Preámbulo
Nuestro modelo societal capitalista se estructuró
alrededor de la producción de mercancías y el consumo, con una
epistemología derivada de la primera y segunda revolución industrial. Lo
que llamamos pensamiento moderno adquirió forma cotidiana a partir del
uso del desarrollo científico y tecnológico para nuestra realidad
inmediata, así como con los requerimientos para el impulso de una aceleración de la innovación de esta ciencia y tecnología.
La
escuela y la universidad adquirieron especial relevancia como
potenciales generadores del conocimiento y la formación profesional
indispensables para la gobernanza (ciudadanía, consumo, hegemonía
ideológica), pero esencialmente para la dinamización de esta aceleración
de la innovación. La escuela y la universidad jugaban un papel
adicional de contención de los más chicos y jóvenes, mientras, el padre
primero, y luego también las madres se incorporaban al mundo del
trabajo. Los salarios usados para el consumo, cada vez más precario,
cerraban el círculo de la sociedad capitalista de la primera y segunda
revolución industrial.
El
encuentro humano articulaba y expresaba el consumo, sus modalidades y
nuevas expectativas. Basta ver toda la publicidad del siglo XX para
darnos cuenta que encuentro humano, mercancías y consumo formaban la
triada cotidiana de la sociedad capitalista.
La
escuela y la universidad contribuyeron a la aceleración de la
innovación científica y tecnológica que demandaba el capitalismo, hasta
que en los sesenta del siglo XX ocurrió el desembarco de la tercera
revolución industrial. Este nuevo periodo generó una nueva fase de
concentración del esfuerzo orientado a la aceleración de la innovación,
ahora relocalizados en laboratorios privados.
Esto se debió a dos
grandes agendas, la primera elevar la eficacia entre costos y resultados
y segundo, soslayar los controles éticos pues mucho del esfuerzo
investigativo estaba orientado al complejo industrial militar (guerra
bacteriológica, genoma humano, armamento con soporte informático,
biología digital, conocimiento profundo y control de la mente humana,
entre otros). Con la llegada de la globalización económica y la
mundialización cultural de los ochenta, pero muy especialmente en los
noventa, una parte importante de los(as) científicos universitarios
pasan a trabajar en laboratorios privados o bajo la tutela y juramento
de secreto impuesto por las grandes corporaciones.
La
escuela y la universidad no lograron captar la nueva dinámica a pesar
que surgieron múltiples voces que alertaron sobre algunas de las
expresiones de esta nueva realidad. Era mucho lo que el capitalismo
informático de la tercera revolución industrial requería cambiar; pasar
del modelo disciplinar a un enfoque transdisciplinario resultaba un giro
de ciento ochenta grados en las rutinas, performances y estructuras
institucionales y, las instituciones educativas lejos de movilizarse se
paralizaron. Hablaron mucho de transdisciplinariedad, pero siguieron
operando sobre una lógica disciplinar ya obsoleta para el gran capital
Desprovistas
de una mirada de lucha de clases, las dinámicas institucionales de las
escuelas y universidades no fueron capaces de captar que el movimiento incesante
constituye una característica de las resistencias anticapitalistas.
Consideraron que eran útiles como venían trabajando y que ahora habían
surgido nuevas instituciones que harían lo que ellas no estaban
dispuestas a hacer. Este fue un error estratégico porque no percibieron
que estaban dejando en manos de otros el epicentro del conocimiento
vinculado a la aceleración de la innovación.
La
convergencia de los conocimientos científicos y tecnológicos de última
generación (genoma humano, nanotecnología, conexión 5G, inteligencia
artificial, big data, robótica, neuronas digitales, biología digital)
abrieron paso a la construcción de un curso hacia la cuarta revolución
industrial.
Pero la cuarta
revolución demanda una nueva estructura social, derivada del nuevo
modelo de producción en ciernes y de las dinámicas de trabajo y consumo
que de ello se generen. Ahora se trata de un giro de trescientos sesenta
grados, pero es espiral ascendente y con tendencia concéntrica, que
implica modificar todas las estructuras sociales existentes. El
capitalismo cognitivo del siglo XXI se abría paso y consolidaba.
En
múltiples artículos y conferencias de los últimos años insistí en
trabajar varios escenarios y análisis proyectivos de la cuarta
revolución industrial. Uno de ellos, con mayores probabilidades teóricas
colocaba a la casa como el epicentro del trabajo, el consumo, la
educación y la gobernabilidad. Pero ello implicaba un proceso de
reeducación sin precedentes, algo que no era fácil instrumentar para una
reingeniería social de tal magnitud.
