jueves, 6 de agosto de 2015

Honduras: LA AUTONOMíA Y LA SACROSANTA TABLA.


Gustavo Zelaya.

En nuestra Honduras ocurren hechos escandalosos como la existencia de fortunas fabulosas en manos de casi 200 personas y un 33% de la riqueza nacional  distribuido desigualmente en el resto de la población. Casi toda esa riqueza en pocas manos tiene origen dudoso por ser producto del contrabando, del narcotráfico, del saqueo de fondos públicos y del monopolio de los contratos con el Estado. Riqueza extrema en una minúscula elite y miseria en la mayoría es una característica muy importante de la historia nacional. Parte inseparable de esa desigualdad es la corrupción, la  impunidad, los niveles de violencia  y el acelerado descredito de toda la institucionalidad a partir del golpe de Estado de 2009.


De forma muy resumida esos son los momentos más gruesos de la realidad hondureña. Junto a esos eventos hay otros que parecen marginales, como efectos secundarios del injusto sistema social en donde convivimos. Frente a ellos han germinado nuevas formas masivas de protesta popular por medio de las mesas de indignación y la movilización de las antorchas que agrupan la diversidad ciudadana. Eso que parece periférico golpea duramente la conciencia de algunas personas por ser penosos, humillantes y la prueba del colapso de muchas instituciones. Ese el caso del asalto al sistema de previsión social representado por Inprema, el Injupemh y el Seguro Social y la conversión de la Universidad Nacional en zona de ocupación policial. Igual de ofensivo a la conciencia ciudadana es la militarización de los poderes ejecutivo y judicial. Son zonas geográficas en donde se visibilizan las luchas sociales.

El territorio en donde los conflictos deben  resolverse con medios racionales, con el debate fundamentado, ahora es el espacio de la fuerza, la arrogancia y la imposición. Es también un probable laboratorio para probar nuevas formas de  instalación del pensamiento único que incluye el recurso directo al tosco garrote y a sofisticadas mezclas de gases para desocupar el campus de cualquier disidencia política.  Parece que todo el conflicto gira alrededor de los procedimientos de promoción y matrícula que excluye a grandes grupos estudiantiles. Eso es lo aparente. Y la modificación de la “Tabla” aprobada en el consejo universitario se muestra como la solución definitiva a los problemas. Quien lo crea y lo diga es porque ignora la situación o está en campaña propagandística en contra de la protesta estudiantil. Tal vez se conjuguen ambas opciones. También se trata de la cancelación del período académico en la facultad de odontología en la Unah-VS, de anular los requerimientos fiscales contra varios estudiantes y del problema de la representación democrática estudiantil en los órganos de gobierno correspondientes.  

La incursión de la policía en el campus universitario y las prácticas de inteligencia militar que permiten localizar opositores, elaborar sus perfiles y hacer caer sobre ellos requerimientos fiscales, ordenes de captura a nivel nacional, de hecho son los recursos favoritos de un sector de la autoridad universidad; digo así por querer suponer con cierto candor que dentro de la dirección de la Unah todavía hay personas que no respaldan las herramientas “pedagógicas” utilizadas contra los que se oponen a supuestas reformas académicas; esas acciones policiacas son una brutal bofetada para los que aún creen que el rasgo fundamental de los que acudimos a la academia es la capacidad de cuestionar el dogma y las verdades absolutas esgrimidas por quien sea. Hasta hace pocos días se presumía que la tolerancia, la crítica y el debate eran el alma democrática de la universidad; ahora se confirma una vieja sospecha que eso no era más que una ilusión, banalidad pura que anula abstractas autonomías. Ni siquiera era el sueño de la razón, más bien fue un letargo de la conciencia, el narcótico perfecto fue creer que todas las tesis debían someterse a los juicios racionales de participantes diversos y, entre todos, construir una forma teórica más completa, provisional, modificable, contrastable y a la espera de otros aportes y mejores interpretaciones.

