
Efrén Delgado Falcón
Quizá fue la influencia de mi padre, que cuando los gringos decidieron
prescindir de los corruptos gobiernos militares en nuestra zona
geopolítica, a principios de los años 80, comenzó a hablarme de
política, aunque pasaron muchos años para que yo realmente me interesara
en lo que estaba sucediendo en el país. Mi padre era liberal, y en
aquel entonces recordaba con nostalgia el gobierno de Villeda Morales y
Modesto Rodas, concluido con una asonada militar violenta, dirigida a
evitar que el presidente del Congreso, a la sazón, Rodas Alvarado,
llegara a la presidencia del país. Fue mi padre quién me enseñó que ser
liberal significaba cambio y progreso para la totalidad de la población.
Me dijo muchas veces que los nacionalistas habían cogobernado con los
militares, y solía rememorar las persecuciones y el exilio de muchos
liberales en los oscuros años de Carías. Fue también él quien me dijo
que si oía hablar de que con Tiburcio se podía dormir con las puertas
abiertas, jamás olvidara que esa paz y seguridad, era la paz del
garrote, y que tuvo un precio demasiado alto.
A punto de elegirse el
primer gobierno después de los regímenes militares, en noviembre de 1981
–yo no podía votar aún--, me manifestó cuanto lamentaba la muerte de
Rodas Alvarado, y la unción de Suazo Córdova, quien no tardó mucho en
darle la razón a mi padre con sus actuaciones. Después, cuando mi viejo
supo que un nacionalista volvería a gobernar el país me regaló una frase
inolvidable: «no se puede esperar nada bueno de un gobierno
nacionalista». Y hasta la fecha, nadie lo ha desmentido: Callejas Romero
convirtió a mi padre, y a otros miles de padres de familia de clase
media, en clase media baja o directamente en pobres, con la recetas
neoliberales crudas que ayudó a instaurar de la mano del “fondo” y del
“banco”, aparte del latrocinio a que sometieron al erario. «Esos solo
llegan a saquear», solía decirme, «hacen grandes negocios y se apoderan
de todo». Sin embargo, a don Rodolfo Delgado le costó un buen tiempo
digerir que los nacionalistas y los liberales se habían convertido,
liderados por Callejas Romero y Flores Facussé, en un solo ente
político, cuyos dos institutos miembros solo se diferenciaban entre sí
por el color de la bandera, y otras minucias, ya que ambos estaban bajo
la tutela y las órdenes de los grupos de poder. Mi padre tuvo la
sabiduría de hacerme ver que ese linaje de dictadores y saqueadores no
significaba que todos los nacionalistas aprobaban o entendían bien lo
que representaba su partido político; y es por ello que nunca me ha
importado, en lo más mínimo y a lo largo de mi vida, si alguien es
nacionalista, liberal o de izquierdas; es más, mi padre, siempre con ese
pensamiento contracorriente que lo caracterizó, simpatizaba con los
rusos, sin tener él la educación política para considerarse de
izquierda, ni por cerca. Él fue liberal, admiraba a Morazán; los rusos
le agradaban simplemente porque se oponían a los todopoderosos gringos,
sin que Karl Marx tuviera nada que ver en ello, más bien, Tchaikovsky,
Gagarin, Spaski o Laika. Antes de casarse, mi padre había tenido
estrecho contacto con estadounidenses que habían sido sus jefes en la
AID y en la Honduras Playwood, y basado en su experiencia solía
sentenciar: «estos gringos son excelentes a nivel personal, pero, son
unos hijos de puta que han venido a este país a hacer lo que se les
antoja».
