Brasil: El golpe de Estado de Bolsonaro está en marcha: elpaís.com // Otras informaciones en Criterio.hn
Foto de portada: El presidente Jair Bolsonaro, la semana pasada en Brasilia. REUTERS Publicado en Criterio.hn / Abril 3, 2020 El golpe de Estado de Bolsonaro está en marcha Ya está sucediendo: el momento de luchar por la democracia es ahora. Solo no lo ve quien no quiere verlo. Y
el problema —o al menos uno de ellos— es que mucha gente no quiere
verlo. El motín de una parte de la Policía Militar del Estado de Ceará y
los dos disparos realizados el pasado 19 de febrero contra el senador
Cid Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), componen la escena
explícita de un golpe de Estado que ya se está llevando a cabo dentro de
la anormalidad. Hay dos movimientos articulados. En uno de ellos, Jair
Bolsonaro se rodea de generales y otros oficiales de las Fuerzas Armadas
en los ministerios, reemplazando progresivamente a políticos y técnicos
civiles en el Gobierno con militares, o subordinando a civiles a
hombres uniformados en las estructuras gubernamentales. Entre ellos se
encuentra el influyente general Luiz Eduardo Ramos, de la Secretaría de
Gobierno, que permanece activo y no muestra señales de querer anticipar
su desembarco en la reserva. El brutal general Augusto Heleno, ministro
jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, llamó “chantajista” al
Congreso hace unos días. En las redes, unos vídeos con la imagen de
Bolsonaro instan a los brasileños a protestar contra el Congreso el 15
de marzo.
“¿Por qué esperar al futuro si no recuperamos nuestro
Brasil?”, dice uno de ellos. Bolsonaro, el antipresidente en persona,
está publicando en sus grupos de WhatsApp los llamamientos a protestar
contra el Congreso. Este es el primer movimiento. En el otro, una parte
significativa de las policías militares de los Estados brasileños
proclama su autonomía, haciendo a los gobernadores y a la población
rehenes de una fuerza armada que comienza a aterrorizar las favelas
utilizando la estructura del Estado. Como los hechos ya han dejado en
claro, estos policías militares no responden a los Gobiernos estatales
ni obedecen la Constitución. Todo indica que ven a Bolsonaro como su
único líder. Los generales son el escaparate iluminado por los focos,
las policías militares son las fuerzas populares que, a la vez,
sostienen el bolsonarismo y son una parte esencial de él. Para los bajos
rangos del Ejército y de los cuarteles de la Policía Militar, Bolsonaro
es el jefe. Es cierto que las instituciones están
tratando de reaccionar. También es cierto que existen fuertes dudas
sobre si las instituciones, que ya han mostrado fragilidades diversas y
abismales, todavía son capaces de reaccionar ante las fuerzas que ya
pierden los últimos restos de pudor de mostrarse. Y pierden el pudor
precisamente porque todos los abusos cometidos por Bolsonaro, su familia
y su corte han quedado impunes.
No sirve de nada que las autoridades se
llenen la boca para “lamentar los excesos”. En este momento, solo
lamentar es una señal de debilidad, es cháchara de salón ilustrada
mientras el ruido de la preparación de las armas ya atraviesa la puerta.
A Bolsonaro nunca lo han detenido: ni la Justicia Militar ni la
Justicia Civil. Por eso también estamos en este punto de la historia.
Estas fuerzas también pierden los
últimos restos de pudor porque a una parte del empresariado nacional no
le preocupa la democracia y la protección de los derechos básicos
siempre y cuando sus negocios, que ellos denominan “economía”, sigan
dando beneficios. Estos mismos empresarios son directamente responsables
de la elección de un hombre como Bolsonaro, cuyas brutales
declaraciones en el Congreso ya mostraban señales de perversión
patológica. Estos empresarios son los herederos morales de aquellos
empresarios que apoyaron y se beneficiaron de la dictadura militar
(1964-1985), si es que no son los mismos.
Una de las tragedias de Brasil es la
falta de un mínimo de espíritu público por parte de sus élites
financieras. Les importan un bledo los carteles de cartón donde está
escrita la palabra “Hambre”, que se multiplican por las calles de
ciudades como São Paulo. Al igual que nunca les ha importado el
genocidio de jóvenes negros en las periferias urbanas de Brasil, parte
de ellos asesinados por las policías militares y sus “tropas de élite”.
Adriano da Nóbrega —aquel que, si no hubiera sido asesinado, podría
determinar la profundidad de la relación de la familia Bolsonaro con las
milicias en Río de Janeiro y también quién ordenó asesinar a la
concejala Marielle Franco— pertenecía al Batallón de Operaciones
Especiales, uno de estos grupos de élite.
