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Figuera murió en 2017 tras ser apuñalado y quemado por
manifestantes opositores durante las protestas antigubernamentales. Dos
años después del crimen, su madre recuerda el caso y pide justicia y paz
en su país, donde se registraron varios casos similares que llevaron al
Gobierno a legislar contra los crímenes de odio.
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Jairo vargas
La imagen ganadora del World Press Photo 2017, del venezolano Ronaldo Schemidt. AFP
El joven Orlando Figuera envuelto en llamas.- AFP
Jairo vargas
A Inés Esparragoza le duele
cerrar los ojos. “No es fácil porque lo primero que veo al cerrarlos es
a mi hijo así”, se desahoga. Le gustaría recordarlo de otra forma, y lo
consigue casi siempre, pero hay dos escenas agarradas con fuerza a su
retina. La primera es la de su hijo en la unidad de cuidados intensivos
del hospital. “Cuando abrí la puerta… Trágame tierra, pensé. Estaba
allí, desnudo. Me dijo: Bendiciones, mami. Puso la boca para que lo besara pero yo no encontraba por dónde. Estaba todo golpeado, con un ojo morado, la cara hinchada y el cuerpo lleno de quemaduras”,
describe la mujer entre largos silencios durante los que aguanta el
llanto pero no las lágrimas. La segunda imagen que muerde sus ojos
cerrados la vio por televisión, justo después del funeral, después de
“aquellos 15 días de pura agonía”, los peores que ha pasado en sus 44
años de vida. “Muere Orlando Figuera”, rotulaba el noticiario del 4 de
junio de 2017 mientras mostraba un cuerpo envuelto en llamas que
corría sin rumbo ni esperanza, buscando ayuda a tientas entre la
multitud que le había prendido fuego. “Fue la única vez que vi esas
imágenes. Me avisó mi nieta. Mira, el tío Orlando está en la televisión, me dijo”. Otra vez silencio y lágrimas.
Seguramente el nombre de Orlando Figuera no
signifique nada fuera de Venezuela. Seguramente ocurra lo propio con el
de Víctor Salazar. Sin embargo, la imagen del segundo, también cubierto
de fuego durante una protesta antichavista, fue la portada con la que
los medios de comunicación internacionales cerraron filas (aún más) en
su condena a la represión del Gobierno de Nicolás Maduro contra
la movilización opositora de 2017. La fotografía de Salazar, captada por
el fotógrafo venezolano residente en México Ronaldo Schemidt, fue
distribuida en todo el mundo por la agencia AFP. Le valió el prestigioso galardón World Press Photo en 2018 y
ha sido un potente símbolo de la inestabilidad política y social que
atraviesa el país, aunque el joven estudiante Salazar no fue víctima de
la violencia gubernamental. Acabó con quemaduras en el 70% de su cuerpo
después de que ardiera la moto de un guardia nacional venezolano que los
manifestantes habían afanado durante su protesta y zarandeaban —Salazar
incluido— como si fuera un trofeo.
A Figuera, en cambio, sólo se le recuerda en
Venezuela. Su atroz historia apenas cruzó el Atlántico. Tenía 22 años
cuando falleció en el Hospital Domingo Luciani, en El Llanito, Caracas.
En el mismo hospital por el que pocas semanas después pasaría Salazar
antes de ser trasladado a la clínica privada que le salvó la vida.
Figuera no pudo salir de allí, “no somos pobres pero sí gente de bajos
recursos”, lamenta su madre en la puerta de su casa, un pequeño bajo de
uno de los bloques de viviendas en medio de ninguna parte, cerca de la
ciudad de Cúa, en Los Valles del Tui, estado de Miranda. Esparragoza no
entiende por qué el calvario de su hijo no dio la vuelta al mundo cuando
Venezuela era el centro del foco mediático. Quizás sea —piensa la
mujer— porque a Figuera lo mató la misma oposición que llama asesino a
Maduro.
Los tiempos de las 'guarimbas' antichavistas
Todo ocurrió el 20 de mayo de 2017 en la Plaza de
Altamira —en el municipio de Chacao, al este de Caracas—, punto
neurálgico de las protestas opositoras más violentas que se recuerdan.
Abarcaron desde abril hasta principios de agosto, más de 130 días de guarimbas,
de jóvenes encapuchados, de barricadas en las calles y de cócteles
molotov. Auténtica guerrilla urbana cada vez más organizada contra una
crisis económica que había dado al traste con el más mínimo nivel de
bienestar social. También fue el momento en el que chavismo perdió su
mayoría en el Parlamento, cuando fabricó uno nuevo convocando unas
cuestionadas elecciones constituyentes a las que la oposición ni
siquiera quiso presentarse.
La hegemonía bolivariana estaba más en entredicho que
nunca, y los sectores más radicales de la oposición decidieron tensar
en las calles en vez de en las urnas una cuerda que todavía hoy —más de
dos años y más de cien muertos después— no ha sido capaz de romper. La
represión fue brutal. Parecía que los venezolanos sacaban la peor
versión de sí mismos a medida que la polarización social, alimentada
desde uno y otro bando, llegaba a un punto de no retorno.
Aquel día, como todos, Figuera había salido de su
casa de madrugada para ganarse la vida ayudando a encontrar aparcamiento
y cargando bolsas de la compra de los clientes de un mercado de Las
Mercedes, en Caracas. Se le hizo tarde y avisó a su madre de que no
volvería a casa. Eran casi dos horas de viaje en tren desde la capital y
prefirió pasar la noche en casa de un tío suyo, en el barrio de Petare.
