sábado, 1 de noviembre de 2014

NARRACIONES (LA ADUANA 1917) DE JORGE MIRALDA: PREMIO ALFAGUARA 2014 EN HONDURAS

Galel Cárdenas
                                     
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 Con el libro “Narraciones (La aduana 1917)”, Jorge Miralda se ha hecho acreedor en el mes de septiembre (2014) de la quinta edición del premio Nacional de Narrativa Infantil y Juvenil que convocó la Secretaría de Educación, la dirección ejecutiva de Cultura y Artes, el Centro Cultural de España en Tegucigalpa y la editorial Alfaguara, año 2014.

Jorge Miralda

Jorge Miralda ha obtenido varios premios regionales y nacionales de manera constante desde hace algún  tiempo, pero, la crítica nacional no ha reparado en su labor narrativa, tal vez porque existe un silencio (casi siempre sospechoso) sobre quienes han tomado por oficio la escritura literaria y están alejados de ciertas élites intelectuales que han implantado algunos falsos paradigmas tendenciosos para la interpretación del proceso literario hondureño.
 Jorge Miralda un día decidió dejar la docencia de su especialidad en letras, para dedicarse —ya jubilado—  a escribir narrativa y ensayo político.  Así lo expresa Oscar Amaya, otro escritor compañero de recorridos  estéticos y políticos, cuando escribió un breve semblante que tituló “Jorge Miralda, el caballito de oro”. Dice el poeta Amaya: 
“No sé por qué Virgilio Guardiola bautizó a Jorge Miralda como el caballito de oro, quizás aludiendo a algún valor intrínseco,  propio de Jorge; pero el sobrenombre allí merodea entre pintores, escultores, escritores, teatristas y saltimbanquis. 
La primera vez que tuve referencia de Jorge, el caballito de oro, fue en las conversaciones que yo sostenía con el doctor en literatura Marco Tulio Morazán, en los inicios aciagos de la década del  ochenta. “Jorge, es un narrador con mucha potencia” aseguró, Morazán en aquella ocasión.
Años más tarde, lo conocí en el Departamento de Arte de la Universidad Pedagógica, llegó con su cuerpo desgarbado cargando, en un viejo morral de cuero, cinco manuscritos de los que posteriormente publicaría, Cuentos de nosotros, Espíritus de lodo y Tejedor de sueños.
« He decidido jubilarme para dedicarme completamente a la escritura », me dijo con una fe reflejada en sus ojillos de pájaro asustado. En los avatares de la escritura estaba Jorge, cuando aquella madrugada del 29 de junio del 2009, decidió, junto a otros patriotas, defender el gobierno de Manuel Zelaya Rosales, ante el nefasto golpe de Estado, fraguado por la oligarquía fascista y el imperio gringo.

Jamás pensó Jorge Miralda, Cronista del FNRP, que aquella madrugada le cambiaria la vida para siempre; desde entonces no ha dejado, un tan solo día, de marchar junto al pueblo y escribir desde el teatro de las acciones, las crónicas del golpe. No le han importado los aguaceros, el sol abrasador ni las gaseadas y toleteadas diarias de la policía, para escribir la gesta del pueblo hondureño.”

Jorge Miralda es autor de varios libros de narrativa, entre ellos podemos referir los siguientes: “Cuentos míos, tuyos, nuestros”, “Espíritus en el lodo”, “El descifrador de sueños”. Con el texto “caminante de la Noche” obtuvo la primera mención honorífica en el Concurso Centroamericano de Novela Corta, evento que se realizó en Honduras en el año 2011. Por otra parte, en ese mismo año obtuvo un primer lugar en el Sexto Festival Trinacional de Arte y Cultura de la ciudad de Esquipulas con el cuento “Buchununu”.

Jorge Miralda es un periodista y narrador que ha asumido —paralelamente— el compromiso de luchar por un proyecto político que encamine al país hacia la refundación de Honduras  mediante la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, labor que desempeña con la más admirable honestidad, dignidad y entrega. Es Jorge Miralda una especie de conciencia popular que está presente en todo aquello que signifique libertad, justicia, independencia y liberación para el pueblo hondureño.

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El texto “Narraciones (La aduana 1917), tiene toda una connotación genética que no descifraremos en esta aproximación crítica al libro ganador de la quinta edición del premio Nacional de Narrativa Infantil y Juvenil en el que se destaca la convocatoria de la Editorial Alfaguara, como referente cualitativo esencial.