El
problema es que el desembarco de la cuarta revolución industrial está a
la vuelta de la esquina; entonces para el capital se trataba de
resolver una ecuación tan compleja en el corto plazo, mientras que para
muchas de las resistencias anticapitalistas este debate les solía
resultar un ejercicio de ciencia ficción. La realidad nos demostraría
que para el capitalismo cualquier barrera es posible derrumbarla.
De
pronto, irrumpe en el escenario una pandemia con impacto profundo en
toda la sociedad global, el coronavirus. Para la Organización Mundial de
la Salud (OMS) “los coronavirus son una extensa familia de virus
que pueden causar enfermedades tanto en animales como en humanos. En los
humanos, se sabe que varios coronavirus causan infecciones
respiratorias que pueden ir desde el resfriado común hasta enfermedades
más graves como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) y el
síndrome respiratorio agudo severo (SRAS). El coronavirus que se ha
descubierto más recientemente causa la enfermedad por coronavirus
COVID-19. La COVID-19 es la enfermedad infecciosa causada por el
coronavirus que se ha descubierto más recientemente. Tanto el nuevo
virus como la enfermedad eran desconocidos antes de que estallara el
brote en Wuhan (China) en diciembre de 2019.” (OMS, 2019)
Ya
la humanidad había presenciado con temor el surgimiento de pandemias
como el H1N1 y la epidemia de Ebola (1976-2016), con brotes
intermitentes. Sin embargo, ninguna de ellas había alcanzado la
diseminación del Coronavirus. No voy a entrar en el debate respecto a su
es un virus de mutación natural o fue creado en laboratorio, porque no
dispongo de los elementos de convicción suficientes para afirmar ni lo
uno ni lo otro. Lo que si es cierto que en menos de tres meses más de
ciento veinticinco países sufrieron el impacto del virus.
Pero
ahí comienzan las explicaciones que construyen una nueva hegemonía
social. Se señala que el Coronavirus se extiende fundamentalmente por el
relacionamiento humano y al entrar en contacto con superficies donde
este depositada de manera residual la cepa del virus. Se culpa a los
viajeros, especialmente de vuelos aéreos y los cruceros, de ser los
trasmisores y difusores del virus.
La
sociedad capitalista del siglo XX e inicios del XXI había convertido en
un derecho civilizatorio la movilidad humana, por lo que restringirla
se convertía en un problema. De pronto el coronavirus hace posible lo
impensable, el temor a viajar se va instalando en el imaginario
colectivo social y el número de viajeros cae drásticamente hasta que no
solo es esperado, sino exigido, que en cientos de países se prohíba
viajar. No movernos del lugar pareciera ser el meta mensaje.
Del
terror a viajar se pasa al horror por el contacto humano, como si el
vecino, el amigo, la persona que encontramos en el metro, el autobús o
la calle fuera un potencial vector, un peligro para nuestra salud. Los
cimientos de la vieja sociabilidad de la primera, segunda e incluso de
la tercera revolución industrial se ven cuestionados. La deshumanización
adquiere una nueva escala y el desencuentro se convierte en un “acto
responsable”. Se naturaliza el desencuentro humano. Podemos vivir sin
estar en contacto con los otros y otras parecieran ser el mensaje que se
instala en la civilización humana.
El
horror causado por los miles de muertos en todo el orbe hace que
sectores populares y la clase media invoquen medidas autoritarias de
control. Se eclipsa la noción democrática de la toma de decisiones por
una apelación colectiva a la “manus military”. Los estados de alerta,
emergencia y de suspensión de garantías se hacen “inevitables” y surge
el primer Estado de sitio planetario. El autoritarismo emerge con base
social, el fascismo tecnológico de la cuarta revolución industrial es un rio desbocado que se abre paso.
Los
y las trabajadores habíamos construido una identidad de nuestra labor
que nos hacía imprescindibles y de pronto encontramos que la sociedad
puede marchar, con un nuevo modelo de organización, sin muchos de los
trabajos a los cuales estamos acostumbrados se realicen. Cobran sentido
posible y práctico las afirmaciones de Klaus Snowb, creador del Foro
Mundial de Davos, respecto a que el desembarco de la cuarta revolución
industrial traería millones de desempleos en el mundo, porque muchos de
los trabajos que veníamos realizando, asociados al mundo del trabajo y
el consumo en las tres revoluciones industriales precedentes ya no
tendrían razón de ser. Se construye la hegemonía social respecto a que
muchos trabajos son prescindibles.
