Por: Redacción CRITERIO 16 noviembre, 2015 redaccion@criterio.hn
Tegucigalpa.-Uno
de los delitos achacados a los opositores políticos durante la década
de los 80, por increíble que parezca, incluía la tenencia de libros,
especialmente aquellos con contenidos marxistas.
Durante
la “década perdida” tener un libro podía significar cuando menos ser
torturado de la manera más salvaje por militares, que a menudo
convertían libros en evidencias, como si se tratase de armas de
destrucción masiva.
Cuenta un periodista que vivió para contarlo, que “a los detenidos y desaparecidos le allanaban las sus casas” –generalmente en la oscuridad de la noche- y lo primero que le decomisaban eran libros, los que calificaban como material subversivo.Durante esa época oscura, en las cacerías de estudiantes y líderes sociales, registraban viviendas y vehículos, en busca de cualquier indicio que les permitiera justificar los secuestros, las torturaras y finalmente la anulación intelectual o la eliminación total de la persona humana.
Según
el Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras COFADEH,
“Los jóvenes fueron las primeras víctimas del abuso de autoridad y de
poder”, y una prueba es que 182 fueron desaparecidos.
En
aquellos días, tener un libro pudo significar la muerte y los
vejámenes más oprobiosos en contra de cualquier ser humano que uno se
pueda imaginar, peor que los ocurridos durante la edad media si
consideramos que eran las postrimerías del siglo 20.
En
aquel momento, por el solo hecho de pensar diferente al estatus quo, la
Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), fue escenario de
persecución, tortura y desaparición forzada de estudiantes y
sindicalistas.
“Eduardo
Becerra Lanza, Ángel Manfredo Velásquez, Felix Martínez, Reinaldo
Díaz y Roberto Fino”, son evidencia de la irrefutable persecución
montada en contra de los estudiantes universitarios, cuyo único delito
fue luchar por un mejor país.
Treinta
y cinco años después, el Estado se vale y se sirve de diferentes
mecanismos pero de iguales artimañas, acompañado de nuevos artilugios
legales, para anular o eliminar a sus opositores, con métodos más
refinados. Ahora los nuevos represores utilizan el derecho como
mecanismo de represión.
Tres
décadas después de la desaparición física de estudiantes
universitarios, la Universidad Nacional es utilizada una vez más como
prueba de ensayo, para probar nuevas formas de represión en contra del
pueblo.
En la sociedad de nuestro tiempo, quienes piensan diferente son eliminados mediante la descalificación en cualquiera de sus formas, primero a través de los medios de comunicación masiva y si falla la estrategia recurren al uso del derecho penal para criminalizar a los que reclaman derechos humanos.
En
el caso de las actuales autoridades universitarias, en su afán de
descalificación llegan al extremo de exhibir de manera pública
información privada de decenas de estudiantes, cuyos datos personales le
interesan única y exclusivamente a los afectados, puesto que se trata
de información confidencial que debe ser protegida por el Estado.
Es
evidente que al fallar la primera estrategia de descalificación de los
estudiantes, las autoridades de la UNAH han recurrido al uso de la
justicia penal en contra de quienes consideran no sus alumnos, sino
criminales a los que hay que perseguir y que seguramente les gustaría
ver tras las rejas, tal como lo han solicitado en los tribunales de
justicia, a través de acusaciones penales sin pies ni cabeza, que tienen
efecto inmediato, por la corrupción que impera en el Ministerio Público
y en el Poder Judicial que se prestan al juego de quienes tienen el
poder en la máxima casa de estudios.
En
esa dinámica de criminalización y eliminación, cuatro estudiantes
fueron acusados en la ciudad universitaria de Tegucigalpa; 12 en la
UNAH-Valle de Sula, en la ciudad de San Pedro Sula y seis en el Centro
Universitario Regional del Litoral Atlántico CURLA, en la ciudad de la
Ceiba, quienes tienen medidas sustitutivas de prisión como si se tratase
de criminales.
Desconocen
las autoridades que el derecho a la protesta pacífica, está garantizado
no solo por nuestra Constitución violada tantas veces, sino también por
instrumentos internacionales, como el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, que en su artículo 21 precisa: “Se reconoce el
derecho de reunión pacífica”, por tanto el derecho a la protesta
pacífica debe ser tutelado y no criminalizado.
Es
histórico que sea la Universidad la que recurra a la criminalización de
la protesta pacífica y a la “utilización del derecho penal del
enemigo”, y a una serie de artilugios legales para evadir cualquier
posibilidad de resolver de forma democrática y civilizada, las demandas
que tiene un amplio sector de las y los estudiantes, cuyo único delito
es demandar y exigir el cumplimiento de derechos.
Si
cada vez que el pueblo reclama, el gobierno va responder con el garrote
como ocurre a lo interno de la UNAH, vale la pena preguntarse qué clase
de democracia es la que tenemos y qué clase de autoridades son las que
gobiernan.
Pareciera que dentro de la Universidad es prohibido pensar, es prohibido reclamar derecho, ya que quienes se atreven, son perseguidos sin ninguna consideración humana, de un lugar donde desde afuera se tiene la idea que las y los ciudadanos se humanizan más, se promueve y se respeta la convivencia pacífica con respeto a la diversidad de ideas, pensamientos y posiciones políticas e ideológicas y se promueve el respeto a los derechos humanos.
Las
actuales autoridades de la UNAH han convertido la actual administración
en una dictadura donde nadie se atreve siquiera a levantar la voz y
expresar de manera libre sus ideas, por temor a las represalias de las
más altas autoridades, donde el miedo a ser vejado en sus derechos es la
principal característica.
Información
que ha llegado a nuestras manos, nos confirma que han llegado a
extremos tan retrógrados de investigar políticamente a cada persona que
contrata la Universidad.
No
se puede acusar de usurpación de lo que le pertenece a los trabajadores
y a los estudiantes, aprovechándose de la falta de formación académica y
política de los jueces y de la inexistente formación en derechos
humanos en las aulas universitarias.
Con
las actuales autoridades, queda comprobado lo que dijo el historiador
inglés John Emerich Edward Dalkberg Acton, que “el poder tiende a
corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, y como dice el
exrector de la UNAH y defensor de los derechos humanos, Juan Almendarez
Bonilla: “Esta universidad está pintada de silencio”.
Aun con todo lo anterior, todavía creo que están a tiempo de revertir la privatización y la persecución estudiantil.
http://criterio.hn/prohibido-pensar-en-la-unah/
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