Víctor Meza
I - Las manifestaciones
masivas de protesta y descontento que hacen los ciudadanos desde el
recién pasado mes de junio del 2015 en todo el territorio nacional,
son la prueba más contundente de que los hondureños hemos llegado a
un punto tan alto de hastío y hartazgo social, que estamos ya en el
límite mismo de la rebeldía y el repudio activo contra el abuso, la
impunidad y la corrupción generalizadas.Las llamadas “marchas de las antorchas”, expresión ciudadana de la protesta colectiva, son la mejor demostración de que el Estado y el gobierno han sucumbido a una especie de “ruina moral” y pérdida casi total de la legitimidad política y social. Están en un franco proceso de desintegración ética y disolución institucional.
La gradual evaporación de la institucionalidad pública deriva en erosión y deterioro acelerado del Estado de derecho. La falta de credibilidad en las instituciones se alimenta y reproduce en el descontento social y el llamado “desencanto democrático”. La gente pierde la confianza y la sustituye por escepticismo y desconfianza ante el desempeño del Estado. El aparato estatal deja de ser percibido como un instrumento para la buena gobernabilidad y pasa a convertirse en un obstáculo para la misma. La paciencia colectiva se acaba y la explosión social aparece cada vez como más inevitable.
Las marchas han despejado las últimas dudas, siempre teñidas de un discreto escepticismo, que todavía algunos tenían sobre la capacidad de reacción del pueblo hondureño ante los abusos y la arbitrariedad. Se demuestra que todo tiene un límite, un punto de llegada que no admite retorno hacia la antigua complacencia.
II - ¿Por qué desfilan los ciudadanos? ¿Cuál es la razón última que los impulsa a salir a las calles y caminar kilómetros enteros enarbolando sus antorchas y coreando las más variadas consignas?
No es una sola razón, son varias, pero todas tienen un denominador común: el rechazo ante el abuso, la impunidad y la corrupción. La gente marcha porque está harta de tanta podredumbre, siente hastío social frente al descaro, el cinismo y la impunidad de los que corrompen el tejido social y roban los recursos y dineros del Estado. La gente simplemente ha decidido decir ¡basta ya!, ¡hasta aquí nomás!, ¡no lo toleramos más!
Este es el punto del peligroso agotamiento de la tolerancia social. El momento en que la indiferencia se vuelve impaciencia y, al final, se traduce en rebeldía colectiva. Es el punto al que ha llegado ya nuestra sociedad. Así lo demuestran las multitudinarias marchas de las antorchas.
III - ¿Cuál es la naturaleza del “movimiento” que se autodenomina “oposición indignada”? ¿Cuáles son sus rasgos principales, sus características básicas?
Al igual que con las razones que impulsan la indignación, también en este caso no basta una sola respuesta; son varias:
- Más que un
movimiento social, la oposición de los llamados indignados es algo
así como la “ciudadanía en acción”, la “sociedad en
movimiento”. Ni siquiera es la suma de varios sectores sociales,
es más bien la sociedad entera la que se desplaza y manifiesta.
- No es de naturaleza
clasista, es decir representativa de una clase social específica y
concreta. Es policlasista, múltiple, amplia, variada y, por lo
tanto, deviene obligada a ser tolerante y plural, incluyente y
democrática. En ella cabemos todos, sin distingos de clase social,
origen, situación o posición de clase, a pesar de las diferencias
de opiniones partidarias o simpatías ideológicas. Es un
conglomerado social en su sentido más amplio y abarcador.
- Sus demandas giran en
torno a las virtudes que la ciudadanía espera y exige, como
antípodas necesarias, ante los defectos y vicios del poder político
que se ejerce de manera autoritaria e ilegal. La gente reclama lo
que espera de un Estado democrático y respetuoso de los derechos
ciudadanos. Repudia lo que considera abusivo e ilegal.
- Rechaza el
autoritarismo y acepta la autoridad, a condición de que esté
basada en la ley y en el respeto al Estado de derecho.
- Exige justicia y
rechaza la impunidad. Reclama con vehemencia el castigo a los
corruptos y el cese de su acción depredadora.
- Repudia la opacidad y
pide transparencia. Aboga por el desmantelamiento de las redes
mafiosas que, desde el interior y desde el exterior, se han
apoderado y secuestrado los eslabones clave del Estado.
- Está en contra de la
represión y los abusos del poder, por lo que defiende y exige el
respeto de los derechos humanos. Condena la vocación autoritaria e
intolerante del actual gobierno, que desnaturaliza la verdadera
función del Estado, intimida a la población y niega los derechos
básicos de la ciudadanía.