Y no sólo se trataba de cuestionar las  teorías, también la formalidad del poder y las representaciones de ese poder. Parece que no era más que la ceguera generalizada aceptada por todos. Ese el caso de las Tabla de las Unidades Valorativas casi incuestionable y por la forma en se le defiende parece de origen absoluto. Tal y como ocurre con la irracional creencia en los artículos pétreos de la constitución nacional, que a fin de cuentas no ha sido más que una postura demagógica que puede variar según sean las conveniencias políticas.  Ni siquiera Descartes y sus geométricos herederos pudieron prever que someter al proceso de la duda metódica una categoría de origen social, ahora casi divina,  provocaría persecución y aplicación de la fuerza a los que se atrevieran a cuestionar  tal propuesta.

Ahora es muy poco lo que puede defenderse con la argumentación y si alguien cree que esto es exageración puede comprobarlo viendo el acceso desigual a los medios de comunicación, desde donde se repite hasta el cansancio que no son los estudiantes el problema sino extrañas ideologías, organizaciones defensoras de los derechos humanos y otras fuerzas foráneas que manipulan la protesta en la universidad y a nivel nacional; sospechosos encapuchados que ocultan agendas secretas y que  enfrentan  la policía con libros y cuadernos, misteriosos transformer armados de perros que respaldan las huelgas que quieren arrancarle ladrillos a la pared, hasta Pink Floyd metió manos en el asunto. Algo así decían los que reprimieron duramente, aquellos que asesinaron y desaparecieron estudiantes universitarios  en los años de la doctrina de seguridad nacional. Todo para salvar la religión y las costumbres de occidente. En la situación actual puede creerse que esa fúnebre doctrina nunca fue eliminada y estemos frente a una reinvención de la misma.

Además de la existencia de la dogmática Tabla también se nota la fragilidad de otra categoría con tintes de absoluta, pero que nunca fue tal cosa, siempre relativa y sometida a los vientos de los gobiernos de turno. Es esa mística cuestión llamada Autonomía Universitaria. En cualquier enciclopedia se le entiende como una forma de soberanía política y administrativa de los centros públicos de educación superior respecto a los poderes políticos y similares. Era la posibilidad de escoger autoridades sin injerencias externas, decidir la distribución del presupuesto, construir sus normativas y organizar programas de estudio. Algunos llegamos a imaginar que ello incluía la inmunidad física del campus y que la fuerza del garrote no podía irrumpir en la universidad.

Tal autonomía siempre fue relativa. Desde 1957 los que estaban en el poder, fueran civiles o militares, siempre intervinieron la universidad. Ellos decidieron qué hacer y fomentaron la dependencia financiera al asignar porcentajes del presupuesto nacional para que funcionara la institución. En ningún momento la autonomía fue algo abstracto y existiendo al margen del Estado. Es una representación del poder  político y económico. Desde ese poder se ha indicado cómo debe ser el acceso a la educación universitaria, qué tipo de graduado se espera, cuál tiene que ser el fundamento ideológico y la finalidad de la formación universitaria. Todavía se descubren elementos anacrónicos en la normativa universitaria, categorías que maquillan la realidad, en especial cuando se propone que se forman personas para transformar la sociedad, cuestión que nunca fue cierta ya que de la universidad salen los cuadros para conservar el sistema. Y ha sido así desde el momento en se le otorga el status de “autonomía” a la universidad y, no es casual, que casi en los mismos años también se le dio ese estatus a las fuerzas armadas. Las dos instituciones por excelencia en donde se apoya la estabilidad y reproducción cultural del sistema.

