Publicado: 27 Abril 2020
En
este periódico pensamos que llegará el día cuando la ciencia clasifique
la corrupción como trastorno mental, peor que el asesinato serial; el
corrupto en su demencial sed de dinero, sin remordimiento, anula y
destruye pueblos, por eso, debe aislarse de la sociedad, del tesoro
nacional y de toda función pública.
En
el campo penal eso han hecho los países donde han sometido a los
corruptos por seguridad pública, tienen prohibido de por vida acercarse
al Gobierno, pero saben que esos psicópatas están ahí, torvos,
acechando. Con una diferencia a la actual Honduras, si salen, los espera
la cárcel, el desprecio, la pobreza o la pena de muerte.
EDITORIAL
¡Pena capital a la corrupción!
La
corrupción jamás da tregua, nunca.- Es enferma y criminal, va
propagándose al infinito del descaro hasta contagiar todos los órganos
del Estado; como un virus asfixia a quienes recetan un antídoto letal,
va matando toda diferencia de dignidad y virtud profesional pública y
privada; al final obstruye las vías de recuperación de la nación
infectada. Sin cura, habrá muerte, postración y abuso oficial en
ascenso, así es un Estado perdido, ahí anda hoy Honduras.
El
corrupto es enemigo de la felicidad ajena, un antisocial cuyo cerebro
torcido lo hace creer que su miserable codicia está por encima de la
bonanza social; una peste, a la que basta condiciones mínimas para
desarrollarse y destruir todo aliento de ciudadanía. ¿Cómo derrotar los
corruptos? Desde el nacimiento de la civilización esa pregunta ha dado
vueltas en la cabeza de gente con altos valores de vida y, que usted, en
esta hora de encierro, también la piensa como un acertijo sin solución,
con impotencia y justa indignación.
En
lo que hoy invita al debate sobre la pena de muerte, que se aplica en
55 países del planeta, pocas personas creen que las leyes de una nación
moderna como Estados Unidos, siguen sostenidas en la antigua ley
israelita. En los mandamientos que Dios entregó a Moisés, donde plasmó
el principio de “ojo por ojo” en el pueblo hebreo, el funcionario
corrupto que con sus acciones daña y mata a otros, debe extirparse de la
sociedad con pena capital.
Los
detractores de la pena de muerte tienen razón en que aplicarla en
países como Honduras sería letra muerta y arma peligrosa contra los
débiles. Hoy no es viable sin Estado fuerte, pero esta justicia y este
gobierno pasarán. Aquí la corrupción evolucionó a sistema dominante que
fija relaciones desde las capas más bajas de la población hasta las
esferas de poder, tanto así, que los nombres de los actuales magistrados
de la Corte Suprema de Justicia estaban en una lista que el régimen
Hernández impuso durante 16 noches en el Congreso Nacional.
En
algún instante después, frente a un mal radical, habrá una medicina
radical. Esa oración falsa, cómplice y cobarde que dice “sólo en
Honduras pasa”, será tratada de frente, así ocurrió en Singapur, un país
más pequeño que San Pedro Sula. Pero, así de pequeño, es el segundo
puerto más importante del mundo y el centro financiero donde tienen su
sede los bancos e instituciones financieras más grandes del planeta.
El
secreto fue incrementar con dureza las penas de cárcel para los
culpables de corrupción que carcomían el presupuesto público y
restregaban la sucia opulencia al trabajador honesto. Las condenas más
altas –pena de muerte en caso grave comprobado— se reservaron para
empresarios y funcionarios que se apropian de dinero destinado a temas
sociales delicados, entre otros, salud y educación, o para atender niños
pobres y ancianos desprotegidos.
Los
países menos corruptos del mundo nos dejan otras lecciones para
considerar una estrategia completa anti corrupción, no tienen pena de
muerte, pero crearon sistemas judiciales nombrados por mérito, larga
tradición de integridad y compromiso social; la educación es de altísima
calidad para todos los habitantes; en Nueva Zelanda, el país más
decente de la tierra, la escolaridad promedio de la población suma 20
años; en Honduras, seis años los hombres y siete años las mujeres. ¿Ve
la diferencia?
En
este periódico pensamos que llegará el día cuando la ciencia clasifique
la corrupción como trastorno mental, peor que el asesinato serial; el
corrupto en su demencial sed de dinero, sin remordimiento, anula y
destruye pueblos, por eso, debe aislarse de la sociedad, del tesoro
nacional y de toda función pública. En el campo penal eso han hecho los
países donde han sometido a los corruptos, pero saben que están ahí,
torvos, acechando. Con una diferencia a Honduras, si salen, los espera
la cárcel, el desprecio, la pobreza o la pena de muerte.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/noticias/nacionales/1964-honduras-portada-y-editorial-el-libertador-pena-capital-a-la-corrupcion
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