- Es espontánea y, por
lo mismo, no responde a lineamientos partidarios. Su naturaleza
libre la pone a salvo de los dogmas y le estimula positivamente su
imaginación creadora. El espontaneísmo, sin olvidar sus
debilidades y flaquezas, contribuye, al menos en esta fase de su
desarrollo, a fortalecer la autonomía y la libertad de acción y
pensamiento. Es positivo, al menos por ahora.
- No rechaza ni
desprecia la política, pero no permite que sean los políticos
quienes dirijan la protesta ciudadana. Su calculada distancia con
respecto a los políticos no debe convertirse en un rechazo y
negación de la política. Su amplio poder de convocatoria no nace
de su supuesto carácter apolítico, sino de la gran dimensión que
ha adquirido el cansancio y el hastío social frente a la corrupción
y la impunidad, del hartazgo colectivo ante el deterioro e
ineficiencia de las instituciones y el desprestigio de la mayoría
de los dirigentes políticos. La política no es el problema; el
núcleo del asunto está en la desintegración moral de la mal
llamada “clase política”.
- Su espontaneísmo es
una fortaleza al momento de ejercer el poder de convocatoria y
diseñar su agenda múltiple, pero puede convertirse en una
debilidad más tarde o más temprano al momento de asegurar la
organización y la sostenibilidad del esfuerzo a mediano y largo
plazo. Lo que hoy es positivo y movilizador, mañana puede volverse
negativo y desmovilizador. Hay que tener en cuenta esta lógica
dialéctica de todas las manifestaciones populares.
IV - ¿Cuál es el futuro de la oposición de los indignados?
Eso dependerá de varios factores. Veamos algunos de ellos:
- Su capacidad y
voluntad para construir redes básicas de organización y
movilización planificada. Posiblemente la organización reduzca la
masividad de la convocatoria, pero, sin duda, aumentará su fuerza y
capacidad de presión y propuesta. Todo dependerá de la mayor o
menor habilidad e inteligencia para saber gestionar la diversidad y
el pluralismo.
- La coherencia y
viabilidad de sus demandas, es decir la apuesta real entre la utopía
posible y la imposible. Si las demandas carecen de posibilidad
práctica, pierden sustento y se evaporan en la frustración y el
desencanto. Y al revés: si las demandas responden a “lo posible”,
adquieren nueva energía y, asumidas por todos como propias, se
vuelven fuerza material.
- La vocación
democrática de los convocantes y del eventual liderazgo de las
marchas. La pluralidad, la tolerancia y la inclusión, deben ser
condiciones permanentes e inmanentes a la “ciudadanía en
movimiento”. Si su carácter democrático se debilita o disuelve
en medio de la dispersión de liderazgos sectoriales y “asambleísmo”
inútil, la movilización pierde su rumbo y ritmo de crecimiento.
- Para evitar la
dispersión de los reclamos, será preciso diseñar propuestas más
concentradas y puntuales, que tengan la viabilidad requerida y,
sobre todo, que apunten al rediseño del esquema institucional del
país y al debilitamiento o erradicación de las tendencias
autoritarias y dictatoriales del poder estatal. Hay que evitar la
propuesta aislada y sustituirla por la demanda consensuada.
- La reacción del
gobierno, que puede ser hábil e inteligente o, por el contrario,
represiva e intolerante. En el primer caso, habrá que prepararse
para buscar y negociar soluciones viables, pero, en el segundo, la
preparación debe ser para resistir y contraponer. La opción, en
este caso concreto, está en manos del gobierno.
Estas son algunas reflexiones en torno a la llamada “oposición indignada”, la misma que se expresa a través de la movilización masiva y constante en las “marchas de las antorchas”. Es un fenómeno social y político absolutamente novedoso en la práctica diaria de nuestro país y, precisamente por eso, se impone la necesidad de analizarlo, estudiarlo con detenimiento y tratar de entenderlo, para aprender del mismo, de sus falencias, de sus tropiezos y, por supuesto, de su indudable y sorprendente éxito.
El objetivo de este ejercicio de interpretación no es otro que el de contribuir, desde la experiencia y objetivos del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH), a un debate más coherente y sostenido sobre lo que está aconteciendo actualmente en nuestro país. Es una forma de generar valores y conceptos para consolidar nuestra incipiente cultura política democrática.
