Las Madres de Plaza de
Mayo, las Madres de Soacha, las Madres de Ituzaingó, las caravanas de
madres… ¿Por qué hay tantos colectivos de mujeres que se enfrentan a la
violencia extrema bajo esa etiqueta? ¿Lideran las madres la defensa de
los derechos humanos? Activistas latinoamericanas y europeas analizan si
la madre como sujeto de lucha representa una estrategia efectiva o un
reflejo de esquemas patriarcales.
El
Grupo de Apoyo Mutuo de Guatemala surgió en 1984 en las morgues: las
familias decidieron
movilizarse y denunciar las masacres./ E. Gascó
movilizarse y denunciar las masacres./ E. Gascó
“Sencillamente no están, desaparecieron”, decían al principio los
máximos responsables de la dictadura argentina. Como no había cuerpo, no
había delito. La desaparición forzada se convirtió en la práctica
estrella de las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80 para
silenciar el descontento popular. Mientras los movimientos recibían la
embestida, colectivos de mujeres, y en concreto de madres, generaban
nuevas formas de protesta.
Las Madres de Plaza de Mayo aunaron sus luchas individuales y las
convirtieron en colectivas, tan colectivas que “todos los desaparecidos”
eran sus hijos. Socializaron su maternidad y la transformaron en un
asunto político. Para la socióloga Silvia Trujillo, mientras desnudaban
los crímenes de Estado, fueron cuestionando su propio rol de madres: “De
la madre-sumisión, de la madre-abnegación, de la madre-espacio privado
se colocaron en un lugar nuevo: la madre que toma la calle, la
madre-lucha, la madre-fuerza”.
Las Madres de la Plaza de Mayo socializaron su
maternidad y la transformaron en un asunto político. Fueron cuestionando
su propio rol de madres, de la madre-abnegación a la madre-lucha
Se volvieron peligrosas y el Ejército mató a muchas: la fundadora de
las Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, fue arrojada desde un
avión al océano Atlántico. Sin embargo, sostiene la investigadora social
que “el hecho de ser madres de alguna forma evitó que descargaran
contra ellas todo el odio que tenían, porque desde la mirada patriarcal
representaban a una de las instituciones que suele venerarse”.
La maternidad ejerce un poder simbólico, explica Lucía Barbosa Díaz,
parte de Casa Amazonía, una organización feminista colombiana: “No hay
la duda o la sospecha de por qué estas mujeres se organizaron. Son
madres y ya. Eso te da una legitimidad”. Una legitimidad particularmente
útil en el contexto colombiano, donde a la primera de cambio te
califican de guerrillera. Pero, ojo, depende del actor al que se
enfrenten, matiza la psicóloga Sirley Cely, también de Casa Amazonía:
“En el caso de las Madres de Soacha han sido perseguidas porque apuntan
directamente al Estado”.
El Ejército colombiano secuestró, desapareció y disfrazó de guerrillero al hijo de Luz Marina Bernal./ E.G.
“Cuando a mí me citaron para identificar la foto de mi hijo y me
leyeron la lista de 30 muchachos me di cuenta de que no era solamente mi
caso”, cuenta la colombiana Luz Marina Bernal, una de las Madres de
Soacha. Era septiembre de 2008. Bernal y una decena larga de mujeres
estaban a punto de destapar uno de los ejemplos más brutales de la
política del expresidente Álvaro Uribe: el escándalo de los “falsos positivos”.
Al menos 17 muchachos humildes del municipio de Soacha, en la
periferia de Bogotá, habían sido engañados, secuestrados y desaparecidos
por el Ejército. Les habían enfundado un traje de camuflaje y un arma
—que a veces ni servía— para hacerlos pasar por guerrilleros. Así se
aparentaba un avance en la guerra contra las FARC. Podrían ser miles de
casos. El ministro de Defensa del Gobierno uribista y, por tanto, máximo
responsable, era el reelegido presidente Juan Manuel Santos.
