¿HAY MANZANAS PODRIDAS EN LA POLICIA?
Gustavo Zelaya
La muerte de dos jóvenes universitarios ha sacado a relucir la existencia
de policías dedicados al asesinato de hondureños sin motivo alguno. Parece que
en dos postas policiales completas, en el barrio La Granja y en el centro de
Tegucigalpa: oficiales, radioperadores, conductores, agentes, conserjes, pasamanos,
etc., estando en servicio y en su tiempo
libre, asaltan y asesinan por el gusto de hacerlo o por acceder a ciertas
comodidades que no pueden cubrirse con sus sueldos. Y eso apenas es una muestra
de la pudrición que corroe a esa institución del Estado y el pus supurado parece
salir de los investigadores, agentes de tránsito, en los preventivos, y en cualquier nivel de la
jerarquía. Hay zonas de la ciudad en donde desde la estaciones de policía se
controla y dirige la venta de drogas, el robo de vehículos, el secuestro de
personas, el sicariato, la extorsión cotidiana a los conductores del transporte
público, la relación armónica con la supuesta competencia representada por el
crimen organizado y las maras. Dentro de las instalaciones policiales hay
oficinas en donde se recolecta, contabiliza y distribuye el dinero robado a los
ciudadanos, los bienes decomisados son utilizados según les convenga a los que
están en turno, sean vehículos, armas o propiedades.
Se podría creer que el llamado
crimen organizado, las maras, los narcotraficantes, los sicarios, los lavadores
de activos, los contrabandistas, los
asaltantes, los rateros y la policía son parte orgánica de una misma estructura
encargada de sostener la criminalidad y la impunidad en el país. Y para mayor inri,
oficiales de la policía facilitan la fuga de los principales sospechosos de los
últimos universitarios muertos. Parecía que la cosa culminaba con ese escape
mal simulado, pero la sangrienta y pésima novela continúa cuando una parte de
la cúpula de ese organismo de seguridad se atreve a brindar una conferencia de
prensa para explicar qué ocurrió y se enredan entre ellos, no saben cómo decir las
cosas, se confunden en todo, le piden ayuda al que está más cerca y casi
terminan pidiendo a los periodistas que no sigan preguntando. Que no preguntan
más porque pueden enviarlos a mejor vida.
La noche del último domingo de noviembre estaba para reírse de esos
oficiales de policía, en una conferencia de prensa trasmitida por la televisión
nacional uno de ellos se identificó como el jefe de inteligencia, otro fue
presentado como abogado y rector de la universidad policial, es decir, mandaron
a lo más distinguido y con mejor capacidad intelectual para informar a los
distintos medios de prensa; en otro programa de televisión quisieron mejorar
las cosas y mostrarse más finos y
elegantes en el decir y pusieron a otros, según ellos, mucho más inteligentes
que los anteriores, y el asunto más bien empeoró. Entre ambos equipos de
comunicadores del ministerio de seguridad se despacharon incoherencias tras
incoherencias, excusas superficiales a granel y ningún argumento sólido que
explicara el resultado de sus laboriosas investigaciones, solo salió a la luz
pública su incapacidad y su ineptitud.
Todo eso pudo ser divertido si se examinara lo dicho desde la lógica
formal o pudo haber tomado la apariencia de un escándalo gramatical, pero tras
esa sarta de mentiras, chistes mal contados, de falacias mal presentadas, de
falsas poses de arrepentimiento y caras serias, porque así lo exigían las
circunstancias, se encuentran miles de asesinatos nunca investigados,
centenares de muertos de la Resistencia Popular, decenas de gay y travestis
sacrificados, cientos de mujeres cruelmente martirizadas, más de sesenta
universitarios muertos, muchos cuerpos de personas descuartizadas y esparcidos
por todo el país, grandes cantidades de ciudadanos insultados y ofendidos por
pura arbitrariedad de los que en teoría sirven y protegen vidas y bienes.
Esos mismos que quisieron mostrarse como estrictos defensores de la
legalidad y de la formalidad de los procesos, los que no pudieron ejecutar una
detención administrativa porque no existía el respaldo del fiscal respectivo,
son los mismos que integraron y ejecutaron los mandatos de la oficina de crisis que organizó el golpista
cabeza de ajo con la ayuda del licenciado que ahora dirige Hondutel, y desde
donde se asesinó, reprimió y se dieron palizas a los resistentes contra el
golpe de estado; esos oficiales respetuosos de la norma legal son los mismo que
con gran entusiasmo y alegría acataron cualquier orden ilegal que indicara
reprimir con toda la fuerza posible a los que estaban defendiendo el orden
constitucional. En ningún momento se debe olvidar la actuación de la policía después del 28 de junio en la
represión de la Resistencia, esa macabra oficina de crisis, encabezada y
dirigida por oficiales que ahora estás hablando de depurar y sanear esa
institución represiva, ellos son los que mandaron toletear, reprimir, golpear:
Danilo Orellana, Ivan Mejía, Chamorro, Molina, y otros que han servido y ahora
quieren seguir sirviendo de “imagen”
pública, distinguidos voceros, modelos del policía correcto. Y para seguir con
la misma cantaleta van a cambiar a toda la jerarquía de la policía, otras
caras, otro tono de voz, nuevos odres y el contenido se mantiene invariable.
