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Honduras
nos pertenece a todas las personas que nacimos y vivimos en su territorio. Los
dinamismos de la violencia, la muerte, la corrupción y la impunidad que nos
afectan a todas las personas, están controlados y dirigidos por reducidos
sectores enemigos de la paz, la solidaridad, la democracia y el Estado de
Derecho. En las elecciones de este domingo 24 de noviembre estarán presentes
estos reducidos sectores buscando convertir este acontecimiento cívico en un
factor más que alimentó sus corredores de muerte y
destrucción.
Sin
embargo, somos inmensamente más personas las que queremos hacer de Honduras un
país de paz, con democracia y con un Estado de Derecho en donde todo mundo sea
finalmente igual ante la ley. Y somos muchas más que cuestionamos que el Estado
hondureño haya sido secuestrado para ponerlo al servicio de la maldad, la
corrupción y la impunidad.
Llegamos
al momento de acercarnos a las urnas a depositar un voto; es un momento personal
decisivo. Es cierto que este instante personal ha estado precedido por una larga
bulla publicitaria de candidatos y partidos, que buscaron condicionar la
decisión personal. Pero llegó este instante personal en donde cada quien puede
tomar su decisión soberana, encarándose únicamente con su conciencia. Y en ese
instante, que cada quien actúe dejándose llevar por su amor y el compromiso por
una Honduras a la que ya no deseamos que siga siendo arrastrada por la
violencia, la impunidad, la corrupción y las
desigualdades.
Un
voto en estas elecciones adquiere su pleno valor si lo acompañamos con
vigilancia para que se respeten los resultados electorales, para que las
elecciones abran la puerta hacia un nuevo escenario de debate y búsqueda de
respuesta a los hondos conflictos hondureños. Un voto sin compromiso puede ser
un voto en vano. Un voto seguido de un compromiso personal, comunitario y social
puede ser el paso para la lucha por una democracia no solo representativa, sino
participativa y popular.
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