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Imagen: Internet |
Galel Cárdenas
El capitalismo y su última
forma de ejercicio del poder denominado neoliberalismo produce en cualquier
país graves distorsiones humanas,
trastornos francamente bochornosos que lindan
con una locura especial que se reviste de indiferencia, mientras los intereses
de la plusvalía en cualquiera de los terrenos sociales se mantenga incólume.
El neoliberalismo ha entrado
en algunos países en la fase de la repulsión psicológica, porque ha convertido
a la sociedad en un sincretismo de horrores que solamente la comprensión del
fenómeno y la contra propuesta de organización revalorada en sus axiomas
morales, puede dar por terminado ese modelo de instinto criminal.
En Honduras, se fue gestando
un sistema de impunidad digamos desde que el modelo de la seguridad nacional
fue implementado por el fascismo
norteamericano cuando impuso a los ejércitos latinoamericanos aquella horrenda
política denominada “muerte al comunismo internacional”, que había sido creada
y difundida por el departamento de Estado, el Pentágono y la industria militar
del sistema capitalista imperial.
Después del golpe de Estado
de 1963 cuando se justificó que era el comunismo quien se había apoderado del
gobierno liberal, los militares asumieron el control del estado militarizando
todas las instancias administrativas posibles de la gobernanza.
De este modo, todos los
órganos de inteligencia militar norteamericana después de la Segunda Guerra
Mundial, invadieron lo que ellos han denominado el patio trasero de Estados
Unidos, esto es Latinoamérica.
Se impuso a América Latina
el modelo de la dictadura militar que consistió en establecer por la fuerza de
las armas una gobierno represivo que asumía las instituciones legislativas,
judiciales, ejecutivas y jurídicas con el fin de evitar que la ideología
subversiva como le denominaban al pensamiento revolucionario marxista
leninista, hoy llamado socialismo democrático, llegase al poder para instituir
un sistema anticapitalista.
Sus formas más torpes de gobierno
fueron las imposiciones de la ley marcial, el estado de emergencia, con el fin
de suspender las garantías humanas que toda constitución escribe en su texto
fundamental. De este modo quedaban libres de aplicar la represión necesaria
para silenciar a los movimientos de izquierda, los disidentes del sistema y los
opositores políticos.
Fueron y son famosas las
dictaduras de Jorge Rafael Videla, condenado
a casa por cárcel, en donde murió hace un par de meses por delitos de
lesa humanidad, Augusto Pinochet que fue condenado a morir de la misma manera
por los mismos delitos. Así mismo fueron
célebres Hugo Banzer en Bolivia, Alfredo Stroessner en Paraguay, Juan
Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez en Perú, Gustavo Rojas Pinilla en
Colombia, y los dictadores de las bananeras en Centroamérica Tiburcio Carías en
Honduras y Anastasio Somoza en Nicaragua.
Estos regímenes militares
formados ideológicamente por el pentágono norteamericano introdujeron la
impunidad como elemento disuasivo en contra de todo asomo revolucionario por
muy pequeño que fuese.
Al introducir la impunidad
como valor ideológico y económico en las sociedades latinoamericanas, se
produjeron nuevas oligarquías que desplazaron las burguesías nacionalistas
vinculadas a la producción agrícola, ganadera, industria artesanal, etc.
Las nuevas burguesías
elitistas surgieron bajo los parámetros de la protección de los organismos
financieros mundiales, surgidos después de la hecatombe mundial de la primera
mitad del siglo XX.
El Banco Mundial (BM), el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se
adueñaron de las economías frágiles de América Latina, y se encargaron de que
las nuevas burguesías se aliaran al capital norteamericano y europeo, mediante
préstamos que incentivaran la economía siempre fracasada de los países
subdesarrollados como le denominaron sus propios funcionarios, a las repúblicas
pobres del continente.
De esta manera introdujeron tales préstamos por medio de las élites
económicas y militares, con el fin de que dispusieran de los fondos a su gusto
y placer, fueron creando —de este modo— el
cáncer de lo que ahora se denomina la deuda internacional en los países más
despojados de su propia soberanía.