Hay algo putrefacto en el organismo policial y no es novedoso, no surge
con el golpe de estado ni con el asesinato más reciente. Es una enfermedad que
hunde sus raíces en todo el sistema de seguridad, que se vincula con la forma
en que son reclutados los agentes de seguridad, con la manera en que son
formados los oficiales, con el Curriculum que se imparte y con las asesorías
recibidas: colombianas, israelitas, chilenas, taiwanesas y, sobre todo,
norteamericanas. Desde ahí se pueden rastrear algunas
de las causas de ese desprestigio.
Es tan grave el descalabro que a
nadie importó que el antiguo ministro de seguridad, Oscar Álvarez, dijera que
al menos diez oficiales de policía servían de controladores aéreos del
narcotráfico; que el Presidente del Consejo Nacional Contra el Narcotráfico y
actual designado presidencial, Víctor Barnica, afirmara que la “Corporación
Financiera Mundial sancionara económicamente a Honduras… porque no se combate
el crimen organizado. Esto ha dado poder a los criminales que disfrutan de una
vida ostentosa y se mueven impunemente por todo el país…hoy llegan en carros
blindados y con ametralladoras a cobrar impuestos de guerra… los mismos policía
se hacen acompañar de las personas que
andan cobrando esos impuestos… al transporte de buses y taxis le cobran más de
dos millones de lempiras anuales” (Diario Tiempo,3 de septiembre, 2011); no
tuvo ninguna importancia que el mismo jefe del estado Mayor de las Fuerzas
Armadas, general Osorio Canales, aceptara la presencia del narcotráfico y que “el narcosubmarino… será exhibido en la
base naval de Puerto Cortés cuando sea extraído del fondo marino…para que la
población lo observe”. Dándonos un poco de circo, diversión y ejemplo del
heroico trabajo y que el estimado público en la gradería se calme un poco y no
pidamos tanto. NI siquiera hay más pan, puro circo. Y muy malo por cierto.
Parecido a lo que afirmó Oscar
Álvarez en uno de sus reality show al
mostrar los nuevos conos y chalecos color verde limón para uso de la policía,
como una de las soluciones en el combate contra la delincuencia, según el nadie
más podía adquirir tales equipos y serían su
exclusivo patrimonio, ni la mafia rusa tendría capacidad de clonar esos
colores. O la entrevista otorgada por Juan Carlos “el Tigre” Bonilla aparecida
en diario La tribuna el 22 de octubre del presente año, mencionado como “el
rudo jefe policial que se jacta de no temer a los narcos”, en donde menciona
nombres de familias, alcaldes y municipalidades enteras al servicio del
narcotráfico, hasta abarcar gran parte de la frontera con Guatemala, incluso,
afirma que en zona por donde transita la droga en grandes cantidades en un año
no capturó ni un solo gramo de cocaína. Y no pasa nada. Nadie renuncia, nadie
es investigado, no hay la mínima noción de la dignidad y la honestidad en el
ejercicio de la profesión, no ocurre ninguna cosa importante ni hay algo nuevo
bajo este sol que sólo alumbra ese bajo mundo policial. Esa es la normalidad
dentro del sistema de seguridad.
Ha existido una constante en las declaraciones de los jefes policiales y
de los secretarios de seguridad y defensa cuando dicen que el abuso de poder de
alguno de sus integrantes, el involucramiento con el crimen organizado, la
relación con el narcotráfico, las prácticas ilegales de la tortura en los
centros de detención, la mala investigación de diversos crímenes, etc., es por
culpa de unas cuantas manzanas podridas que existen dentro de la policía. Las
excusas de siempre que intentan tapar una gran verdad: no es que existan
manzanas podridas que contaminan a otras, lo podrido es el árbol entero, desde
sus raíces hasta la rama más alta. Es el sistema de seguridad en su conjunto el
que se ha descompuesto y de esa asesina putrefacción también participan otras
partes de esa institución mayor que es el Estado. Es el sistema entero que no
sólo se compone de seguridad, defensa, educación, salud, es el régimen social
en su conjunto el que está llegando a un colapso que solo podrá ser corregido
cuando la nueva fuerza política llegue al poder y transforme nuestra sociedad.
Semejante posibilidad existe y sigue madurando, ese mismo domingo en donde los
oficiales de policía demostraron su incapacidad también se demostró la pujanza de quienes pueden
solucionar la crisis que golpea a tantas familias hondureñas.
31 de octubre de 2011
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