voselsoberano.com | Lunes 17 de Febrero de 2014 07:56
Julio Escoto
¿Y
no es que hace ocho años proclamaban que sobre Honduras descendía la
vivificante luz del Evangelio y que el Señor planificaba bendecirnos y
hacernos la nación más digna y próspera de la tierra…?
¿Dónde
queda el tal avivamiento ahora ––pastores, apóstoles, profetas––, sino
en el tremedal en que vamos metidos,
reyes en el fondo de las estadísticas, príncipes de violencia y
corrupción, jeques de poder y gobierno mal habidos, nación que marcha
desde ser íntegra a hacerse pedazos, probablemente la única comunidad
del orbe cuyo destino está horriblemente vaticinado: desaparecer cual
entidad autónoma y convertirse en multitud de feudos, enclaves,
ciudades modelo y propiedad extranjera.
Puestos
a analizar sobre quién y quiénes cae la responsabilidad del desastre
social en que vivimos hoy saltan a la vista los obvios actores: familia,
educación, iglesia y Estado, el cuadrivio histórico que fracasó en el
cumplimiento de sus tareas primordiales.
El
núcleo familiar hondureño hace cinco décadas que se fragmentó, desde
el sultanato chafarotil, y empezó a parir hijos de la chingada:
matrimonios con buena suerte divorciados; descendientes sin padre o con
la nana huida al Norte.
Estúdiese el
volumen de madres solteras del país y se tendrá la sorpresa de la vida…
¿Qué noble patrón de valores debió recibir esa generación del
descalabro nupcial? Poco o ninguno.
Los
maestros somos responsables de la continua crisis en que pervive la
nación desde casi su nacimiento. Primero por haber aceptado a santos
humilladísimos, abochornados y tímidos como Pedro Nufio, cuya violeta
pureza le hizo desmembrarse de la realidad, y más tarde por originar
generaciones de docentes afortunadamente irascibles, angustiados por
los destinos gremial y social, pero asimismo paulatinamente descuidados
de su oficio y profesión.
Aunque
fuera exigencia heroica, tenían que haber cumplido con ambos
propósitos. Los registros mundiales revelan que no pudieron hacerlo y
que en el
campo de la ética es donde fallaron más, pues adicional a mal formada
intelectualmente la gente de Honduras destaca por su baja práctica
moral.
Y ah, los pícaros del timo del
espíritu, que venden y alquilan ilusión, gánsteres de la fe,
administradores de credos comerciales, extractores de diezmos, blancos
sepulcros, pecadores sin tregua pues hollan lo más sacro del humano: su
esperanza en lo divino y el más allá. Los religiosos se auto
declararon depositarios del Verbo y nombráronse “palabra de
dios”...Pues bien, cuál es su obra, pues aparte de enajenar a los
fieles con falaces historias de bletlemitas y cananitas, entre otras,
de vírgenes, satanes y ángeles que los hebreos copiaron del
Zoroastrismo, la religión antigua más vasta de la tierra, ¿qué beneficio
prodigan a su país, ustedes que reciben tanto de los estamentos
privado y oficial…? La violencia inmediata es culpa
directa de ustedes, estafadores mentales, pues acaso ¿no es
contrarrestarla su misión de paz?
Dénnos
una prueba del calibre de su capacidad constructiva: eduquen a sus
seguidores en que dios maldice y detesta la basura, que veda lanzarla a
la vía pública pues contamina su maravilloso diseño natural… Que según
versículos tales en treinta días deben ser barridas y rastrilladas
rutas y sendas todas del país hasta hacerlo brillar impoluta y
radiantemente para honor de dios, a ver si es cierto que hacen algo más
que procurar dineros dolosos desde el católico púlpito o el evangélico
atril…
Y del papel estatal en este
desorden caótico ni hablar, excepto insistir que fue tempranamente
secuestrado por ladrones políticos decididos a utilizar el sistema
gubernativo para el lucro. Y que revertir ese proceso exigirá
prolongados
esfuerzos.
Pero, si no se intenta,
¿servirá para algo vivir sin dignidad? Estamos moralmente obligados,
jóvenes y viejos, a resistir a los farsantes en una larga lucha de
conciencias y valentías por la libertad, como enseñaron los próceres,
pues si hay país que puede enorgullecerse de tenerlos es el nuestro.
http://www.elheraldo.hn/Secciones-Principales/Opinion/Columnas/La-fe-y-los-farsantes
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No Me
Hables
José Briceño
A mí no me hables de progreso,
No quiero el que te hace más rico y a mi más
pobre, esclavo o sumiso.
No me hables de desarrollo,
Cuando lo que aumenta son los números que
favorecen a las empresas y no a mi calidad de vida, que se estira y encoge
según tus necesidades de apropiación de la ganancia y sin pensar incrementas el
ejército de desempleados para no afectar nunca tus ganancias, frutos del robo
legalizado por tu sistema.
No me hables de inversión,
Cuando lo que esperas es retribución a
expensas del trabajo del campesino, del obrero y la subsistencia de la economía
informal.
No me hables de amor
Cuando lo que me traes son dadivas, limosna y
conmiseración.
No me hables de industrialización,
Porque hasta ahora no has encontrado la manera
de devolver a la naturaleza la materia prima que agotas, divides las ganancias
en proporciones desiguales y tú que no trabajas te robas lo que le corresponde
a quien la produce.
No me hables de educación,
Cuando lo que esperas son autómatas, anulación
del pensamiento crítico, operarios eficientes para el control de tus
maquinarias y la acumulación de tus riquezas.
No me hables de justicia,
Cuando soy el único al que se le puede aplicar
y tu sales libre por tu influencia económica y cuando las leyes están hechas a
tu favor para cercenar cualquier intento de enjuiciamiento a cualquiera de los
tuyos.
No me hables de democracia,
Cuando el término solo es un adorno de los
discursos elocuentes y adormecedores, cuando no es participativa, porque no
mando yo, que soy pueblo.
Mejor no me hables hasta que estemos de tu a
tu,
Cuando te demos la lección de sacudirnos a la
verdadera escoria social, a los parásitos que no nos dejan crecer con nuestros
conocimientos ancestrales, que no dejan de llamarnos pobres porque no contamos
con los dispositivos del alto consumo capitalista, que nos dicen ignorantes
porque no supieron apreciar el bagaje cultural heredado, que nos llaman
bandoleros, vándalos, revoltosos porque no somos como ellos y porque hemos aprendido
a defender nuestros derechos.
No me hables para adormecerme y ve al frente
de batalla que ya no es hora de hablar sino de poner fin a este soliloquio.
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