
Jesús González Pazos
ALAI AMLATINA, 06/09/2016.-
El continente latinoamericano sigue estando en el foco de los debates políticos y sociales. En ese amplio espacio geopolítico, mil veces golpeado por las dictaduras y la explotación de sus grandes mayorías, y otras tantas por el racismo y el machismo, se sigue librando una intensa lucha por la construcción de procesos de transformación que tienen que ver con la esperanza y determinación por alcanzar sociedades más justas y equitativas que sean alternativas al injusto modelo dominante.
El continente latinoamericano sigue estando en el foco de los debates políticos y sociales. En ese amplio espacio geopolítico, mil veces golpeado por las dictaduras y la explotación de sus grandes mayorías, y otras tantas por el racismo y el machismo, se sigue librando una intensa lucha por la construcción de procesos de transformación que tienen que ver con la esperanza y determinación por alcanzar sociedades más justas y equitativas que sean alternativas al injusto modelo dominante.
El
neoliberalismo, como sistema absolutista de dominación de las minorías
enriquecidas a costa de las grandes mayorías dio sus primeros pasos en
ese continente a partir de la dictadura de Pinochet en Chile.
Pero ese
mismo neoliberalismo también sufrió en América latina sus primeras
derrotas. Se abría entonces, principios del siglo XXI, una fase de
experiencias de transformación en muchos de estos países que han
conseguido, entre otros logros, hacer retroceder en parte el dictado
único de los mercados, que ha recuperado el papel directivo de los
estados en la economía y que ha sacado a millones de personas del
empobrecimiento y la miseria, además de ensanchar los márgenes de la
democracia participativa.
Por
eso mismo, desde los primeros pasos de esas alternativas de
transformación el neoliberalismo trazó diferentes estrategias para
revertir esos procesos y volver a imponerse: sabotajes económicos,
desestabilizaciones sociales, campañas de difamación, e incluso golpes
de estado. Ya sabemos que la democracia para este sistema (para los
mercados) es buena solo mientras sirva a sus intereses, de lo contrario
se cambia, se prostituye. Y las más evidentes pruebas de esta afirmación
se encuentran precisamente, una vez más, en este continente: 2002,
golpe de estado en Venezuela (fracasado); 2008 en Bolivia (fracasado);
2009 en Honduras; 2012 en Paraguay; 2016 en Brasil.
En
este contexto de vuelta del neoliberalismo en los últimos tiempos se
han producido algunos hechos reveladores de esta nueva realidad que se
enfrenta en el continente latinoamericano. El intento de destrucción, a
través de una nueva modalidad de golpe de estado blando (el
“impeachment” o procesamiento parlamentario), de un proceso político y
social que con aciertos y errores ha sacado en los últimos años a
millones de personas (40) de la pobreza y ha puesto en marcha otras
medidas sociales que fijaban su atención en el bienestar de las
mayorías. Aunque, cierto es que Brasil, como otros países del
continente, nunca se ha librado en su totalidad de la dictadura de los
mercados y de las políticas extractivistas, asistimos ahora a la
venganza de las viejas y nuevas oligarquías. Éstas siguen considerando
el estado como un coto privado al servicio único del aumento de su
riqueza y de los beneficios de los mercados transnacionales. Así, un
congreso y un senado en los que la mayoría de sus miembros están
investigados o imputados por corrupción, destituyen a la presidenta que
lo es con el apoyo de más de 54 millones de votantes en las últimas
elecciones. Y mientras esto ocurre, los gobiernos occidentales, tan
“preocupados por la democracia” en Venezuela, no han dicho absolutamente
nada ante esta actuación golpista o, en palabras de los EE.UU.,
“respetan” la decisión del senado brasileño al considerar que es una
decisión del pueblo tomada dentro del marco constitucional y,
apresuradamente, han mostrado su disposición a trabajar con el nuevo
presidente golpista. Primeras medidas: ajuste fiscal, privatizaciones
masivas y recortes en políticas sociales.
