Cortan
señal de transmisión
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Marcadas
por la censura terminan audiencias públicas en elección del CONADEH
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Uno
de los principales objetivos de las audiencias públicas de las candidatas los
candidatos a Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, plasmado en el
reglamento aprobado por la Comisión Multipartidaria del Congreso Nacional, era
contribuir al desarrollo de los principios de la transparencia, imparcialidad y
pluralismo... Leer más
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NUESTRA
PALABRA
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Para
evitar ser víctimas del miedo inducido
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El
miedo paraliza, y una sociedad con miedo es una sociedad desmovilizada. Pero el
miedo es también inducido. La política del miedo se usa siempre desde el poder
como una medida de distracción frente a los problemas estructurales. Por
ejemplo, si la gente debía reclamar por la injusticia y la exclusión social, por
la impunidad y la corrupción, por la ausencia de políticas agrarias y fiscales
profundas, la política del miedo induce a que la gente se distraiga y se centra
en demandar fin de la violencia, argumento que finalmente es usado para dar
legitimidad a la policía y al ejército, y a quienes están interesados en
mantener a la gente bajo la zozobra y el miedo.
La
política del miedo busca que la gente se olvide o deje de lado los verdaderos
problemas del país para acabar pidiendo a gritos y con desesperación que el
gobierno le ofrezca seguridad y protección. Esto es lo que está ocurriendo en
nuestra sociedad.
Mucha
gente de muy buena voluntad organiza marchas, peregrinaciones, vigilias,
jornadas de oración por la paz y en contra de la violencia. Y sin que sus
organizadores de base lo busquen, estas actividades caen como anillo al dedo, e
incluso gozan del pleno respaldo de los promotores de la política del miedo,
porque las mismas se convierten en un argumento para la militarización de la
sociedad. La política del miedo logra introducir la inseguridad y sus
consecuencias en todos los rincones de la vida de la gente. No extraña que entre
las pláticas de vecinos y conversaciones de buses el tema de inseguridad atrapa
el interés de todo mundo. Y no es para menos, la violencia toca muy de frente y
en directo la vida de las comunidades, la que unida a la crítica situación
económica, lleva a la gente a vivir con el “alma en un hilo”, con el miedo de
ser una cifra más de asesinatos sin resolver.
Es
muy importante para la política del miedo que todo mundo repita que la capital y
San Pedro Sula figuran entre las ciudades más violentas del planeta. Y es
necesario que la gente se llene de espanto con el dato de que el triángulo norte
de Centroamérica, es el más inseguro del mundo. Estos datos, más las marchas por
la paz y en contra de la violencia de mucha gente de buena voluntad, encajan con
los argumentos que necesitan los promotores de la política del miedo para
justificar la campaña política en torno a esa aberración llamada policía militar
y para dar razones para que crezca la seguridad privada.
Es
cierto que nuestras ciudades tienen altísimos índices de violencia. Pero
igualmente cierto es que el factor de mayor inseguridad reside en el interior de
la policía y de los órganos responsables de impartir justicia. Y que lo más
grave de la inseguridad reside en los administradores de las instituciones del
Estado, tanto en su dimensión central como en nuestras municipalidades.
La
gente tiene miedo y ese miedo induce a la tentación de buscar a quienes
promueven el miedo para que nos protejan. La gente pide a la policía y a las
autoridades municipales que la proteja cuando la primera demanda debía ser que
esas instancias debían ser investigadas para ser depuradas a fondo.
La
población necesita que se le regrese la tranquilidad perdida. Necesita que se le
devuelva la esperanza de un cambio de lógica en el tema de la violencia y
seguridad. Esa tranquilidad perdida jamás se resolverá con políticas de miedo ni
con demandar que esta policía que tenemos sea la que nos proteja. La policía, el
ejército, la fiscalía y todo el sistema judicial deberían pasar por
transformaciones profundas, si es que de verdad queremos que sean parte de la
solución y no como instrumentos al servicio del miedo como actualmente ocurre. Y
las comunidades deben ser profundamente astutas en su lucha por la paz, porque
muchas veces atiborradas de buena voluntad, pero muy carentes de astucia y de
análisis, se lanzan por lana y regresan mucho más trasquiladas que antes.
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