Antes de proseguir con el análisis correspondiente, es impostergable ceder la palabra a Roberto Zapata, lingüista y crítico de arte, que dice con respecto del libro lo que sigue:

“Su libro “Narraciones de la Casa de la Cultura Ceibeña, Aduana 1917”  —este fue el nombre inicial del texto, mismo que el escritor redujo para enviarlo al certamen— compuesto por catorce trabajos, que van y vienen entre la crónica y el relato y en cuyo espíritu, una y otro, llevan como agazapada una anécdota o un mito, cubiertos con la túnica de la cultura popular de esa ciudad caribeña. De los catorce trabajos diez son relatos, antecedidos por dos crónicas y al final sucedidos por dos narraciones sencillas complementarias, que pretenden dar un sentido de unidad al texto.

Los diez relatos son independientes, ninguno sucede a otro ni se complementan entre sí; no se acercan a los cánones establecidos para el cuento, pero todos “inauguran y clausuran una incertidumbre”, para adoptar la tesis de Roland Barthes. La introducción y Don Enrique son las crónicas que inician el texto. La primera propicia la presentación del narrador final de las historias; se ofrece en primera persona: “Soy Gauvin D’Antuan, periodista de profesión” y sobre todo establece una especie de acercamiento con el espacio en que se ubican, se cuentan las historias, la aduana 1917; de tal suerte que muchas de ellas están ligadas en su trama con el edificio en cuestión.

La segunda introduce al narrador central: Don Enrique, vigilante del edificio, de cuya voz Gauvin recogerá las noticias que componen el libro. Se percibe, además en esta crónica la forma en que van a desenvolverse las narraciones. La despedida es la especie de un diálogo fresco entre dos personas que se han mantenido, durante muchas horas, unidas por la secuencia de unas historias extraordinarias y sus misterios. En tanto que “Al día siguiente”, resume la sorpresa como argumento final y categórico.

Resulta evidente que ni Gauvin ni Don Enrique tienen categoría de actantes; ellos narran las historias, cada quien en su nivel; sin embargo los sucesos se mueven por efecto de un juego de preguntas y respuestas, dimes y diretes entre ambos. Actantes son los personajes de cada historia. Y éstas se desarrollan siguiendo el fluir natural del tiempo, en diseño lineal, que es con frecuencia lo característico del relato, quizá porque los sucesos se muestran en forma ascendente.

Seis de las historias se vinculan al viejo edificio de la aduana directamente, como la de Luisa y Julián, pues, después de todo “las gentes que nunca faltan, dicen que han visto a los jóvenes amantes bailando por estos lados muy acaramelados” (p.27). O la de Rosa Idalia, que “era una de las descendientes de quienes derribaron el árbol de ceiba en 1914” (p.61). Y así Margarita a quien la “vio entrar…” (p.55), La italiana o los Perros de Mauro y sobre todo “Profecía del final de la Ceiba”, personajes ligados después de muertos al edificio de la aduana. Las demás no entran en contacto con el edificio, pero se asocian en virtud de “que La Aduana era un contenedor de muertos”… pues, “todas las almas que habitan este edificio son descendientes de las estirpes condenadas por el asesinato cometido contra el Árbol Sagrado”.

Cuando nos referimos al relato como un tipo de texto, podemos pensar bien formas muy simples que tienen solamente una unidad mínima, en oposición de otras formas elaboradas que resisten de una estructura muy compleja. Para Labov (1972) los relatos simples son aquellos que se configuran solamente con cláusulas narrativas, es decir, las que están ordenadas siguiendo la secuencia temporal; mientras que, los relatos desarrollados tienen varias secuencias; cuando éstas asumen la complejidad total, se componen de: resumen, orientación, evaluación y coda.

Nueve de estos relatos se complementan con una serie de razonamientos marginales que abundan en cuestiones y explicaciones que contribuyen a esclarecer las dudas que deja el relato. Son para utilizar el modelo de Labov una especie de evaluación que amplía el relato en cuestión. Únicamente La Italiana no cuenta con un razonamiento final, pero éste como todos los relatos que componen el libro llevan inserciones de tipo histórico “este si fue un verdadero amor y no inventado como el romance trágico del inglés William Shakespeare, en su famosa obra de teatro Romeo y Julieta, escrita en 1597”( )”cuando Monchito Cruz era presidente de Honduras y…” (p.23) o “en Danlí, ciudad natal de la escritora hondureña Lucila Gamero de Medina, nacida el 12 de junio de 1873..”, que procuran colocar las historias como hechos reales. La coda en el sentido de Labov son estas apostillas que Miralda utiliza para ubicar los relatos en un espacio y un tiempo definidos.”