Cuando los demás están a por uvas
El colectivo de madres más conocido es quizás Madres de Plaza de
Mayo, pero no es el único. En 1983, la peruana Angélica Mendoza de
Ascarza, con cariño llamada Mamá Angélica, fue de las primeras personas
en denunciar las masacres, desapariciones y torturas perpetradas por el
Ejército en la guerra sucia contra Sendero Luminoso. Cuando ellas
empezaban a coordinarse y a enfrentarse a los militares, en Lima todavía
apenas se conocía lo que sucedía en Ayacucho.
Un año más tarde, unos 3.600 kilómetros al norte, otras mujeres
iniciaban un recorrido similar. En aquellos años, todos los días
aparecían en la Ciudad de Guatemala tres o cuatro cadáveres, jóvenes en
su mayoría. Sus familiares —mujeres sobre todo— coincidían en las
morgues. “Después de juntarnos dos o tres veces en el mismo lugar,
surgió la idea de hacer una organización para denunciar lo que estaba
sucediendo”, explica Blanca Bernal, una de las fundadoras en 1984 del
Grupo de Apoyo Mutuo (GAM).
En esos años, bajo una altísima represión, el movimiento popular
guatemalteco se encontraba en reflujo o directamente exiliado, recuerda
el líder del Comité de Unidad Campesina Domingo Hernández Ixcoy. Y en
ese momento, según explica, “las mujeres rompen el terror”. A raíz de su
trabajo, empiezan a surgir o a recomponerse otros colectivos. Algo muy
parecido, según explica Silvia Trujillo, a lo que ocurrió en Argentina,
donde las madres abrieron “brecha para el resurgimiento de otros
movimientos populares”.
“Lo único que nos quedaba”
A las denuncias y acciones del GAM se sumaron las de
otro colectivo, este solo de mujeres, viudas, mayoritariamente
indígenas: la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (Conavigua).
El reclutamiento forzoso de sus hijos fue el último de los agravios y
uno de los principales motivos para movilizarse. “Era quitarnos lo único
que nos quedaba. De allí vino la fuerza”, recuerda la líder maya
kakchiquel Rosalina Tuyuc.
Según analiza Aura Marina Yoc, del colectivo Actoras de Cambio de
Guatemala, esa “figura de madres las protegió relativamente de las
agresiones del Estado, puesto que no fueron vistas como causa, sino como
efecto de la guerra”. Compartían el dolor de ser viudas, supervivientes
de los asesinatos y la tortura sexual, “pero el reclutamiento forzoso
estaba además —explica Yoc— quitándoles a los hijos, muchos de ellos
último recurso de subsistencia económica para las familias, dejándolas
desprotegidas en el marco de un sistema patriarcal, machista y racista”.
Hoy Conavigua agrupa a 15.000 mujeres.
El reclutamiento forzoso de los hijos en Guatemala animó a las mujeres a movilizarse, recuerda la lideresa
Rosalina Tuyuk./ E.G.
¿Por qué, en un contexto de represión y de reflujo del movimiento
popular, fueron mujeres viudas las que alzaron la voz?, ¿por qué no
grupos mixtos? En las masacres, primero se asesinaba a los hombres,
expone Yoc. Y a los que sobrevivían se los llevaban a los polos de
desarrollo, aldeas vigiladas por destacamentos militares.
“Además, en el caso de familias de tradición militante, los hombres
respondían a otras emergencias, de subsistencia o de participación en
luchas sociales. Pero tampoco se opusieron a la actividad política de
las mujeres, quizás porque consideraban estas luchas como ‘naturales’ de
su rol. No sé si hubiese sido lo mismo si las demandas hubiesen sido
más identificadas a procesos de emancipación feminista”, contrapone Yoc.
¿Dónde están los padres?
¿Hay casos de padres implicados en la búsqueda de la verdad y la
justicia? Haberlos, haylos: Pedro Restrepo, padre de dos adolescentes
desaparecidos en Ecuador en 1988 a manos de la Policía y el colombiano
Yuri Neira, cuyo hijo murió como resultado de la represión policial, son
dos ejemplos. En 2011 el poeta mexicano Javier Sicilia, cuyo hijo fue
asesinado por el cártel del Golfo, se incorpora a la triste lista.