Durante
semanas, la sociedad comienza a reordenarse desde la casa. Se educa o
expande el consumo “online” o el “Delivery”. Se promueve con hechos la
nueva educación para el consumo. Millones de seres humanos entran en
contacto acelerado con algo que aún les resultaba etéreo e incómodo, el
nuevo modelo de consumo en casa.
El
sueño dorado del capitalismo cognitivo del siglo XXI se muestra en la
cotidianidad. Millones de seres humano son lanzados a la educación en
casa, una nueva experiencia que parecía imposible cuando solo unos atrás
comenzamos a señalarlo como un Apagón Pedagógico Global (APG), un
escenario factible para la reingeniería social en ciernes, algo que
trabajaremos nuevamente los próximos días en artículos por separado. Ya
académicos como Norman Antonio Boscán y Jesús Alemancia comenzaron a
exponer sus implicaciones en sociedades como la panameña. Para poder
concretar el salto, se ensayan plataformas y propuestas, mientras las
familias aprenden colectivamente que es posible educar en casa, sin el
acompañamiento de docentes, creando confusión sobre las diferencias
entre enseñar a aprender y recibir información.
El
miedo le construyó condiciones de posibilidad a un nuevo paradigma
social. El miedo cohesionó mentalidades y forzó a ver nuevos caminos de
cruce entre aceleración de la innovación y modelo de organización
societal. Mientras tanto, en las élites superestructurales de poder, la
pugna interburguesa continua con dos escenarios posibles: guerra para
resolver las diferencias o integración del capital trasnacional para dar
paso al nuevo imperio tricéfalo extraterritorial. Veremos en los
próximos meses y años (¿) el curso de esta puja.
Todo
lo anterior dejará una huella imborrable en la epistemología ciudadana
de los individuos de una sociedad cada vez más mundializada
culturalmente, en la cual la diversidad es suprimida, considerada una
anormalidad, creándose superfluos estereotipos de simulación de esas
diversidades.
Es
previsible que en meses se supere la pandemia del Coronavirus. El
modelo de control ensayado por China moldeará el curso de la resolución
de esta crisis colectiva en materia de salud.
Todo
vivirá la apariencia de volver a la “normalidad” pero ya no seremos los
mismos. La hegemonía sobre una nueva forma de construir las sociedades
del capitalismo de la cuarta revolución industrial será ya no utopía,
sino algo posible para miles de millones de hombres y mujeres en todo el
planeta.
La nueva
normalidad estará preñada de certezas sobre la necesidad de repensar la
casa, como escenario de vida, trabajo, educación, salud, seguridad y
gobernabilidad. El mundo se nos hará incontrolable y la tranquilidad de
lo que podemos moldear tendrá en la casa un espacio privilegiado.
Seguramente
vendrán nuevas crisis y otras formas de consolidar la hegemonía para la
nueva sociedad, pero la semilla del “nuevo” modelo capitalista ha sido
sembrado. Es hora que las resistencias capitalistas se atrevan a pensar
esta nueva realidad, que ya no es un teorema, sino que se nos ha
mostrado como una realidad concreta.
Epílogo: la era de la singularidad está cerca, en la frontera final de la cuarta revolución industrial
Entre
la primera revolución industrial y el cambio drástico que implica la
cuarta revolución industrial mediaron dos siglos. Esto nos puede dar la
falsa certeza que habrá que adaptarnos a lo nuevo porque esto nos
marcará para el resto de nuestras vidas.
Nada
más alejado de la realidad. Si observamos la línea de aceleración de la
innovación científica tecnológica podremos ver con claridad como el
nuevo quiebre se plantea en cualquier momento a partir del año 2045, es
decir, solo veinticinco años adelante.
A
esta nueva ruptura y crisis civilizatoria Kurzweil (2012) le ha dado el
nombre de “era de la singularidad”, que no es otra cosa que el
advenimiento de una sociedad en la cual la fusión de vida biológica y
tecnología será un fenómeno a gran escala. Pero dejemos eso para otro
artículo.
Todo ello nos
plantea a quienes nos ubicamos en el plano de las resistencias
anticapitalistas, desafíos, tareas y debates. La explotación del hombre
por el hombre no desaparecerá por el contrario adquirirá nuevas y
terribles expresiones. Los y las revolucionarios, debemos como lo hizo
Marx, desde lo concreto del presente anticipar el mañana con propuestas
alternativas.
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Postdoctorado en Sistemas de Evaluación de la Calidad Educativa
Pedagogo crítico, Coordinador Mundial del portal https:www.otrasvoceseneducacion.org
Analista político desde una perspectiva crítica
Profesor universitario invitado en varias universidades de América latina y el Caribe
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