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