En México, la —mal llamada— guerra contra el narco ya es responsable
de más de 60.000 muertos, las personas desaparecidas podrían superar las
70.000. Las primeras caravanas de búsqueda y denuncia empezaron en
1999, principalmente de madres centroamericanas y mexicanas. Pero fue
Javier Sicilia —varón y blanco— el que le dio visibilidad al movimiento
de familiares de víctimas. Al poco tiempo del asesinato de su hijo,
Sicilia encabezó una marcha hasta México DF para denunciar la
criminalización de las víctimas. En los carteles rezaba el lema “Hasta
la madre”.
Al principio se las tacha de “mamás chillonas”,
como en el caso de Las Madres de Soacha, o de “locas”, como a las Madres
de Plaza de Mayo, a las que un cura de una iglesia militar les llegó a
recomendar “santa paciencia”. Luego se las tortura igual
Para Lucía Barbosa, el hecho de que suelan ser madres las que buscan y
reclaman por los desaparecidos tiene que ver con el rol de protectoras y
de cuidadoras de las mujeres. “En países en conflicto son las mujeres
las que están poniendo la cara. Muchas de estas violaciones a los
derechos suceden en entornos muy vulnerables y la composición de la
familia tiene casi siempre por cabeza de hogar una mujer”, explica
Barbosa.
Valentina González, también de Casa Amazonía, apunta que entre los
sectores populares la mayoría de las mujeres son madres. “Esa es la
diferencia. No exclusivamente por ser madre se adopta la defensa de los
derechos humanos”, concluye.
Sirley Cely pone como ejemplo para entender la diferencia de clase el
caso de los secuestros: “En la defensa de los secuestrados se implica
el grupo familiar, más completo, mientras que en estas vulneraciones de
sectores populares sí son más las mujeres las que están al frente”.
Desde que se iniciaron los diálogos de paz, en el departamento del
Putumayo, donde se encuentra Casa Amazonía, se ha incrementado el
conflicto. Se está viviendo una “pacificación para poder extraer los
recursos”, resume González. “Y se está haciendo más visible el papel de
las mujeres en la defensa del territorio. Se está dando una fuerte
reflexión en comunidades indígenas campesinas de la madre tierra, una
concepción muy andina, con simetría con las madres”, describe Cely.
“En Guatemala es particularmente significativa la lucha de las
mujeres en la defensa del territorio”, apunta Aura Marina Yoc. Pero,
según explica, las activistas cada vez recurren menos al símbolo de la
maternidad y su discurso está más articulado en torno a su lucha como
mujeres indígenas y la legalidad internacional.
Madres… o no
¿Y en otros lugares?, ¿hay tantos colectivos de madres?, ¿qué papel
cumplen? La terapeuta y activista bosnia Alma Prelic, ligada al
colectivo guatemalteco Actoras de Cambio, no pondría el acento en la
maternidad al hablar de la defensa de los derechos humanos. Mucho menos
hablaría de liderazgo de los colectivos de madres. Prelic, que coordina
la traducción al bosnio del libro ‘Tejidos que lleva el alma. Memoria de
las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual durante el
conflicto armado’, explica que en el caso de la ex Yugoslavia, el papel
de las madres depende del área de denuncia.
“En el caso de los desaparecidos, las mujeres/madres son la mayoría,
ya que en los genocidios matan a hombres mayores de 18 años, como en el
caso de Srebrenica en Bosnia y Herzegovina. A ellos les matan y a
nosotras nos violan. Usan nuestro cuerpo —nos encarcelan para no poder
abortar— para llevar el mensaje al bando contrario: ¡Te la agredimos!
¡Fue nuestra! ¡Esta contaminada por nuestra sangre! ¡Tu sangre ya no es
limpia!”, describe esta terapeuta.
Ana Delina Páez fue la primera de las madres de Soacha en conseguir una condena, en julio de 2011./ E. G.
La Fundación Madres de Srebrenica, explica Prelic, reúne a viudas y
madres del genocidio de unos 7.000 musulmanes ocurrido en 1995. Fue una
de las primeras asociaciones de víctimas en formarse. “Pero no es la
única ni la más activa en Bosnia y Herzegovina”, según matiza Gorana
Mlinarevic, investigadora feminista especializada en justicia
transicional en los Balcanes.