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Dejamos hasta este momento el acercamiento crítico de R. Zapata sobre el texto, debido a que  fue el primer lector de “Narraciones (La Aduana 1917)” de manera asertiva.

El bucle narrativo de Jorge Miralda consiste en una especie de elaboración de cajas chinas, como diría Borges, en donde un relato si bien no está inserto en el otro, sucede que uno le presta el hilo conductor al otro.

El epicentro de este texto narrativo y su escenario actancial es un viejo edificio construido en la segunda década del siglo XX, en Ceiba, una ciudad portuaria, que es muy visitada por el turismo local, nacional e internacional, sobre todo en la época del carnaval famoso que se desarrolla durante el mes de mayo.

El texto se desarrolla mediante el diálogo de dos personajes que se escuchan e interfieren cuando es necesario sobre el desarrollo oral de  las historias de hombres y mujeres que  encontraron la muerte después de haber vivido en la ciudad, y que ya muertos sus fantasmas recorren el inmueble a la usanza de los viejos relatos fantasmales que en la literatura oral perviven en la memoria de  sus narradores.

Responsables de que tengamos a la mano tales relatos, son Gauvin D´antuan, un periodista francés de Tolouse que ha trabajado en el Le Nouvel Observateur.  Este personaje es responsable de varios reportajes sobre el paisaje nacional, hasta que por fin ubicado en la ciudad, empezó a escuchar  relatos de extraños fenómenos que ocurren en este viejo edificio y que según el inquiridor Gauvin, mantienen en zozobra y alarma a la ciudanía de esta ciudad.

En el texto denominado introducción, el narrador expone todas las claves mediante las cuales habrá de operar su trabajo.  Todo ello está indicado en esta antesala de todo el bucle narrativo.

Aquí Gauvin presenta  a Enrique Flores, el vigilante que cuenta todos los relatos fantasmales que habrá de escuchar el periodista francés por un tiempo  determinado. Pero, Enrique   —tal como dice el narrador—, no es un vigilante cualquiera ya que  posee una “cultura general envidiable” pues muchas veces realiza acotaciones culturales muy interesantes.

Los  relatos que refiere el profesor R. Zapata son: Introducción, Don Enrique, Luisa y Julián, El Zambo Alfredo, Margarita, Rosa Idalia, Marlon Caballero, La Pandilla del Choco, Charlie Brown, Los Perros de Mauro, La Italiana, George Washington, El Petrificado, La Dama de las Mariposas, Víctor Mala Suerte, Palillo Chino, El Sepulturero, Yul Bryner, El Teniente Fernández, Profecía del Final de la Ceiba, La Despedida, Al día Siguiente.

Este texto no es tan sencillo como pudiera parecer, pues su organización estructural está alimentada por una hilación de relatos a manera de una cadena narratoria que se enlaza mediante una especie de  causa  intemporal que transversaliza el asunto narrativo y cuya fuerza gravitacional es la  maldición que circunda a todas las vidas de los personajes  que protagonizan esas historias correspondientes  al derribo del gran árbol de ceiba, hacia finales de la segunda década del siglo XX. Casi siempre estos relatos están determinados por amores sublimes, imposibles, absurdos unos, inverosímiles otros, quiméricos, inadmisibles y hasta míticos.

Y es que en primer lugar todos los personajes de los relatos son personas muertas, ya que cada relato que es independiente uno del otro, contado por un narrador que sabe todas las peripecias de las vidas de los referidos, tiene su principio y su fin, todos relatos terminan en una tragedia personal y como dirían las invitaciones para eventos muy privados, son intransferibles. Así que, el narrador testigo que es el periodista francés Gauvin como buen inquiridor va preguntando siempre como sucedió esto, como aquello, y sus preguntas van dilucidando mediante  las respuestas de Enrique Flores, el verdadero autor de la trama de cada uno de los relatos allí planteados —que por lo general anuncian de qué personajes se trata en el título de cada uno de estas referencias narrativas—; pero,  el asunto es que cada historia no solo tiene una final trágico, sino que además tiene un espacio en el edificio La Aduana construido en 1917, en el cual a veces ya sea dentro de él o fuera, rondan en calidad de fantasmas  que solo pueden observarse a la distancia, pues nunca nadie ha interactuado con ellos, ni siquiera el narrador  de las historias trágicas.