En los tiempos de mi padre la información no fluía ni estaba disponible
de la forma en que lo está ahora; sin embargo, su criterio para juzgar a
los gobiernos nacionalistas, se me antoja infalible. Maduro Joest no le
caía mal, quizá por empatía con su desgracia familiar --aunque en su
gobierno el empoderamiento del grupo de poder que luego dictaría el
golpe de Estado fue un punto destacado--, no obstante, le parecía una
aberración que un panameño gobernara el país; si bien de Azcona, quizá
por su corazoncito liberal, nunca supo bien qué pensar. Luego, llegó
Lobo Sosa, que se tropezó con la presidencia gracias al golpe 09, pues
para el período 2010-2014 había sido previsto por la cúpula bipartidista
que gobernara nuevamente un liberal. Y Lobo Sosa, bien coordinado con
Hernández, cumplió a cabalidad el papel que mi padre certeramente
atribuía a los nacionalistas, pues llegaron al gobierno a empoderar un
nuevo grupo de poder, a saquear y a hacer negocios. Mi padre no vivió
para ver al primer gobierno nacionalista de los tiempos modernos que
repite en la presidencia del país, pero más de una vez me dijo que si
eso sucedía sería una desgracia para todo el pueblo.Por supuesto, esas ideas no son válidas para toda esa clase media nacionalista de Tegucigalpa, ligada de una u otra manera a los grandes negocios que generan los gobiernos cachurecos; tampoco es válida para toda la pobrería cuasianalfabeta, del occidente del país especialmente, para quienes la bandera azul con la estrella solitaria representa el peso de una gran tradición; como tampoco puede ser válida para tantos y tantas personas buenas e ingenuas que no entienden bien cómo es que se maneja la política en el país, huérfanos de una verdadera cultura política.
Pero en el mundo de la objetividad, es muy difícil defender a un Callejas neoliberal, a un Maduro panameño, a un Lobo mediocre y astuto, y mucho menos, a un dictador violento como Carías. Juan O. Hernández parece resumir de manera formidable muchos aspectos sobresalientes de sus predecesores cachurecos, menos en lo de ser extranjero. Ha demostrado un autoritarismo --a lo Carías-- muy preocupante, y por los vientos que soplan, el nuevo gobierno podría ser una especie de mixtura entre lo de Callejas y Maduro; con el agregado de que JOH planea, no sé si bajo su batuta, o la de otro de su misma calaña, que el gobierno siga siendo azul por décadas: sin duda, el advenimiento del neocariísmo.
Y ni sueñe Ud., querido lector, que el oficialismo no predominará en el Congreso, recuerde la tradición resumida con sorna por Samuel Zemurray, quien juraba que en Honduras una mula valía más que un diputado; con la diferencia de que las modernas “mulas” pueden valer uno o varios millones de lempiritas, y mejor vaya Ud. sumando a los diputados oficialistas una buena parte de los legisladores liberales, y los tres de los partiditos comodín…, para comenzar.
Que qué nos espera. Profundización de las desigualdades. Un falso Estado de Derecho. Aquello de libre, soberano e independiente seguirá siendo un mito. Seguramente habrá crecimiento empresarial, habrá más oportunidades de trabajo, el consumismo se revitalizará, y es posible que el descontento popular amaine. Pero si llega a haber reducción de la pobreza ésta será más bien como un espejismo, porque en realidad se profundizará la desigualdad; la ley se mantendrá secuestrada al servicio de los que ostentan el poder; y nadie va a cimentar los cambios en educación, salud y protección social que tanto urgen a la mayoría de los hondureños, a ese 70 % mal educado, mal nutrido y viviendo bajo la línea de pobreza. Solo habrá cambios cosméticos y superficiales, buenos para generar imagen y material para las interminables campañas de propaganda. La militarización podría traer un reacomodamiento engañoso de la criminalidad, pero su fin último parece ser el de solidificar el poder del régimen. En fin, no tenga Ud. ninguna duda querido lector, por más que escuche trompetas, discursos y bien diseñados spots publicitarios, por más que vea a inditos sonrientes en la tele recibiendo la bonanza del gobierno, y los bonos para ser felices: no se puede esperar nada bueno de un gobierno nacionalista.
http://www.tiempo.hn/editorial/noticias/la-tradicion-azul
No hay comentarios :
Publicar un comentario