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| | | La juventud siempre nos asalta con sus
rebeldías, y nos pasa la factura por haberla marginado o por haberla ignorado.
Nuestra juventud se nos está yendo, por centenares salen diariamente de nuestras
fronteras buscando en un camino incierto un lugar y una dignidad que en nuestro
territorio se les negó. Su presencia, su rebeldía, sus actitudes, su
organización, a veces estructurada desde la violencia, siguen siendo un desafío
para toda la sociedad.
La juventud de hoy no es la misma que
la del siglo pasado. La juventud de hoy se moviliza y cuestiona el estado de
cosas desde las redes sociales, y establece relaciones efímeras de amistad y de
compromisos desde el mundo de la virtualidad, mientras con su actitud
ensimismada cuestiona y se automargina de todo aquello que como la familia, la
política, el Estado, las leyes representan para los adultos institucionalidad y
estabilidad. Mientras la juventud del siglo pasado canalizaba sus rebeldías a
través de luchas políticas organizadas, la juventud de este siglo lo hace a
través de la organización de maras y de otras expresiones que no tienen nada que
ver con lo que antes fue la revolución, el socialismo o incluso el
futuro.
La juventud de nuestro siglo no
demanda cuotas de poder, y mucho menos cuando se trata de espacios políticos.
Demanda un espacio territorial propio, en el cual pueda reivindicar su identidad
individual y grupal. Demanda respeto a su propio estilo de vida, situado siempre
en los márgenes de la sociedad. La raíz de las actuales expresiones de rebeldía
y de organización de nuestra juventud, se encuentra en una sociedad que no
garantiza a la mayor parte de sus habitantes una vida digna, justa y
segura.
De entre el conjunto de la población
vulnerable, los jóvenes ocupan un lugar destacado por lo incierto que se vuelve
su futuro, en una sociedad que no les ofrece oportunidades para convertirse en
adultos responsables ante ellos mismos y ante los demás, conscientes de sus
derechos y obligaciones.
Los adultos demandan orden y seguridad
para controlar a la juventud. Sin embargo, son los adultos los que propagan
valores y normas contrarias a la convivencia pacífica y al respeto a los demás.
Los adultos de ahora han olvidado que han construido sociedades fracasadas, que
se han equivocado de jóvenes y siguen cometiendo los mismos errores siendo
adultos, tanto en la vida privada como en el ámbito de lo
público.
Nuestra juventud no se traga el cuento
de la honradez y el respeto que les exige la sociedad adulta, cuando son los
adultos que dicen una cosa, pero por detrás hacen otra, y alimentan unas
relaciones que se definen por la doble y a veces hasta por la triple moral. Es
muy difícil que una juventud se comporte conforme a un exigente patrón ideal de
ciudadano –respetuoso de leyes, solidario, tolerante, dedicado a los estudios,
dispuesto a servir a los suyos—cuando sus padres, profesores y autoridades
civiles y religiosas representan muchas veces todo lo opuesto, y cuando la
sociedad en la cual les toca vivir a la mayoría de ellos es poco
acogedora.
La juventud está en el centro de las
tormentas sociales y culturales de nuestro tiempo. Y en la manera en que la
sociedad y las diversas instituciones civiles y religiosas se sitúen ante esta
realidad juvenil, se estará jugando el futuro de las siguientes generaciones y
del talante e identidad de la sociedad
futura. |
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