Pero nunca llegó hasta allí. Dice su madre que por el camino se cruzó
con el odio antichavista. El joven vestía camiseta color vino tinto y
llevaba una mochila, recuerda la mujer. A la altura de Altamira, Figuera
se topó con la turba.
Inés Esparragoza muestra un recorte de prensa sobre el asesinato de su hijo Olando Figuera en 2017.- JAIRO VARGAS
“Lo apuñalaron, lo lincharon, le echaron gasolina y le dieron candela. Lo quemaron vivo porque era negro y porque era chavista”,
sentencia Esparragoza. Así se lo explicó su hijo con el hilo de voz que
le quedaba cuando lo localizó en el hospital, al día siguiente de que
la turba de encapuchados que pedía democracia se cebara con él de esta
forma. “¿Tú eres chavista sí o no?”, le preguntó uno de los
manifestantes. “Mami, respondiera lo que respondiera me iban a matar.
Dije que sí. Soy chavista, qué pasa”, dice el hijo por la boca de la
madre. Antes de eso, el joven ya había recibido varias puñaladas en el
abdomen y las piernas. “Primero alguien le acusó de ser un ladrón y
varios le empezaron a pegar.
Echó a correr cuando sintió la primera
puñalada, en la nalga. Después lo metieron en un corro de gente y uno de
los que estaban allí le preguntó si era chavista. Lo quemaron y él
corrió pidiendo ayuda pero decía que sólo le insultaban, que le
golpeaban con los escudos que llevaban y que se burlaban de él. Le
decían que era un maldito negro”, rememora Esparragoza.
Pero Figuera nunca había militado en ningún partido
político. “Era un muchacho que trabajaba en lo que podía, como yo he
hecho toda mi vida para salir adelante”, deja claro su madre. “Estamos
agradecidos al chavismo. Hizo mucho por la gente que menos tenía. Yo,
por ejemplo, pude graduarme gracias a la misión educativa para adultos y
gracias a eso pude encontrar trabajo ayudando a las personas de bajos
recursos como yo a hacer sus solicitudes para vivienda y otros
trámites”, defiende la mujer.
Otros supuestos crímenes de odio
El de Figuera fue el caso más sonado en Venezuela,
pero no el único en el que el odio desbocado al otro bando acabó en
linchamientos por parte de grupos opositores a personas que pasaban por
el lugar equivocado en el peor clima de confrontación política y social
de la historia reciente del país. La Fiscalía y el Gobierno recuerdan
hasta cinco crímenes similares documentados, además de 23
agresiones de grupos de opositores en las que las víctimas resultaron
heridas, algunas también quemadas, al ser tachadas de chavistas. El
Ejecutivo siempre ha acusado a los dirigentes opositores de instigar a
la violencia y ha legislado específicamente contra los crímenes de odio
tras estos episodios, pero a Esparragoza todavía le falta justicia y no
tiene mucha fe en conseguirla algún día.
"No hay nadie condenado por lo que le hicieron a mi hijo"
“Hubo
investigaciones pero creo que no fueron suficientes. No hay nadie
condenado por lo que le hicieron a mi hijo”, se lamenta. Según la
Fiscalía, el caso sigue bajo investigación. “Se logró identificar a uno
de sus agresores, a quien se le dictó orden de aprehensión por los
delitos de instigación pública, homicidio intencional calificado y
terrorismo, pero se encuentra evadido en Colombia”, confirma a Público la oficina del Ministerio Fiscal.
No obstante, Esparragoza apunta más alto. “En la guarimba que
atacó a mi hijo había varios dirigentes de la oposición, creo
sinceramente que ellos son los responsables políticos de las muertes
como la de Orlando, por eso no quise ir cuando me invitaron
recientemente a un acto de homenaje a los muertos de las protestas”,
argumenta mientras levanta un dedo por cada nombre de los políticos
opositores que pasaron por Altamira aquel doloroso 20 de mayo: María
Corina Machado, Julio Borges, Lilian Tintori, Miguel Pizarro.
Desde entonces, Esparragoza está en tratamiento
psiquiátrico, su estado depresivo la ha alejado de la pareja con la que
había compartido 15 años y ha intentado acabar con su vida en varias ocasiones,
confiesa. Sabe que ya se han cruzado demasiadas líneas rojas por parte
de todos los actores y pide diálogo entre el chavismo y la oposición
porque, a pesar de todo, quiere paz. “Creo que el país ha aprendido la lección
después de tantas muertes. Creo que puede haber reconciliación entre
las dos Venezuelas”, asegura.
Aunque es difícil saber si sus palabras
son realidad o sólo deseo, por eso tiene claro que no va a volver a
pasar por Altamira. “Tengo mucha rabia dentro y, a veces, se me meten
ideas malas en la cabeza y me entran ganas de tomarme la justicia por mi
mano”, advierte. Prefiere quedarse en su piso, ese que le dio el
Gobierno después de enterrar a su hijo. “Orlando siempre decía que iba a
sacarme del ranchito en el campo en el que vivíamos, porque allí no
teníamos agua corriente y el suelo era pura tierra”, recuerda. No pensó
que tuviera que dar su vida para cumplir su promesa, lamenta.
La urbanización de viviendas sociales en la que el Gobierno de Venezuela alojó a la familia de Orlando Figuera tras su muerte.- JAIRO VARGAS
La urbanización de viviendas sociales en la que el Gobierno de Venezuela alojó a la familia de Orlando Figuera tras su muerte.- JAIRO VARGAS
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