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Releyendo “Hacia el poder revolucionario”, libro que empezara a escribir Fabricio Ojeda en el frente guerrillero que comandaba en 1966, en las montañas de Portuguesa, es inevitable hacer algunas comparaciones respecto al momento actual en que las condiciones objetivas y subjetivas en nuestro América apuntan al desarrollo de un proceso revolucionario bajo las banderas socialistas y la época en que se quiso impulsar uno similar, siguiendo el ejemplo de Cuba, impulsado por la lucha armada.
Enfocado
en la realidad de la Venezuela de entonces, pero extensible a toda
nuestra América, el periodista convertido en jefe guerrillero apunta que
"estamos en presencia de una jornada histórica que compromete a todos
los venezolanos patriotas. Es la independencia y no un interés
subalterno lo que está en juego; es la liberación nacional que reclama
al pueblo, en toda su unidad patriótica, civil y militar, grandes y
duros sacrificios, en momentos que las condiciones nacionales e
internacionales son factores a su favor y contrarios al imperialismo. La
hora de la revolución ha sonado en todos los relojes. Ninguna fuerza
será capaz de contener nuestro proceso histórico. Existen condiciones
objetivas elementales que impulsan, por sí mismas, el cambio
revolucionario”. Esta convicción revolucionaria le hizo cuestionar lo
que vendría a denominar la “revolución permitida”, aquella que no
arriesga nada y no genera transformación alguna, radical o
significativa, del orden capitalista imperante, así se vista de
subversiva y pretenda ser socialista. Según tal percepción, algunos
“revolucionarios” preferirían no enfrentar ni cuestionar la hegemonía
imperial de Estados Unidos, contentándose con sólo ocupar cargos de
gobierno, dejando intacta la estructura del Estado vigente. Frente a
ello hay que oponer la revolución realizable en correspondencia con los
anhelos de emancipación social, política, cultural y económica de
nuestros pueblos.
“Los
ideólogos reaccionarios -señala Fabricio- no descansan un instante en
su tarea de acorralar el pensamiento dentro de rígidos esquemas, donde
la vigencia del Estado, con todos sus instrumentos jurídicos y sus
aparatos de coerción, juega un papel determinante. Crea un mundo
artificial de libertad. Las ideas progresistas tienen un cauce propio
por el cual pueden deslizarse sin tropiezo. Sólo en esta forma:
conservando el cauce señalado, se puede ser revolucionario; es decir,
revolucionario a la manera de la reacción; revolucionario que acepta las
reglas establecidas, el límite impuesto”. Este tipo de “revolución
permitida” (tarde o temprano) causa el mismo estado de descontento,
frustración e impotencia de los sectores populares que el causado por el
sistema democrático representativo, aún más que éste, al manipularse el
discurso revolucionario en función de intereses grupales, particulares o
de Estado que contradicen de manera inequívoca la esencia del
socialismo revolucionario.
De
ahí que, a manera de conclusión, sin dejar de interesarnos por el
contenido general de su obra escrita, podamos afirmar junto con Fabricio
Ojeda que “abandonar el campo reformista y tomar el revolucionario
significa decidirse a luchar sin temor alguno, tener seguridad de la
victoria y desafiar, cual David, al gigantesco poderío reaccionario,
como lo han hecho todos verdaderos revolucionarios de la historia,
incluso los revolucionarios burgueses. En esta conversión juega
importante papel la mentalidad de Poder, ya que la conquista de él, es
la finalidad de todo movimiento político. Las clases hoy reaccionarias,
que ayer fueron revolucionarias, son lo que son y fueron lo que fueron,
precisamente por su mentalidad de Poder. La tuvieron para conquistarlo a
través de la guerra (en Venezuela contra el coloniaje español) y la
tienen para tratar de conservarlo, también a través de la guerra”.
Dotados de esta mentalidad, los revolucionarios no podrían sucumbir a
los sobornos de quienes -estando en el poder- son los menos interesados
en abrir espacios para la participación y el protagonismo de los
sectores populares, pero ello requiere (elemento quizás de mayor
importancia) estar dotados de madurez política y fortaleza ideológica
para no permitir desviación alguna de la revolución realizable que el
pueblo ansía, lo cual exige un compromiso revolucionario permanente,
capaz de generar las condiciones necesarias para su avance y
consolidación, a pesar de las adversidades.
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