Otros
estadios de suprema evolución consumirán siglos y muchas generaciones,
después de las antorchas seguirán otras campañas heroicas que ya forman
parte de la historia de otros pueblos, los que pasaron al poder desde la
coyuntura accidental o desde la injusta cárcel, o aquellos que sin
opción de libertad.
Si
buscamos un sistema que surta desarrollo y justicia para todos en
Honduras, no hay porqué exaltar otro que no lo es en esencia.
Nos
referimos a creer, sin reflexión crítica, que una Comisión
Internacional Contra la Impunidad-Honduras (CICIH) es la cura inapelable
para los efectos estructurales del modelo económico y político vigente,
de donde brota exclusión, tiranía y desprecio impuesto a la nación por
la elite que aún controla el poder.
Lo
fundamental en nuestro transitar como pueblo es la dinámica histórica
de cómo se va construyendo durante siglos el nuevo hondureño; venimos de
aquel esclavo aterrado, con frío corporal de muerte ante un dios único,
fundido en cruz de hierro y espada.
Ese
mismo hombre enflaquecido que apoyó la Huelga de 1954, es el que cruzó
210 días temibles de soledad desde “la Resistencia” hasta la “Marcha de
las Antorchas”.
Sin
duda, el movimiento ciudadano ya irreversible perfila cambios
inevitables en los políticos y la política nacional, tan rápidos unos,
que de las próximas elecciones otro triunfador del corte antisocial de
Juan Hernández únicamente saldría por otro fraude electoral.
Otros
estadios de suprema evolución consumirán siglos y muchas generaciones,
después de las antorchas seguirán otras campañas heroicas que ya forman
parte de la historia de otros pueblos, los que pasaron al poder desde la
coyuntura accidental o desde la injusta cárcel, o aquellos que sin
opción de libertad, aceptaron que las armas son extensión de la
política, que la autodeterminación popular nunca es pacífica, que
valoraron la lección del extranjero, pero supieron que la soberanía es
función indelegable de la patria.
Nosotros,
como raza, vamos hoy queriendo comprender nuestra tristeza, semejada a
una historia en desarrollo que ignora su destino remoto. Poco a poco
vamos conociendo que algo común nos une en la calle, empezamos a creer
que tenemos derechos.
Por
esa razón el señor de Casa Presidencial ya no pertenece a este tiempo;
en estos días los indígenas Indignados reclaman que quieren educación de
Sexto Grado y los más bravos Tercer Curso; incluso, las mujeres del
campo occidental ya están hartas de parir sus hijos a Guatemala; piden
un hospital porque allá las humillan y hasta las regresan con gritos
porque son carga de Honduras.
Ellos
piden algo que estalla en risa en funcionarios, sin locura, para
reparar en pequeñeces y en gente que no parece hondureña. Jamás habían
visto tanta persona maloliente y harapienta. Nada que ver con la
sensación de importancia que aviva el ambiente de un Jet en altura,
aunque las antorchas ardan en las cornisas de la fortaleza militar en
que ha mutado el Palacio José Cecilio del Valle.
El
general laberíntico no puede ver el fuego indignado de las antorchas
porque iluminan las mentiras; nada de lo que piden puede darles, porque
nunca supo que el funcionario es mandadero de la nación; nada de lo que
dicen puede oírles, porque en la perdición del laberinto, no hay
seguridad ni compañía, y siempre se oye el eco de la propia voz.
Es
lastimero que el titular del Ejecutivo no estuviera listo para montar
el Estado, tenía población y territorio pero hace falta edificar las
instituciones que formen una auténtica república.
No existe más camino que una asamblea constituyente, que restituya el poder absoluto en manos del pueblo hondureño.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/noticias/nacionales/261-editorial-general-laberintico
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