Tegucigalpa, julio de 2015
I - Las manifestaciones masivas de protesta y descontento que hacen los ciudadanos desde el recién pasado mes de junio del 2015 en todo el territorio nacional, son la prueba más contundente de que los hondureños hemos llegado a un punto tan alto de hastío y hartazgo social, que estamos ya en el límite mismo de la rebeldía y el repudio activo contra el abuso, la impunidad y la corrupción generalizadas.
Las llamadas “marchas de las antorchas”, expresión ciudadana de la protesta colectiva, son la mejor demostración de que el Estado y el gobierno han sucumbido a una especie de “ruina moral” y pérdida casi total de la legitimidad política y social. Están en un franco proceso de desintegración ética y disolución institucional.
La gradual evaporación de la institucionalidad pública deriva en erosión y deterioro acelerado del Estado de derecho. La falta de credibilidad en las instituciones se alimenta y reproduce en el descontento social y el llamado “desencanto democrático”. La gente pierde la confianza y la sustituye por escepticismo y desconfianza ante el desempeño del Estado. El aparato estatal deja de ser percibido como un instrumento para la buena gobernabilidad y pasa a convertirse en un obstáculo para la misma. La paciencia colectiva se acaba y la explosión social aparece cada vez como más inevitable.
Las marchas han despejado las últimas dudas, siempre teñidas de un discreto escepticismo, que todavía algunos tenían sobre la capacidad de reacción del pueblo hondureño ante los abusos y la arbitrariedad. Se demuestra que todo tiene un límite, un punto de llegada que no admite retorno hacia la antigua complacencia.
II - ¿Por qué desfilan los ciudadanos? ¿Cuál es la razón última que los impulsa a salir a las calles y caminar kilómetros enteros enarbolando sus antorchas y coreando las más variadas consignas?
No es una sola razón, son varias, pero todas tienen un denominador común: el rechazo ante el abuso, la impunidad y la corrupción. La gente marcha porque está harta de tanta podredumbre, siente hastío social frente al descaro, el cinismo y la impunidad de los que corrompen el tejido social y roban los recursos y dineros del Estado. La gente simplemente ha decidido decir ¡basta ya!, ¡hasta aquí nomás!, ¡no lo toleramos más!
Este es el punto del peligroso agotamiento de la tolerancia social. El momento en que la indiferencia se vuelve impaciencia y, al final, se traduce en rebeldía colectiva. Es el punto al que ha llegado ya nuestra sociedad. Así lo demuestran las multitudinarias marchas de las antorchas.
III - ¿Cuál es la naturaleza del “movimiento” que se autodenomina “oposición indignada”? ¿Cuáles son sus rasgos principales, sus características básicas?
Al igual que con las razones que impulsan la indignación, también en este caso no basta una sola respuesta; son varias:
- Más que un
movimiento social, la oposición de los llamados indignados es algo
así como la “ciudadanía en acción”, la “sociedad en
movimiento”. Ni siquiera es la suma de varios sectores sociales,
es más bien la sociedad entera la que se desplaza y manifiesta.
- No es de naturaleza
clasista, es decir representativa de una clase social específica y
concreta. Es policlasista, múltiple, amplia, variada y, por lo
tanto, deviene obligada a ser tolerante y plural, incluyente y
democrática. En ella cabemos todos, sin distingos de clase social,
origen, situación o posición de clase, a pesar de las diferencias
de opiniones partidarias o simpatías ideológicas. Es un
conglomerado social en su sentido más amplio y abarcador.
- Sus demandas giran en
torno a las virtudes que la ciudadanía espera y exige, como
antípodas necesarias, ante los defectos y vicios del poder político
que se ejerce de manera autoritaria e ilegal. La gente reclama lo
que espera de un Estado democrático y respetuoso de los derechos
ciudadanos. Repudia lo que considera abusivo e ilegal.
- Rechaza el
autoritarismo y acepta la autoridad, a condición de que esté
basada en la ley y en el respeto al Estado de derecho.
- Exige justicia y
rechaza la impunidad. Reclama con vehemencia el castigo a los
corruptos y el cese de su acción depredadora.
- Repudia la opacidad y
pide transparencia. Aboga por el desmantelamiento de las redes
mafiosas que, desde el interior y desde el exterior, se han
apoderado y secuestrado los eslabones clave del Estado.
- Está en contra de la
represión y los abusos del poder, por lo que defiende y exige el
respeto de los derechos humanos. Condena la vocación autoritaria e
intolerante del actual gobierno, que desnaturaliza la verdadera
función del Estado, intimida a la población y niega los derechos
básicos de la ciudadanía.