No hay nada comparable a la situación
que vive Brasil hoy bajo el gobierno de Bolsonaro. Pero esta situación
solo es posible porque, desde el principio, se toleró la participación
de una parte de las policías militares en escuadrones de la muerte, en
la dictadura y más allá. Desde la redemocratización del país en la
segunda mitad de la década de 1980, ningún gobierno se enfrentó
directamente a la parte podrida de las fuerzas de seguridad. Una parte
de las policías militares se convirtió en milicias, aterrorizando los
barrios pobres, especialmente en Río de Janeiro, y esto se toleró en
nombre de la “gobernabilidad” y de proyectos electorales con intereses
comunes. En los últimos años, las milicias han dejado de ser un Estado
paralelo para confundirse con el propio Estado.
La política perversa de la “guerra
contra las drogas”, una masacre en la que solo mueren los pobres
mientras los negocios de los ricos crecen y se diversifican, la
mantuvieron incluso los gobiernos de izquierda y a pesar de todas las
conclusiones de los investigadores y los estudios serios, que no faltan
en Brasil. Esta política continuó apoyando la violencia de una policía
que llega a las favelas disparando a matar, incluso a niños, con la
excusa habitual de “enfrentarse” a traficantes de drogas. Si alcanzan a
un estudiante en la escuela o a un niño jugando, es un “efecto
colateral”.
Desde las protestas masivas de 2013,
los gobernadores de diferentes Estados han encontrado bastante
conveniente que las policías militares golpeen a los manifestantes. Y
cómo los golpea. Es totalmente inconstitucional, pero en todas las
esferas, pocos se han preocupado por este comportamiento: una fuerza
pública que actúa contra el ciudadano. El número de muertes cometidas
por la policía, la mayoría de negros y pobres, sigue aumentando y esto
también lo toleran algunos y lo estimulan otros. Es casi patológica, por
no decir estúpida, la forma en que una parte de las élites cree que
controlará a descontrolados. Ni siquiera parecen sospechar que, en algún
momento, solo trabajarán para sí mismos y tomarán como rehenes a sus
antiguos jefes.
Bolsonaro entiende muy bien esta
lógica. Es uno de ellos. Fue elegido defendiendo explícitamente la
violencia policial durante sus 30 años como político profesional. Nunca
ocultó lo que defendía y siempre supo a quién agradecer por los votos.
Sergio Moro, el ministro que impide que se haga justicia, creó un
proyecto que permitía que los policías fueran absueltos en caso de que
asesinaran bajo el efecto de “una emoción violenta”. En la práctica, eso
es lo que sucede, pero se hizo oficial y hacerlo oficial marca la
diferencia. El Congreso vetó esta parte del proyecto, pero los policías
continúan presionando con cada vez más fuerza. En este momento,
Bolsonaro los encandila con una vieja reivindicación de los policías: la
unificación nacional de la Policía Militar. Es algo que también le
interesa, y mucho, a Bolsonaro.
Si una parte de la policía ya no
obedece a los gobernadores, ¿a quién obedecerá? Si ya no obedece la
Constitución, ¿qué ley seguirá obedeciendo? Bolsonaro es su líder moral.
Lo que las policías militares han hecho en los últimos años, al
amotinarse y aterrorizar la población, es lo que Bolsonaro intentó hacer
cuando era capitán del Ejército, pero le descubrieron antes de que lo
consiguiera: aterrorizar, poner bombas en los cuarteles para presionar
para obtener mejores salarios. Es el precursor, el hombre a la
vanguardia.
¿Qué le pasó a Bolsonaro entonces? ¿Se
convirtió en un paria? ¿En una persona en la que nadie podía confiar
porque estaba totalmente fuera de control? ¿En un hombre visto como
peligroso porque era capaz de realizar cualquier locura en nombre de los
intereses corporativos? No. Al contrario. Fue elegido y reelegido
diputado durante casi tres décadas. Y, en 2018, se convirtió en
presidente de la República. Este es el ejemplo.
Y aquí estamos. Cabe
preguntarse: si los policías amotinados cuentan con el apoyo del
presidente de la República y de sus hijos en el Congreso, ¿sigue siendo
un motín? Uno no se convierte en rehén de
repente. Es un proceso. No se puede enfrentar el horror del presente sin
enfrentar el horror del pasado, porque lo que Brasil está
experimentando hoy no ha sucedido de repente y no ha sucedido sin
silenciar a diferentes partes de la sociedad y de los partidos políticos
que han ocupado el poder. Para avanzar, hay que cargar con los pecados y
ser capaz de hacerlo mejor. Cuando la clase media se calló ante el
horror cotidiano en las favelas y periferias, fue porque pensó que
estaría a salvo. Cuando los políticos de izquierda cerraron los ojos,
retrocedieron y no se enfrentaron a las milicias, fue porque pensaron
que sería posible capearlas. Y aquí estamos. Nadie está seguro cuando
apuesta por la violencia y el caos. Nadie controla a los violentos.
