miércoles, 17 de febrero de 2016

Honduras: UN GOBIERNO CON METÁSTASIS MORAL

Galel Cárdenas
Tal como se desarrollan los acontecimientos en Honduras, donde se ha afincado una dictadura que no solo dirige la economía,la política,y todo aquello que significa administración pública, es posible que el pensamiento disidente que critica constantemente esa inmoralidad, no tenga mayor valor que el de unos lectores que desean conocer siempre las interpretaciones que sus compañeros de ideales fundadores de un nuevo país, con su nueva moral, apuntan y redactan en páginas virtuales o del periodismo físico.

Lo peor que pudiera suceder a intelectuales progresistas o de izquierda es que dejasen de pronunciarse sobre el derrumbe moral a que es sometido el pueblo hondureño, y a las enseñanzas que produce un régimen que se vanagloria de saquear las finanzas del Estado sin que ninguna autoridad nacional pueda siquiera atreverse a señalar y sancionar los escandalosos actos de corrupción que cotidianamente se practican desde las esferas del poder omnímodo.
Cuando se repasan estos actos que corroen el sentido de la moralidad estatal y gubernamental, no hay otro remedio que denunciar y criticar tales acontecimientos que degradan al país, y además, lo colocan en un dimensión de calamidad ética, y hasta en un estado de agonía permanente de tal manera que la ciudadanía va aceptando que tales hechos vergonzosos a los ojos de la más alta moral nacional, sean considerados normales, justificados y hasta aplaudidos.

Vivimos un régimen de compra venta global de la nación, pero de  una compraventa de la moral convertida en fetiche, cosa o cacharro que se puede intercambiar por monedas de oro, plata y bronce, en el más vulgar mercado de la oferta y la demanda.

Todos los poderes del Estado ha sido trasuntados de corrupción, en todos los planos posibles, con tanta desvergüenza que no hay funcionario que se  abochorne, ruborice o   turbe de sus acciones contrarias a la disposición ética que debe prevalecer en ministros, directores, comandantes, diputados, jueces, magistrados, en fin, en todo el aparato burocrático que dirige, controla y administra la cosa pública.

Esta especie de niebla que cubre la estructura de mando gubernamental, no puede en momento alguno, controlar los actos corruptos de los mandos intermedios, quienes siguiendo los ejemplos de los jerarcas del poder judicial, legislativo y ejecutivo, siguen operando con los mismos vicios, prácticas, metodologías usadas para enriquecerse personalmente y repartir canonjías de baratijas  y bagatelas tales que cuando van llegando a la base del pueblo, dividido en partidos políticos tradicionales de iguales concepciones, van incidiendo en grupos que repiten el modelo corrupto de la repartición de míseras migajas de pan, circo y monedas de bronce.

La transversalidad de la corrupción es impuesta por los medios masivos de comunicación que al tiempo mismo son prolongaciones del poder fáctico que recibe del gobierno estipendios  millonarios tanto  que los periodistas, obreros de aquellas empresas co-partícipes de la corruptela,   van adquiriendo la misma práctica inmoral de soborno, pago por sus comentarios favorables a un régimen definitivamente putrefacto y descompuesto en su acciones verdaderamente indignas, entonces en sus roles de comunicadores comprados para defender y propalar las bondades de la dictadura enlodada por su venalidad, van descalificando el patrón de la moralidad que debe prevalecer en el periodismo patriótico.

Esa transversalidad de descomposición moral ha penetrado toda estructura institucional de dominio político, administrativo y ha logrado incluso comprar descaradamente las cúpulas eclesiásticas  de la fe católica y evangélica, pues, como vulgares empleadas del régimen, reciben  pagos disfrazados de donaciones, o ayudas para proyectos de cristiandad que, supuestamente, coadyuvan en el progreso de algunas comunidades religiosas  o laicas.

Así, en cada momento propicio los obispos y pastores católico-envagelistas, van incidiendo en la colectividad nacional apoyando el régimen dictatorial del gobierno nacionalista.
Un corte sincrónico de esa perpendicularidad que atraviesa el cuerpo social nos demuestra que tal degradación moral se convierte en una organización criminal de saqueo de las arcas nacionales, de lavadero monetario  en la burguesía bancaria, de vinculación indirecta o directa  con el narcotráfico, en fin, una especie de sincretismo del crimen gubernamental con el crimen privado.

Los jueces y los magistrados son electos y nombrados para sostener un sistema jurídico  completamente  prevaricado, transgresor de las normas morales primordiales, que sirven de base para producir paralelamente un sistema de impunidad que se agiganta en la medida en que cada vez más la criminalidad burocrática y civil se conjuntan para penetrar barrios, colonias, aldeas, caseríos, ciudades.

La policía, el ejército  y la fiscalía van mostrando a lo largo de su existencia que son aparatos represores del Estado, pero, solo para aprehender a los pequeños y desconocidos maleantes de calles y esquinas barriales.
Y en donde aplican todo el peso de su institucionalidad autoritaria es cuando aplican su política de seguridad nacional anticomunista en obreros, campesinos, organizaciones gremiales, estudiantes contestatarios, en fin, en dirigentes de estructuras sociales que combaten ideológicamente el sistema político imperante.

Entre tanto, el régimen de la pudrición moral va organizando diversas actividades cirqueras con la cuales visita todo rincón geográfico del país, acompañado de las claques que lo aplauden personalmente, periodísticamente o institucionalmente, todo ello, avalado por el imperio norteamericano que ha convertido el país en su portaviones de defensa imperial, mediante las bases ya establecidas a lo largo del tiempo, cuando los partidos políticos tradicionales han ido entregando la soberanía nacional a su planes colonialistas.

Y así, el país padece de una metástasis moral, es decir de una generalizada depravación ética que corroe la vida nacional, a veces de manera invisible y a veces de manera explosiva, como una expresión de la violencia del Estado en contra de todo aquello que es signo de honradez, honestidad, probidad, integridad, en fin todos los valores que se anteponen a la descomposición moral a que está sometido el pueblo hondureño.

Solo una revolución ciudadana combativa podría vencer el cáncer ético a que está sometida la nación hondureña. Y esa revolución puede tomar las mil y una formas posibles, siempre y cuando desmonte el aparato más deleznable que rige la gubernatura de un país que merece un mejor destino: la refundación nacional.

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