Por: Juan Francisco Coloane (especial para
ARGENPRESS.info)
Si hay un rasgo notorio en la
actualidad del mundo árabe, es el grado de fragmentación en las posiciones de
ese nacionalismo, que no ha podido mantener una consistencia interna para no
dejarse aniquilar por las presiones de Occidente. Con la actual ofensiva
neocolonial de las potencias occidentales, el histórico nacionalismo árabe al
ver cada vez más amenazada su integridad, deberá optar por algún tipo de
reacción. El problema es también de orden cultural y esta zona es una caja de
sorpresas.
La falta de unidad en el antiguo nacionalismo árabe es evidente. Más aún
cuando aumentan las diferencias entre las facciones religiosas, así como los
desequilibrios de desarrollo político y económico entre las naciones.
La muerte de Gadafi y la forma en que se derrocó a su régimen, con misiones
veladas y objetivos tapados por parte de la Alianza Transatlántica, tampoco
colabora para apaciguar el malestar y la incomodidad islámica y árabe respecto
al trato colonial de Occidente. No hay que en cegarse demasiado con estos
movimientos democráticos, porque también está la llama encendida de un
radicalismo que responde a siglos de dominación unilateral de algunas potencias,
que esencialmente están representadas en la Alianza Transatlántica.
En este plano, la muerte del líder libio, después de una resistencia que
pasará a los textos de las leyendas árabes, por su resistencia y encono a la
usurpación de su poder, probablemente tenga un impacto internacional más como
símbolo de un período (de ciertas dictaduras) que terminan, que como un factor
sinérgico para la consolidación de los movimientos de democratización en esa
región.
Lo que permanece en evidencia es el proceso que ha llevado a esta lenta
agonía de un régimen derrocado con el apoyo de Naciones Unidas, reflejando la
complejidad de los actuales intersticios de la política internacional, y el
juego del nuevo esquema de las potencias.
China y Rusia tienen su alto grado de responsabilidad en no haber impedido
la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que permitió el
apoyo a la fuerza multinacional de la OTAN acudir en ayuda a los rebeldes libios
y derrocar el gobierno de Gaddafi.
No podría ser de otra forma porque hay que prestar atención a varios
factores que son tareas pendientes en el rol hegemónico de las potencias, no
solo desde el fin de la guerra fría, sino también desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial.
El manejo administrativo del planeta del gran capital internacional se ha
desordenado. Las evidencias son numerosas y la más notoria está expresada en las
diferencias de enfoque al interior de la Alianza Transatlántica de cómo abordar
la expansión y el control global.
El enfoque de Barack Obama para lidiar con la hegemonía occidental en el
mundo, es marcadamente diferente al que exhibe la tendencia predominantemente
conservadora instalada en los gobiernos de David Cameron, Angela Merkel y
Nicolás Sarkozy. Esta suerte de “Troika Occidental” que es en todo caso temporal
responde a un eje de poder incuestionable en la alianza occidental como es el
que conforman el Reino Unido, Alemania y Francia.
Es sabido que el gobierno estadounidense ha demostrado dentro de la
determinación para estimular gobiernos democráticos en la región, una ostensible
moderación conducente a evitar la polarización extrema de las opciones políticas
que se vayan adoptando en esa región.
Reducir la influencia del radicalismo islámico ha sido la prioridad de la
política exterior bajo el Gobierno de Obama, cuestión que no se ha hecho
evidente en la conducta exterior de los gobiernos particularmente de Cameron y
Sarkozy. Como que en estas dos personalidades políticas se concentrara todo el
peso de la ansiedad histórica de dos potencias como Francia y el Reino Unido por
asumir con mayor autoridad los viejos espacios del poder colonial.
Por otra parte el deceso de Gaddafi estimula el apetito neocolonial de la
Alianza Transatlántica para reposicionarse en una vasta zona, que comprende el
Norte de África, Medio Oriente y el Golfo Pérsico.
El anticipar con precisión el impacto político en los procesos de cambio de
régimen que se desarrollan en esta zona confronta con una compleja maraña de
interrogantes situada más allá de la típica dicotomía radicalismo árabe o
islámico versus moderación progresista. Por mucho que estas definiciones tengan
cierto arraigo en los medios, no es exactamente la visión que prevalece en cada
una de las naciones que atraviesan por esta revigorización de la participación
ciudadana.
El extremismo también ha sido estimulado por los resabios de la guerra fría
en donde se destaca la presión de las potencias por controlar y expandirse a
toda costa. Está además el factor China e India en esta región, que confunde aún
más el tablero del análisis. China es el nuevo capital sin un pasado histórico
negativo en la región. India lo mismo. Esto de por sí es un capital mayor.
Es en esta zona del análisis donde pueden emerger nuevas situaciones y una
recomposición más autónoma de estas sociedades, poniendo distancia de la letanía
del modelo occidental de democracias que comprobadamente han exacerbado las
desigualdades y han permitido gestar una nueva casta de políticos y propietarios
del gran capital más corruptas que las anteriores.
Desde otra visión, la muerte del líder libio deja una herida abierta en el
mundo poscolonial. Con toda la alienación que haya provocado en el mundo árabe
en sus 42 años en el gobierno, representaba un símbolo de la identidad y el
nacionalismo de un mundo absolutamente regido por pautas coloniales del poder,
que es la única forma de gobernar conocida en estos países.
2011 será recordado además por la creación de una nueva doctrina
(unilateral) de la ONU para derribar regímenes. Sucedió en Libia, podrá suceder
en Irán y Siria y por qué no en Corea del Norte, o Myanmar. Si ese es el nuevo
diseño del nuevo orden internacional y de la nueva doctrina de un Derecho
Internacional que cada vez se parece más a un cajón de sastre, (con respeto a
los sastres por cierto), que a un instrumento jurídico de ordenación de
convivencia internacional, será más que recomendable que la ONU y la comunidad
internacional hagan pública la implementación de esta nueva doctrina.
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