Durante décadas la
injusticia social prevaleció y la impunidad de las élites gobernantes
dependientes del imperio se convirtieron en estructuras corruptas a las cuales
la justicia republicana no alcanzaba porque eran los mismos golpistas militares
y las mismas élites fascistas las que gobernaban nuestros países empobrecidos
hasta la médula de los huesos por culpa de los organismos financieros
imperiales.
La justicia dejó de
convertirse en el eje fundamental que sostuviera la moral pública y de este
modo, el desarrollo económico fue creando élites enajenadas y esencialmente
voraces con capacidad de entregar toda soberanía a cambio del enriquecimiento
ilícito.
Pronto, el crimen
organizado, el narcotráfico, los escuadrones de la muerte, se vincularon a las
oligarquías cívico militares, y
desmantelaron el viejo estado del liberalismo social, para fundar el nuevo
Estado impuno — sicópata, en el cual no se aplica justicia alguna, toda ella
está supeditada a la plusvalía ilícita, a los favores mercenarios, toda la institucionalidad
(legislativa, judicial y ejecutiva) queda relegada a un sola expresión: la
riqueza arbitraria, la inequidad
despótica, la ley abusiva.
Así aquella vieja noción de
la utopía renacentista se convierte en un sistema de donde no existe un
parámetro para separar la vida de la muerte, la gracia de la existencia, la
solidaridad de la impudicia, la igualdad de la desfachatez.
Por eso, impuesto este nuevo régimen re- dimensionado
con el golpe de Estado de 2009, en Honduras, toda perspectiva de equilibrio
estatal para la satisfacción del soberano en sus aspiraciones fundamentales,
queda aplastado por el nuevo signo de la desventura social, la inanición moral y el descrédito humano.
En Honduras, entonces se
funda una nueva sociedad constituida por tres capas, la sociedad ilícita del
poder, la sociedad ilícita de la psicopatía y el soberano despojado de su poder popular.
La diez familias
constituidas como el poder fáctico mediático, combinadas con la dirección de
los partidos tradicionales conservadores, es una capa que sustenta la dictadura
cívico militar de una clase social dominante sin escrúpulos; el crimen
organizado, el narcotráfico y los escuadrones de la muerte configuran el estado
de terror de la sociedad nacional; y por
último, la sociedad del soberano que ha resistido todas los embates en la
historia desde el imperialismo español, el inglés y el norteamericano: esta es
una sociedad sumida en la pobreza y perseguida casi hasta el exterminio.
La psicopatía social de la
impunidad no empatiza con ningún
movimiento popular, no tiene sentimientos de solidaridad, no posee remordimientos sobre las víctimas que produce
su ejercicio exterminador, se caracteriza por interactuar con las personas como
si fuesen objetos o animales, seres que no poseen alma.
Utilizan al soberano sólo
para obtener beneficios propios, individuales, nunca colectivos, cosifican toda
bondad y la transforman en maledicencia, crean códigos cerrados (lenguaje de
las maras) para comunicar sus conductas enfermizas, no usan el reglamento moral
humano, ritualizan sus actos criminales con lo cual se eximen del displacer ético, sobrevaloran sus actos y
no padecen de culpabilidad alguna al momento de cometer sus fechorías, padecen
de una megalomanía hiper valorada, aprovechan las debilidades del entorno, su
perversión proviene de la falta de escrúpulo social y personal
Pero la sociedad que ellos
suscriben está delimitada por la mentira, la manipulación, el engaño, el
sadismo, la estafa, la violación, el cinismo, la traición, etc., estructuran un mundo de locura moral, son
responsables en la sociedad de implantar la patocracia, o sea el poder de los
psicópatas que han convertido a la sociedad en un sistema aberrado, inhumano,
bestializado y enfermo, donde el pudor no existe, ni la norma, ni la
conmiseración, el sistema de impunidad es un sistema psicópata, deplorable para
toda lucha humana con utopías trascendentales y colectivas.
En resumen, vivimos en una
sociedad aberrada por el sistema de la impunidad y la psicopatía que sólo la
refundación moral, económica, social, jurídica, etc., podrá restaurar el
equilibrio de la razón perdida.
Sólo el socialismo
democrático podrá refundar y liberar a la nación de la impunidad y la sicopatía
social a que nos ha sometido la vieja clase social de la impudicia, el deshonor
y la desvergüenza.
Fecha: 28 de julio de 2013 - 09:28
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