Galel
Cárdenas
Casi es imposible seguir el
vértigo político de los escenarios de la lucha popular enfrentada a la
dictadura recia, sistemática, y cruel. Los analistas sólo pueden seguir los
acontecimientos con la pluma en ristre exponiendo el pensamiento dialéctico y
también lógico que corresponde, ante la avalancha de la dinámica social y su enfrentamiento
a la tiranía totalizante.
La dictadura ha usado —para sostenerse a tontas, locas y
represoras— las cuatro armas de su
investidura dictatorial: el poder judicial, el poder legislativo, el poder
ejecutivo y el poder fáctico mediático y policial.
No deja fisura en cada uno
de ellos. Con el poder judicial defiende su corrupción omnímoda, vergonzosa y
asquerosa; con el poder legislativo detiene todo el clamor del soberano y lo
anquilosa con leyes anti patriotas, usando para ello, las minúsculas inteligencias
de los vendedores de toda dignidad patriótica; con el poder ejecutivo golpea el
bolsillo doméstico, enriquece al poder económico, envilece al pueblo y lo manipula
de manera enajenada, superficialmente y con hipocresía calculada hasta
embobarlo como a un pobre idiota analfabeto.
Y así, recogiendo todos los
líderes anticomunistas, conservadores, y hasta traidores del pensamiento
revolucionario, ubicados en distintas instancias del poder nacional, ha logrado
configurar una claque multiforme, pero, todos a la voz de una, respondiendo a
sus requerimientos de fraude, manoseo
vulgar y maniobra política oportuna, lo respaldan y aplauden sin la más mínima vergüenza
moral o ética.
En este contexto, David Romero
Ellner se propuso, cual fiscal popular —y tomando como suya la causa de un
pueblo agredido por la élite inmoral que gobierna la nación—, acusar a Juan
Orlando Hernández, el fiscal general y adjunto, los jueces venales, y el
partido de gobierno nacionalista, de los más degradantes actos de corrupción nunca antes observado por el pueblo
hondureño.
David Romero Ellner, apoyado
en las pruebas contundentes que mostró
en la pantalla chica de la televisión para cientos de miles de espectadores de
su programa de información periodística,
desnudó por entero las partes íntimas de una voracidad enfermiza por el poder público.
En medio de todo este asunto
político, mezclado —por la parte querellante— con venganza personal de la acusadora
esposa del fiscal adjunto, el periodista Romero Ellner, ha sido
conducido a los tribunales penales del país, para amarrarlo al poste de la ignominia humillante y encarcelarlo a toda
costa, utilizando los más deleznables mecanismos del poder político, judicial y
policial hasta ahora concebidos por la mente morbosa y desquiciada del
Presidente de la república Juan Orlando Hernández.
El plan macabro y sus
diversas maquinaciones tenebrosas, incluían no solo el encarcelamiento sino
además el asesinato en las ergástulas
penitenciarias por un sicario anónimo contratado para tal efecto.
El pueblo que está en plena
efervescencia de indignación en las calles y en las huelgas de hambre en muchos
rincones de la nación, acompañó al
periodista patriota y cuando supo que los verdugos judiciales nombrados para el
asesinato jurídico del comunicador más querido por la ciudadanía hondureña, lo
enviarían a la cárcel a toda costa, se enfureció tanto que decidió derribar las
puertas del palacio nacional de la injusticia y en masa ingresó a la sala del
juicio correspondiente, arrebatándolo de las garras de sus detractores, marionetas
del poder omnímodo de la dictadura.
Más tarde lo introdujo a la
sede del Comisionado de los Derechos Humanos. Lo que habrá de acontecer en el
decurso del tiempo no se sabe a ciencia cierta, sólo se intuye que más temprano
que tarde la crisis se generalizará hasta niveles de violencia gubernamental que habrá de reprimir con fuerza
desmedida la voz popular y sus protagonistas encolerizados.
El pueblo con este acto
demostró que existe la justicia popular, la justicia de la colectividad, la
justicia de los sin voz, la justicia de los marginados, de los postergados del
bien común, de los relegados de toda equidad social.
Bien se puede colegir que
existe la voz de Dios que es la voz del pueblo en esta gesta histórica de
indignados contra la dictadura férrea de un presidente que como buen alienado
por el poder total, sigue su camino como si no existiera en esta faz de la tierra,
otra voz si no la suya que retumba en los oídos de los súbditos, trasportando
órdenes superiores de muerte, represión y desolación social.
En verdad existe la justicia
popular atenta (para la respuesta respetiva) a los desmanes del oprobio de la
tiranía de Juan Orlando Hernández, el orgiástico autócrata intolerante de
Honduras.
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