La actual autoridad tal vez tenga más claridad en eso ya que abiertamente dicen que se trata de formar ciudadanos con habilidades y competencias suficientes para enfrentar las exigencias del mercado. Del mismo modo utilizan una jerga propia de las empresas como recursos humanos, insumos, productos, benchmarking, gestión de recursos, calidad total, venta de servicios, clientes, visión, misión; todo ello en la moda fabril  en donde todo funciona con precisión y si algo interfiere es corregido; se pretende hacer de la universidad una empresa similar a las maquilas en línea  con el sistema neoliberal; eso que algunos técnicos de la administración también denominan la sociedad de la comunicación con sus Tics para todo, que convierten los salones de clases en perfectos karaokes gracias al data show y al puntero laser. Un aspecto esencial de esa concepción tecnócrata es la progresiva deshumanización  y la creencia de una unidad alrededor de los procesos tecnológicos, pero  en los hechos pasa algo distinto ya que las instituciones y la sociedad en su conjunto tienden a deshumanizar las relaciones, a criminalizar las protestas, a poner de lado los intentos de crítica y a señalar las posturas disidentes como nocivas y, por tanto, sujetas a ser desacreditadas por sus aspectos externos. De ahí que se diga que con encapuchados no hay trato, tampoco con los tatuados, bochincheros y malolientes, peor con los que tengan rendimientos académicos bajo la media.

Algunas personas creyeron que la autonomía falleció con la entrada de la policía al campus. Eso  no es tan cierto. Siempre fue muy relativa, puede verse en el origen de la ley aprobada por un poder del Estado en donde participaron políticos; en la forma de su gobierno que impide gobernarse a sí misma ya que está sujeta a poderes externos; con un sistema de facultades y programas de estudio  en donde el lenguaje de moda habla de mallas curriculares, que dependen de certificaciones y acreditaciones externas; y más ahora cuando se acude  al desprestigiado ministerio público y a las desacreditadas fuerzas de seguridad del Estado para reprimir movimientos opositores. Tal relativismo de la autonomía es muy evidente si examinamos la supuesta relación fundamental en la academia que no es más que los vínculos entre estudiantes y docentes, el universitas, que también se gobiernan a sí mismos. Tal relación no está ni siquiera en un segundo plano, es muy inferior; ahora está puesta en niveles superiores la autoridad, la Junta, el Consejo, las decanaturas, los asesores que enarbolan la defensa de la autonomía y la función exclusiva de legislar y opinar porque los demás no comprenden, no entienden y se dejan influir políticamente por misteriosas fuerzas externas.

Eso ha provocado mayores distanciamientos, además, innecesarios, los que administran la comunidad hacen oídos sordos al bullicio del campus y lo tildan de acrítico y politizado. Sin embargo, no puede desconocerse la importancia de ese bullicio, la necesidad de que alguien esté señalando de que no todo es miel sobre hojuelas; que digan a la autoridad que restringir el rol de la organización estudiantil, que censurar la protesta, que el recurso del requerimiento fiscal y el levantamiento de perfiles no es muy académico que se diga; que es importante respetar la disidencia y considerar sus propuestas y, en especial, demerita la apariencia de la universidad  acudir al argumento de la no extraterritorialidad del campus para justificar la ocupación policial como forma de represión de los estudiantes. Esto último tal vez sea un grave error para la imagen de la institución y de las personas que la administran, además, deja ver que las asesorías ni son las mejores ni son tan afortunadas.

Seguramente que hay muchas cuestiones que aclarar, mucho que explicar en los reales diálogos que se establezcan; no en esos encuentros con aspecto de vencedores y con más luminotecnia mediática que profunda sustancia; las ofensas intercambiadas tendrán que ser superadas y con mucho valor, respeto y humildad, intentar conversar, sin tantos intermediarios que poco favor hacen a la academia, aunque pregonen que sólo se deben tratar asuntos académicos. Nadie tiene que olvidar que muchos temas universitarios, entre universitarios, para universitarios, tienen una fuerte carga política. Y así debe ser en nuestra universidad que expresa con cierta claridad la crisis de toda la  sociedad hondureña. No hay que extrañarse que se toquen asuntos nacionales como las protestas, la corrupción, la impunidad, la criminalidad, el quiebre institucional. Todos ellos son problemas que competen a la academia, que nos impactan y que de muchas maneras se manifiestan en la universidad nacional. Hay que someter a crítica todo el sistema, revisar su funcionamiento, desde las propias concepciones aportar respuestas a los problemas, considerar que la uniformidad en las ideas y en las actitudes es hacer de la academia algo inerte y sin futuro.

5 de agosto de 2015.


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