Se
suma así este último golpe a ese proceso del neoliberalismo por
recuperar su papel dominante en el continente. Y en este sentido se debe
entender la continuada desestabilización y desgaste contra el gobierno
argentino que propició la victoria electoral de Mauricio Macri. Solo
tres datos: la batería de medidas macroeconómica neoliberales
implementadas durante los seis primeros meses de gobierno han llevado a
más de 1,4 millón personas a incrementar los índices de pobreza; se ha
pasado del 29% al 34,5% (13 mill.) solo en los tres primeros meses de
2016. En el mundo laboral, se contabilizan ya más de 150.000
trabajadores/as despedidos en los sectores públicos y privados. Y, por
último, esas medidas neoliberales se han traducido en renovadas
políticas extractivistas (muchas en territorios indígenas con la
consiguiente represión ante la protesta), así como en recortes
importantes en los programas de los anteriores gobiernos argentinos en
el ámbito de la salud, educación o la atención a las familias más
necesitadas para garantizar la simple subsistencia.
Hablar
de Venezuela y las acciones de la oligarquía venezolana y de la actitud
de muchos gobiernos y medios de comunicación occidentales para con este
país, resulta en gran medida insultante para la inteligencia. El
bombardeo político-informativo ha dibujado un país dictatorial (aunque
todas las elecciones han contado con observadores internacionales que
han reconocido la limpieza de las mismas) al nivel de los famosos países
del llamado “eje del mal” (Corea del Norte, Irán…). En paralelo se
ocultan sistemáticamente todas las estrategias antidemocráticas que se
están alimentando y sosteniendo desde los primeros pasos del proceso
bolivariano: sabotajes económicos, acaparamiento y ocultamiento de
bienes de primera necesidad, acciones armadas del paramilitarismo
colombiano, intentos de golpes de estado, desestabilización social y
política. Pero, por supuesto, todas las voces políticas y mediáticas de
la oposición interna y externa son adalides de la democracia.
Una
breve mención merecen los estados fallidos del neoliberalismo, países
de los que se habla poco pero donde este sistema está alcanzando los
mayores niveles de fracaso económico y político, aunque sea a costa de
agrandar los índices más altos de empobrecimiento, miseria y explotación
de las grandes mayorías. Países que son prácticamente regalados a las
transnacionales para su explotación (recursos naturales) a cambio de
nada, donde el estado como entidad reguladora desapareció a la par que
se implantaba el neoliberalismo y donde el narcotráfico, el feminicidio y
la delincuencia organizadas son cotidianas y extienden ampliamente sus
redes y complicidades con los mismos gobiernos. Países como México,
Guatemala u Honduras encabezarían este listado.
Pero
al mismo tiempo que todo esto ocurre en el continente, también hay
noticias buenas que refuerzan ese foco puesto en América latina.
Colombia vive las primeras semanas de paz tras un conflicto armado de 52
años, con la salvedad de las posibles acciones de la otra fuerza
insurgente que es el ELN y el paramilitarismo, hoy escondido bajo
multitud de siglas y denominaciones, pero respondiendo como siempre al
interés por mantener el viejo sistema de dominación de determinados
grupos de poder. Sin duda este proceso de paz ha inundado de esperanza
renovada ese país y esperamos se convierta en tiempo de construcción de
un sistema de verdadera justicia social y redistribución de la riqueza.
No olvidemos que fue precisamente esa injusta distribución de la
riqueza, especialmente en lo referido a la tenencia de la tierra, una de
las razones profundas de este largo conflicto armado. Y en este sentido
habrá que estar muy atentos al desarrollo e implementación de los
acuerdos. El neoliberalismo tiene también un alto interés en esa paz y
ha presionado para que se alcance. Colombia tiene enormes riquezas en
recursos naturales (la mayoría en territorios indígenas) que hasta hoy
no podían ser explotados por las condiciones de guerra; la paz abrirá
todos esos espacios para su expolio por parte de las transnacionales
ávidas de la riqueza escondida. Por eso será importante la
implementación no solo de los acuerdos, sino también y sobre todo la de
los derechos humanos individuales y colectivos hasta hoy permanentemente
violados.
Por
todo ello, América latina sigue en el foco y en este continente se
siguen librando batallas, esperemos que cada vez más dialécticas y menos
violentas, por construir alternativas al neoliberalismo dominante;
sociedades más justas y equitativas donde la redistribución verdadera de
la riqueza sea una realidad para hacer desaparecer el empobrecimiento y
la miseria de las grandes mayorías.
2016/09/05
- Jesús González Pazos, Miembro de Mugarik Gabe
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