- Es espontánea y, por
lo mismo, no responde a lineamientos partidarios. Su naturaleza
libre la pone a salvo de los dogmas y le estimula positivamente su
imaginación creadora. El espontaneísmo, sin olvidar sus
debilidades y flaquezas, contribuye, al menos en esta fase de su
desarrollo, a fortalecer la autonomía y la libertad de acción y
pensamiento. Es positivo, al menos por ahora.
- No rechaza ni
desprecia la política, pero no permite que sean los políticos
quienes dirijan la protesta ciudadana. Su calculada distancia con
respecto a los políticos no debe convertirse en un rechazo y
negación de la política. Su amplio poder de convocatoria no nace
de su supuesto carácter apolítico, sino de la gran dimensión que
ha adquirido el cansancio y el hastío social frente a la corrupción
y la impunidad, del hartazgo colectivo ante el deterioro e
ineficiencia de las instituciones y el desprestigio de la mayoría
de los dirigentes políticos. La política no es el problema; el
núcleo del asunto está en la desintegración moral de la mal
llamada “clase política”.
- Su espontaneísmo es
una fortaleza al momento de ejercer el poder de convocatoria y
diseñar su agenda múltiple, pero puede convertirse en una
debilidad más tarde o más temprano al momento de asegurar la
organización y la sostenibilidad del esfuerzo a mediano y largo
plazo. Lo que hoy es positivo y movilizador, mañana puede volverse
negativo y desmovilizador. Hay que tener en cuenta esta lógica
dialéctica de todas las manifestaciones populares.
IV - ¿Cuál es el futuro de la oposición de los indignados?
Eso dependerá de varios factores. Veamos algunos de ellos:
- Su capacidad y
voluntad para construir redes básicas de organización y
movilización planificada. Posiblemente la organización reduzca la
masividad de la convocatoria, pero, sin duda, aumentará su fuerza y
capacidad de presión y propuesta. Todo dependerá de la mayor o
menor habilidad e inteligencia para saber gestionar la diversidad y
el pluralismo.
- La coherencia y
viabilidad de sus demandas, es decir la apuesta real entre la utopía
posible y la imposible. Si las demandas carecen de posibilidad
práctica, pierden sustento y se evaporan en la frustración y el
desencanto. Y al revés: si las demandas responden a “lo posible”,
adquieren nueva energía y, asumidas por todos como propias, se
vuelven fuerza material.
- La vocación
democrática de los convocantes y del eventual liderazgo de las
marchas. La pluralidad, la tolerancia y la inclusión, deben ser
condiciones permanentes e inmanentes a la “ciudadanía en
movimiento”. Si su carácter democrático se debilita o disuelve
en medio de la dispersión de liderazgos sectoriales y “asambleísmo”
inútil, la movilización pierde su rumbo y ritmo de crecimiento.
- Para evitar la
dispersión de los reclamos, será preciso diseñar propuestas más
concentradas y puntuales, que tengan la viabilidad requerida y,
sobre todo, que apunten al rediseño del esquema institucional del
país y al debilitamiento o erradicación de las tendencias
autoritarias y dictatoriales del poder estatal. Hay que evitar la
propuesta aislada y sustituirla por la demanda consensuada.
- La reacción del
gobierno, que puede ser hábil e inteligente o, por el contrario,
represiva e intolerante. En el primer caso, habrá que prepararse
para buscar y negociar soluciones viables, pero, en el segundo, la
preparación debe ser para resistir y contraponer. La opción, en
este caso concreto, está en manos del gobierno.
Estas son algunas reflexiones en torno a la llamada “oposición indignada”, la misma que se expresa a través de la movilización masiva y constante en las “marchas de las antorchas”. Es un fenómeno social y político absolutamente novedoso en la práctica diaria de nuestro país y, precisamente por eso, se impone la necesidad de analizarlo, estudiarlo con detenimiento y tratar de entenderlo, para aprender del mismo, de sus falencias, de sus tropiezos y, por supuesto, de su indudable y sorprendente éxito.
El objetivo de este ejercicio de interpretación no es otro que el de contribuir, desde la experiencia y objetivos del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH), a un debate más coherente y sostenido sobre lo que está aconteciendo actualmente en nuestro país. Es una forma de generar valores y conceptos para consolidar nuestra incipiente cultura política democrática.
Tegucigalpa, julio de 2015
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