Llevamos más de una semana con el tema del aborto tanto en el Congreso Nacional como a nivel social. Y pareciera que el debate, discusiones y acuerdos están lejos de conseguirse. Las posturas son opuestas y antagónicas, están muy definidas y cerrando filas cada quien en torno a su pensar y sentir, sus opciones y cosmovisiones sociales o religiosas.
Lo primero que llama la atención es una especie de alianza que se ha dado entre las Iglesias, el gobierno y el Partido liberal. El “bipartidismo político” que ha monopolizado la vida social del país se impone una vez más, no solamente en el mundo propiamente político donde se gestiona el bien común, sino que traspasa sus fronteras al ámbito religioso y cultural.
La alianza del “partido de gobierno” con las principales denominaciones evangélicas es algo que viene siendo habitual, en aumento y con presencia mediática por doquier; hay un apoyo irrestricto en cuanto a la política económica, la reelección y apoyo institucional. Con la Iglesia Católica, por el contrario, se ha dado un distanciamiento a raíz del tema de la reelección, las exigencias ético-políticas, la opción por los pobres y el gasto excesivo en los procesos electorales.
La posición eclesial refleja fundamentalmente la postura de la jerarquía pero no solamente de ella. También y sobre todo de los movimientos eclesiales laicales neoconservadores, integrantes de los más influyentes movimientos de la pastoral urbana y vida parroquial, que pertenecen al mundo de las élites urbanas profesionales y globalizadas. Aquí es donde coinciden y se refuerzan los nacionalistas y liberales que comparten la misma cosmovisión político-económica y religiosa.
El equivalente se da en los grupos evangélicos por medio de sus pastores, iglesias mediáticas y permeando el estamento burocrático político de la vida social y transnacional. En nuestro mundo globalizado el fundamentalismo económico, religioso y cultural con frecuencia caminan de la mano, se refuerzan y coinciden. De ahí la identificación político-religioso-cultural.
Es bueno recordar que la lucha por la modernidad y el apropiamiento de la misma corresponde a una etapa donde se da nacimiento al estado laico: independiente, distinto y sin sometimiento al mundo religioso. La actual coyuntura supone una regresión a una etapa anterior pues se da una identificación, apoyo y legitimación mutua. Y, por añadidura, se pretende regresar a una modernidad donde todo era fijo, estable, duradero y permanente; tanto a nivel económico como político y cultural.
Estamos en tiempos de la “modernidad líquida” donde todo es cambiante, efímero, flexible, superfluo y descartable. Las religiones y la cultura participan de todo ello y son influidas enormemente por un contexto económico-cultural que va erosionando poco a poco su autoridad, su presencia, lugar social e incidencia política.
Es lo que explica que en esta coyuntura no sea posible todavía la separación de los diversos ámbitos: lo político, lo económico y lo religioso-cultural. Es el conflicto entre “diferentes modernidades” que en este momento no pueden encontrarse, dialogar o llegar a ningún acuerdo y consenso. Lo político y lo cultural son antagónicos. Los perdedores de esta coyuntura son todos los grupos sociales alternativos y emergentes, religiosos o no, que no encuentran cabida en este planteamiento.
Por parte de la Iglesia Católica, ¿por qué no aplicar los mismos criterios de “diálogo y discernimiento” que se ha seguido en la Exhortación pastoral “La Alegría del Amor”?.
En resumen, conflicto y desencuentro de la “pre-modernidad, la modernidad y la modernidad líquida”. Al final y de momento, se impone quienes tienen el poder y lo ponen a su servicio.
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Escuchemos todas voces - 27 Abril
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