“Normalmente las víctimas civiles se organizan en torno a los
violaciones de derechos que les afectan. En otras áreas no se han
organizado madres, sino supervivientes de violaciones o personas
retornadas. En relación con los desaparecidos, es difícil de decir por
qué son las mujeres las más visibles en Bosnia-Herzegovina en cuanto a
la búsqueda de la verdad”, expone Mlinarevic. A la ya clásica
explicación de que las mujeres son las supervivientes, la activista
añade otros factores.
Los colectivos de madres han contribuido a hitos
contra la impunidad, como la condena contra Alberto Fujimori en Perú, el
reconocimiento de los ‘falsos positivos’ como crímenes de lesa
humanidad en Colombia, o los procesos contra torturadores en Argentina
“En la narrativa de la guerra, se percibe a los hombres como
combatientes veteranos y a las mujeres principalmente como víctimas. Y
la victimización de los hombres, en la sociedad patriarcal, no es que
esté precisamente muy bien vista. Los hombres quieren mantener una
actitud activa y la posición de víctima es una posición pasiva, excepto
en los momentos en los que los partidos políticos de corte étnico llaman
a la movilización. Entonces la posición de víctima se utiliza para
movilizar o ganar votos. Y, aún en esos casos, los líderes políticos son
hombres”, describe Mlinarevic.
Pero hay otro motivo para la visibilidad de las Madres de Srebrenica,
explica la analista. A los medios de comunicación les encantan las
historias de madres que buscan a sus hijos. Para Alma Prelic, hay que
tener mucho cuidado para no abordar el tema de forma simplista: “Primero
habría que definir la maternidad, analizar la sociedad en que vivimos.
¿A quién damos el derecho y el deber de construir y concebir a un ser
humano? ¿Y a quién se da derecho a destruirlo y en nombre de qué? Para
luchar también se necesita tiempo y muchas veces las madres no lo
tienen. Y son muchos los colectivos de mujeres donde encontramos
lesbianas sin hijos, transexuales, mujeres que no quieren tener hijos.
Podemos hablar de tantas formas de la maternidad y paternidad…”.
Ahora bien, esa diversidad se reduce, según Prelic, cuando se trata
del ámbito institucional: entonces la defensa de los derechos humanos,
de repente, está más relacionada con los hombres. “El espacio público
trae un reconocimiento social, mientras que los espacios no
institucionales son espacios de mujeres en la lucha, como Actoras de
cambio en Guatemala o Mujeres de Negro Internacional”, afirma.
Según Inés Giménez, periodista de LolaMora producciones, el papel de
las mujeres, de las mujeres madres y si se autoidentifican como
colectivos de madres o no depende del contexto: “No es lo mismo un
contexto urbano donde se manejan feminismos de tercera generación a un
contexto rural disperso donde todavía se ven estructuras patriarcales
bien claras y una interiorización muy marcada de esos roles”.
¿Funciona la estrategia?
Para hablar de genocidio solemos viajar unos cuantos miles de
kilómetros. Pero, ¿qué tal si reducimos la huella ecológica de este
artículo? ¿Qué ocurrió con la dictadura franquista? “Las fuentes
documentales certifican que fueron las mujeres quienes llevaron a cabo, y
desde fechas bien tempranas, actos de dignificación y memoria”,
describe la historiadora Irene Murillo, especialista en posguerra
española y género. Y cuando dice tempranas se refiere a los 40, primera
posguerra e implantación de la dictadura. Explica Murillo que esos
grupos de mujeres “desvelaron los eufemismos del régimen, calificaron de
asesinatos lo que el franquismo denominaba desapariciones y denunciaron
que la violencia había estado orquestada y legitimada desde arriba”.
Para Murillo, que históricamente las mujeres se hayan situado en
primera línea forma parte de una “estrategia colectiva para apaciguar
una violencia que estaba asegurada por parte de las fuerzas militares”.
