Jueves,12 de Mayo 2016 / "Resumen Latinoamericano"
El golpe de Estado ya ha sido consumado. Brasil pasa a
integrar junto con Honduras y Paraguay el listado de países donde el
Imperio probó con indudable éxito, como si fuera un gigantesco
laboratorio, la nueva fórmula destituyente de gobiernos
neo-desarrollistas. Una receta “moderada” según algunos analistas que no
la viven en carne propia, pero brutal, como es el capitalismo en su
verdadera esencia, si se la mide teniendo en cuenta el ejemplo
argentino, donde en pocos meses decenas de miles de personas perdieron
su trabajo y las esperanzas de construir un futuro más o menos estable.
Una embestida que es regional en primera instancia y mundial si se
piensa en términos absolutos, ya que viene siendo trabajada desde hace
varios años, para recuperar el tiempo que les llevó a los estrategas de
Washington comprobar que lo que buscaron en Medio Oriente
-destruyendo un país tras otro- lo podían obtener más fácilmente en Latinoamérica.
Lo particular de estos golpismos es que no admiten
las más mínimas reformas, ya que cada uno de los gobernantes destituídos
fueron marcados a fuego sólo por el hecho de iniciar emprendimientos
que contemplaban políticas sociales dirigidas a los sectores que el
neoliberalismo de los 90 había arrojado a la exclusión pura y dura. Ni
siquiera, en los tres casos citados, se puede hablar de planteos
revolucionarios de peso, que incluyeran en lo interno nacionalizaciones
del comercio exterior o reforma agraria, por citar algunos ítems. Al
contrario, como ha quedado patéticamente expuesto en el caso brasileño,
a pesar de que Dilma Rousseff hiciera todo tipo de concesiones y
generara alianzas inadecuadas que derivaron en políticas de ajuste
notoriamente anti-populares, la poderosa burguesía paulista siguió
atacando por todos los flancos y fue desgastando día a día al gobierno
del Partido de los Trabajadores.
A diferencia de la derecha argentina que impuso a
Mauricio Macri por las urnas, aunque con un muy ajustado resultado, sus
pares brasileños llegan al gobierno por la ventana y con un “candidato”
que además de ser ostensiblemente débil (como dice un humorista
brasileño:"si Michel Temer se presentara a elecciones dudaría de
votarlo, porque lo conoce, hasta su propia esposa") y con suficientes
antecedentes delictivos como para ingresar en la emblemática cárcel
paulista de Itaí y no en el Palacio de Planalto, como ahora le ha tocado
en suerte. Sin embargo, las posibilidades que imponen las cada vez más
desacreditadas democracias burguesas le permitirían a Temer intentar
llevar adelante un plan de medidas que se han venido elaborando en
distintas usinas de la oposición a Dilma. De hecho ya está anunciado el
retorno de personajes que cohabitaron en la estructura política del ex
presidente Fernando Henrique Cardoso, máximo exponente del
neoliberalismo “a la brasileña”, o los aportes en tecnócratas y amigos
del FMI y del Banco Mundial que llegarán de la mano del derechista Aecio
Neves.
En ese marco de incorporaciones, quizás la que más
ruido provoca es el retorno de Henrique Meirelles, quien acompañara a
Lula al frente del Banco Central entre el 2003 y 2011, cuando
corrían tiempos de auge económico y no los actuales, donde la novena
economía del mundo hace aguas por donde se la mire. Meirelles, actual
ejecutivo de grandes empresas trasnacionales y hombre de confianza de
sectores del partido Republicano estadounidense, promoverá desde la
cartera de Economía, una política de más ajuste y endeudamiento como ya
probara su colega Joaquim Levy en la gestión Dilma.
Dulces por la “victoria” obtenida, los partidos de
derecha más ligados a instalar a Brasil en la Alianza del Pacífico y
emprender relaciones carnales con Estados Unidos y Europa, tratarán de
aprovechar el tiempo que va hasta fin de año para evitar no sólo que
Dilma vuelva (algo que a esta altura parece improbable) sino que Lula da
Silva, el único dirigente carismático de los sectores populares pueda
aspirar a vencer en futuras elecciones.
Sin embargo, la derecha puede imaginar escenarios
idílicos -desde su punto de vista- de privatizaciones, despidos y
devaluaciones encubiertas, pero hay un factor con el que necesariamente
tendrá que contar y que no es precisamente un imponderable. Se trata de
la inmensa resistencia popular que desde hace meses viene ganando las
calles de Brasil. Esos trabajadores y campesinos que no tuvieron dudas
de enfrentar las políticas de ajuste del ministro Levy ni las
provocadoras gestiones en defensa de los agronegocios de la ministra
Katia Abreu, ambos de la gestión que ahora ha sido destituída. Esos
hombres y mujeres que bloquean las carreteras, que están a pie de
barricada, a los que se les ilumina el rostro cuando se encuentran con
sus pares gritando consignas de “tierra, techo y trabajo”, o que marchan
de un punto al otro denunciando que el Brasil de los de abajo tiene
años de estar esperando por demandas incumplidas. Gente de pueblo
que prefirió no ocupar cargos y defender la autonomía de clase,
precisamente para no sumergir las ideas revolucionarias que poseen, en
las cloacas burocracia y la politiquería.
Allí, precisamente allí está el Brasil real, con los
Sin Tierra y los Sin Techo, con los metalúrgicos de ABC o los operarios
de la Mercedes Benz, que estos días gritaron para que lo escuche el
mundo “Nao vai ter golpe”. En esas andaduras está la savia que
alimentará la resistencia que a partir de este fatídico 12 de mayo,
deberá intentar que Temer y sus secuaces se den cuenta que cualquier
gobernabilidad que trate de llevar a cabo será imposible.
Los pobres de Brasil saben que si no se mueven con
fuerza se impondrá el gobierno de los ricos. Por eso lo proclaman en sus
asambleas: ya no es tiempo de conciliábulos sino de acción, de paro
general, de rutas y calles cortadas por multitudes, de desobediencia
civil en todos los órdenes, de sabotaje a quienes intenten vulnerar
conquistas obtenidas, de armar frentes de rechazo a empresarios voraces,
de denuncia constante al terrorismo mediático practicado por la Red
O’Globo y otras similares. Esas rebeldías de las que indudablemente el
pueblo brasileño está nutrido, son los elementos básicos para que
el golpe producido no funcione. Ahora "es tiempo de guerra” cantaba
Chico Buarque hace años, y no de mansedumbre complaciente. Ya habrá
espacio para pensar en elecciones anticipadas o potenciar la candidatura
de Lula, hoy lo más importante se juega en las calles, que es a lo más
le teme la burguesía. El resto, para que esa resistencia no quede
aislada, será obra de la solidaridad internacional de todos los pueblos
que quieren que Brasil le tuerza el brazo al Imperio.
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