Ahora bien,  el narrador no descuida el ambiente histórico que contextualiza el relato que prosigue, porque por ejemplo, el relato Luisa y Julián está determinado por el hecho histórico de Ramón Ernesto Cruz presidente, en el año 1971. “El Zambo Alfredo” por su parte, tiene su espacio en la historia, está determinado por el año 1963, cuando John F. Kennedy y Nikita Krushev se entrevistaron, es la misma época del golpe de Estado de Ramón Villeda Morales y del asesinato del presidente Kennedy.

Es importante resaltar el hecho de que los eslabones narrativos que son los relatos que hemos mencionado, todos tienen una independencia  cíclica en sí mismos: primero están determinados por un tiempo específico que el  narrador-testigo se encarga de ilustrar específicamente en años y en hechos históricos. Luego deviene la historia trágica a veces individual y a veces protagonizada por amores que hemos descrito en párrafos anteriores.

El diseño circular del texto permite que constantemente haya una especie de retroalimentación narrativa, ya que al finalizar cada historia el narrador testigo empieza otra bajo las peguntas inquiridoras del entrevistador (Gauvin), quien en ocasiones discuten amigablemente con su interlocutor y hasta se producen ciertos disgustos  muy leves entre el narrador oral de las historias y el interlocutor de las mismas. 

La Aduana es el espacio físico desde donde por lo general nace la historia próxima a ser contada, es un espacio debidamente descrito en las primeras  páginas del texto, de alguna manera es también el habitáculo de cada uno de los fantasmas en que son transformados los personajes trágicos que al convertirse en difuntos, sus fantasmas quedan apareciendo en los ventanales un poco lejanos del edificio en mención.

El mito del árbol de la Ceiba, es además un símbolo,  pero a la vez es así mismo una especie de maldición por haber sido derribado por personajes de la época en que fue construido el edificio de la Aduana, en el año 1917. De alguna manera los trágicos personajes están emparentados con la tala del árbol de Ceiba,  que por cierto posee la magia trágica de envolver parientes y amigos que están involucrados en las historias de asesinato o muerte misteriosa de quienes son objeto de la historia que han protagonizado, y que es conocida por el narrador testigo, que a la sazón es el  vigilante del edificio.

Las historias contadas no sólo están impulsadas por amores imposibles o absurdos, sino también por la maldición de haber participado alguien de su árbol genealógico en aquella tala que ocasiona una maldición imposible de ser evitada.
Otro elemento transversal que cruza los relatos es la creencia popular en diversos hechos que a veces pueden ser calificados como supercherías, supersticiones, pero que como suceden en el imaginario popular existen como si fueran un hecho verdadero y no sólo creencia mítica.

Digamos que el narrador testigo que narra cada historia,  establece una especie de viaje verosímil de los personajes descritos por la oralidad de Enrique Flores, quien además es una persona culta de mucha información,  inclusive cinematográfica, ya que entrecruzan con el entrevistador datos del cine contemporáneo.

La maldición mayor que amenaza a la ciudad  de la Ceiba está allí como una espada de Damocles, es su desaparición física un día futuro que nadie conoce, pero, que irremediablemente va a suceder.

Es un apocalipsis que subsiste en el pensamiento popular de casi todas las culturas humanas.  Tal vez sea ello una herencia de la cultura maya azteca que preconizaron la destrucción de  mundos por terremoto  o  agua, y que forma parte del pensamiento fantasmagórico de la cultura mesoamericana.

Pero, lo interesante es que al final, el narrador testigo, es otro fantasma con el cual, Dauvin, el periodista francés se sentó  a conversar por lo menos un tiempo no menor de tres horas.

La obra Narraciones (La Aduana 1917), es un bucle narrativo, que atrapa al lector para proseguir cada una de las aventuras trágicas de cada personaje que ha sido  narrado por un fantasma  que forma parte del edificio de la aduana, en la ciudad de La Ceiba.

Es una magnífica historia  que eslabona las argumentaciones que van hilvanando datos de diversa índole, sobre una ciudad que en el texto, uno se da cuenta  es lo único real  percibido en este trasunto  narrativo, como una conjunción del naipe narrativo que se despliega hacia un inesperado final, en donde la fantasmagoría narrada por Jorge Miralda, deja solamente vivo, verdaderamente,  al periodista que ha recogido esta cadena oral de relatos alucinantes, cuyo contenido y forma  fuese galardonado con el  premio Nacional de Narrativa Infantil y Juvenil que convocó la Secretaría de Educación, la Dirección Ejecutiva de Cultura y Artes, el Centro Cultural de España en Tegucigalpa y la editorial Alfaguara, año 2014.

Tegucigalpa, M.D.C. 31 de octubre 2014

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