También está el capítulo especial
sobre la degradación moral de las cúpulas uniformadas. Los galoneados de
las Fuerzas Armadas absolvieron a Bolsonaro en el pasado y hoy hacen
algo todavía peor: constituyen su séquito en el Gobierno. Incluso el
general Ernesto Geisel, uno de los presidentes militares de la
dictadura, decía que no se podía confiar en Bolsonaro. Pero ahí está él,
rodeado de pechos estrellados. Los generales han encontrado una manera
de regresar al Gobierno y parece que no les importa el coste.
Precisamente porque lo van a pagar otros.
Las policías son la base electoral más
leal de Bolsonaro. Cuando estas policías se vuelven autónomas, ¿qué
sucede? No conviene olvidar jamás que Eduardo Bolsonaro dijo antes de
las elecciones que “basta un cabo y un soldado para cerrar el Supremo
Tribunal Federal”. Un grupo de policías enmascarados y amotinados
dispara a un senador y el mismo hijo cerotrés, un diputado federal, un
hombre público, va a las redes sociales a defender a los policías. No
sirve de nada gritar que es absurdo, es totalmente lógico. Los Bolsonaro
tienen un proyecto de poder y saben lo que están haciendo. Para
aquellos que viven de la inseguridad y el miedo promovidos por el caos,
¿qué puede generar más caos y miedo que policías amotinados?
Se pueden hacer muchas críticas justas
a Cid Gomes. Se puede ver la dosis de cálculo en cualquier acción en un
año electoral. Pero es necesario reconocer que entendió lo que está
sucediendo y salió a la calle para enfrentar a pecho descubierto a un
grupo de funcionarios que estaban utilizando la estructura del Estado
para aterrorizar a la población, multiplicando así el número de muertes
diarias en Ceará.
La acción vergonzosa, por el
contrario, es la del gobernador del estado de Minas Gerais, Romeu Zema,
del Partido Novo, que, ante las dificultades, se somete al chantaje de
los policías y otorga un aumento de casi el 42% al gremio, mientras que
otros se encuentran en una situación peor. Es inaceptable que un hombre
público, responsable de la vida de tantos millones de ciudadanos, crea
que el chantaje cesa tras aceptar el primero. Cualquiera que haya sido
amenazado por policías sabe que no hay terror más grande que este,
porque tienen el Estado en la mano y no hay nadie a quien se pueda
recurrir.
Cuando Bolsonaro intenta
responsabilizar al gobernador de Bahía, Rui Costa, del Partido de los
Trabajadores (PT), de la muerte del miliciano Adriano da Nóbrega, sabe
muy bien a quién obedece la policía de Bahía. Posiblemente no al
gobernador. La pregunta que hay que hacer es quiénes son los principales
beneficiarios del silenciamiento del jefe de la Oficina del Crimen, un
grupo de asesinos profesionales, a quien el hijo del presidente, el
senador Flavio Bolsonaro, rindió homenaje dos veces y habría visitado en
la cárcel otras dos. Además, claro, de haber empleado a parte de la
familia de Nóbrega en su gabinete parlamentario.
No sé si tomar una retroexcavadora,
como hizo el senador Cid Gomes, es el mejor método, pero era necesario
que alguien despertara a las personas lúcidas de Brasil para enfrentar
lo que está sucediendo antes de que sea demasiado tarde. No soy, ni de
lejos, fan del excandidato a la presidencia Ciro Gomes, hermano del
senador Cid Gomes, pero acertó cuando dijo: “Si no tienes el coraje de
luchar, al menos ten la decencia de respetar a los que luchan”.
El tiempo de luchar está pasando. El
hombre que planeaba poner bombas en los cuarteles para conseguir mejores
salarios es hoy el presidente de Brasil, está rodeado de generales,
algunos de ellos en activo, y es el ídolo de los policías que se
amotinan para imponer sus intereses por la fuerza. Estos policías están
acostumbrados a matar en nombre del Estado, incluso en democracia, y
rara vez responden por sus crímenes.
Están en todas partes, están
armados y hace mucho que no obedecen a nadie. Bolsonaro tiene su imagen estampada en
los vídeos que convocan a la población a protestar contra el Congreso
el 15 de marzo y que él mismo empezó a difundir por WhatsApp. Si crees
que tomar una retroexcavadora no es la solución, piensa rápido en otra
estrategia, porque ya está sucediendo. Y no te engañes: ni siquiera tú
estarás a salvo.
Por: redacción CRITERIO
redaccion@criterio.hn El número de personas contagiadas por coronavirus
en Honduras sigue en ascenso, las autoridades del Sistema Nacional...
No hay comentarios :
Publicar un comentario