Manuel Antonio Diaz-Galeas*
Honduras vive los momentos más trascendentales de su historia. Incuestionablemente, las elecciones generales del próximo 24 de noviembre marcarán el surgimiento de un escenario político hasta hace poco insospechado para algunos.
Aquellos que subestiman por completo a los pueblos, y que siempre han creído que la política es un punto estático e inamovible dentro de la falsa creencia de que la historia es finita, deben ahora digerir sin que quede otra opción, que son los pueblos el motor indiscutible de la historia y que la política como la historia, es dinámica, es dialéctica y no tiene fin.
En el marco del desastre del bipartidismo neoliberal, cuyo único legado es el de un país quebrado, pobre, corrupto y violento, asistimos a una campaña electoral en la que el protagonista principal es un pueblo organizado y movilizado alrededor de la alternativa política que construyó luego del golpe de Estado.
Las demostraciones de fuerza, pujanza, ímpetu y empuje democrático de Libertad y Refundación LIBRE en cualquier rincón de la Patria en donde se presenta su candidata, incluso en aquellas plazas que fueron bastiones del conservadurismo mas tradicional de Honduras, tiene al borde de un ataque de nervios a una oligarquía que se encuentra totalmente superada por los tiempos y que ha sido puesta contra la pared por la mismísima razón histórica que la condena.
Presenciamos los absurdos de un bipartidismo desesperado, ese bipartidismo que no es más que la expresión política a través de la cual la oligarquía ha puesto al Estado de Honduras a su servicio con el único propósito espurio de legalizar el saqueo, el despojo y la entrega a los intereses foráneos de la inmensa riqueza nacional.
La incoherencia del bipartidismo es tal que hasta se ha quedado sin discurso. Políticamente es extremadamente complejo ser una respuesta a todo aquello que ha hecho mal en más de cien años de control político. Porque la miseria en Honduras, la corrupción, la violencia, la expulsión de hondureños de su tierra, tiene un responsable histórico, el bipartidismo oligárquico neoliberal de este país.
La política es discurso y es praxis, el bipartidismo no puede ni podrá hacer cuadrar palabra y acción por más que lo intente.
No se puede detener lo indetenible recurriendo al terror, al miedo, a la diatriba, a la mentira o a la maniobra ilegal, Honduras vive un proceso protagonizado por un pueblo subestimado y humillado hasta lo inaguantable, que ha decidido dar un giro de 180 grados a su historia política, porque finalmente ha entendido que la lucha es por el poder de la Nación pues, sin el poder de la Nación, sólo le espera como pueblo, vivir hasta el final de sus días en condición de esclavos al servicio de pequeños grupos que se ven así mismo como auténticos señores feudales.
A escasos 9 días de las elecciones es válido un llamado a la cordura, a la lucidez y a la sensatez de todos aquellos sectores que no admiten más democracia que aquella en la que se sustentan sus intereses y privilegios.
Que el pueblo se organice, construya un instrumento político, participe en elecciones apegado a las normas del orden establecido y las gane por voluntad mayoritaria, es también una manifestación democrática que todo verdadero demócrata esta obligado a reconocer y aceptar.
Ciertamente los cambios históricos generan traumas históricos, no es sencillo asimilar una nueva realidad política para aquellos que en la cúspide de su arrogancia creyeron que el pueblo estaba domesticado, pero hay que entender que el delicado contexto político nacional no está para locuras, para disparates, el realismo y la racionalidad por tanto, deben ser norma de comportamiento a partir de ahora.
Transitamos los caminos que nos llevan a una nueva Honduras, nueva en lo político, nueva en lo económico, nueva en lo social. Nuevas relaciones de poder se construyen, el centenario pacto de dominación oligárquico bipartidista vive sus horas finales sin posibilidad de que nazcan nuevos pactos de dominación porque todos los factores políticos pueden ver sin que nadie se los diga, que por las aldeas, los caseríos, los barrios, las montañas y todas las plazas de Honduras anda un pueblo luchando por un objetivo central, su liberación.
Los hondureños debemos entendernos, reconocer la existencia del otro, el derecho del otro a vivir bien, a prosperar y ser digno, eso conlleva, guste o no, democratizar la riqueza nacional y redistribuirla solidariamente.
Sólo construyendo un Estado Nacional funcional al interés de todos los hondureños sin excepción, un Estado que asuma el rol fundamental de construir una sociedad justa, incluyente y de todos, podremos evitar como Nación que el proceso histórico en marcha desborde como río caudaloso en invierno, arrastrando de forma ingobernable todo aquello que se le cruce por delante.
*Asesor Editorial de EL LIBERTADOR
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