Pero no significa, apunta, “que por ser mujeres no reciban esa
violencia”.
Al principio se las tacha de “mamás chillonas”, como en el caso de
Las Madres de Soacha, o de “locas”, como a las Madres de Plaza de Mayo, a
las que un cura de una iglesia militar les llegó a recomendar “santa
paciencia”. De alguna forma, todo el peso patriarcal del símbolo de la
madre —inofensiva, apolitizada, entregada a la familia— se utiliza como
escudo. ¿Pero hasta cuándo la visión patriarcal de la vida es más fuerte
que los intereses de muerte que defienden?, se pregunta Silvia
Trujillo.
“Los agentes de la violencia (sobre todo los oficiales) se muestran
normalmente reacios a utilizar violencia contra las mujeres al principio
(probablemente porque las consideran menos peligrosas que a los
hombres). Pero luego ejercen esa violencia sin importar el género (y me
refiero al género, no la maternidad). A las mujeres se las tortura
igual”, describe Gorana Mlinarevic. Los asesinatos en Guatemala a
integrantes del GAM o el reciente secuestro de Paola Quiñones, destacada
vocera de las caravanas migrantes, son solo algunos ejemplos de los
peligros que corren las activistas.
Victorias
Pese a todo, los colectivos de mujeres, y los colectivos
autoidentificados como madres han ido consiguiendo, a veces tras una
lucha de décadas, no solo romper el silencio sobre los procesos de
extrema violencia, sino conseguir llevar a algunos de sus máximos
responsables a prisión. Contribuyeron de forma clave a la caída de las
dictaduras latinoamericanas. Hoy, mujeres insertas principalmente en
colectivos mixtos protagonizan resistencias y victorias frente a la
implantación de megaproyectos, como uno de minería en La Puya, Guatemala.
María Godoy y Corina Barbosa, Madres de Ituzaingó, en guerra contra los agrotóxicos en Argentina./ E.G.
En 2011 las Madres de Soacha lograron las
primeras condenas a militares implicados en el asesinato de sus hijos y
un tribunal calificó el crimen “de lesa humanidad”. En Perú, la
asociación que creó Mamá Angélica fue una pieza fundamental para el
incipiente movimiento de derechos humanos que, años más tarde, lograría
condenas tan relevantes como la del exdictador Alberto Fujimori. La
lucha del GAM y Conavigua consiguió abrir camino hasta los acuerdos de
paz en Guatemala. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo fueron
fundamentales para que los principales torturadores y responsables del
Estado argentino fueran detenidos, juzgados y condenados.
En Argentina, todavía hoy sigue habiendo al menos un colectivo de madres verdaderamente incómodas para el Gobierno: las Madres de Ituzaingó,
en la periferia de Córdoba. Se empezaron a coordinar en 2002 al darse
cuenta de que en su barrio, sus hijos y sus vecinos estaban enfermando:
cáncer, malformaciones, enfermedades respiratorias.
Investigaron y descubrieron los efectos de los agrotóxicos utilizados
en el cultivo soja transgénica, responsable en gran parte del
crecimiento económico argentino de los últimos años. Gracias a su lucha,
se inició un debate nacional sobre el tema y se aprobaron las primeras
leyes que regulaban las fumigaciones. En la actualidad este colectivo
sigue movilizado contra la implantación de una gran fábrica de Monsanto
en la provincia de Córdoba. De momento, con éxito. Los juicios contra
varios empresarios y fumigadores siguen su curso. En mayo de 2014 se
confirmaba el juicio contra seis imputados. Al proceso se le ha llamado
‘Causa Madre’.
Emma Gascó es coautora, junto con Martín Cuneo, de ‘Crónicas del Estallido’, un libro que repasa las victorias de los movimientos sociales en América Latina a partir de los testimonios de más de doscientas personas activistas entrevistadas durante un viaje de quince meses de Argentina a México.
01/09/2014 http://www.pikaramagazine.com/2014/09/por-mis-hijos-monto-una-revolucion/#sthash.sVH7zXmn.dpuf
"Esta historia es como la espiga,puede volverse harina o simiente" NELA MARTINEZ
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