miércoles, 29 de abril de 2015

Honduras: El camino a la crisis

La Prensa.hn/ 
por  Victor Meza

Por momentos, cada vez más frecuentes por desgracia, el país da la impresión de que, lenta pero inexorablemente, marcha hacia una nueva crisis política de magnitudes similares a la que permitió la ruptura del orden constitucional el 28 de junio del año 2009. La mal llamada clase política, con su tradicional déficit de recursos humanos debidamente calificados para ejercer la dirección del Estado, pareciera impermeable ante las enseñanzas de la historia e incapaz de aprender las lecciones que se derivan de aquel lamentable hecho político.
La evidente insistencia de forzar la revisión de las leyes para permitir la reelección presidencial -fórmula seudolegal para esconder los afanes continuistas del partido de gobierno y del mandatario actual –está causando un creciente clima de crispación política peligrosamente parecido al ambiente que prevalecía en los meses inmediatos al golpe de Estado del 28 J. 
En aquel momento, la institucionalidad estatal se mostró incapaz para procesar democráticamente la conflictividad política. Reveló en toda su magnitud las falencias y limitaciones, la vulnerabilidad y rigidez que la caracterizan. ¿Habrá cambiado tanto esa institucionalidad en el último lustro y, en consecuencia, estará ahora en capacidad de canalizar adecuadamente las tensiones y convulsiones de los conflictos políticos? ¿Estará –ahora sí– en capacidad de procesar correctamente una nueva crisis? Creo que no. Estoy convencido de que, lejos de fortalecerse y modernizarse, las instituciones del sistema político y del sistema de partidos más bien se han debilitado y han perdido la mínima autonomía necesaria para establecer el balance y los equilibrios necesarios entre los poderes del Estado. El debilitamiento de las instituciones, base y sustento del fracaso del Estado, sigue siendo un desafío a enfrentar, que la “clase” política local no parece haber comprendido en toda su dimensión y riesgo.
Las recientes declaraciones de un prominente líder empresarial en favor del continuismo presidencial, junto a las múltiples manifestaciones de colaboracionismo que los reeleccionistas reciben a diario, son una muestra de que no hemos sido capaces de entender la profundidad de los riesgos y el peligro que encierra la voluntad continuista de los gobernantes. En un Estado como el nuestro, mutilado en sus funciones de control interno y contaminado por los múltiples vicios que se derivan de la corrupción, es un suicidio político permitir que los gobernantes se reelijan en forma continua e inmediata. ¿Quién, en su sano juicio, podría asegurar que los recursos del Estado no serán utilizados para financiar la permanencia indefinida de un Presidente en su cargo? Si ya en la actual situación, con la prohibición constitucional de reelegirse, los gobernantes no vacilan en echar mano de los fondos públicos para asegurar la continuidad de su partido en el control del Estado, imaginemos una situación en la que tienen el camino libre, “legalmente” fundamentado, para maniobrar a favor de su propia reelección. De continuar así, permitiendo los abusos y el manoseo de la legislación constitucional, vamos directamente a desembocar en una nueva crisis de consecuencias todavía impredecibles.
El empresario de marras, acostumbrado como muchos de sus colegas a respaldar gobiernos que les favorecen y protegen, solo piensa en sus mezquinos intereses personales cuando levanta la bandera del continuismo presidencial. No piensa ni se le ocurre pensar en el daño que podría sufrir– una vez más– el tejido social del país y su ya débil y vulnerable arquitectura institucional. Acostumbrados a ver el mundo a través de sus propios balances financieros, creen irresponsablemente que lo que es bueno para sus empresas debe ser forzosamente bueno para todo el país y la sociedad en su conjunto. Lamentablemente no es así.
Todavía estamos a tiempo –quiero pensarlo así– de rectificar el camino y enmarcarnos con rigor y disciplina en los senderos de la ley. Pero no basta con las buenas intenciones; se requiere de una movilización vigorosa de las organizaciones sociales, de la ciudadanía, de los hombres y mujeres que creemos en las posibilidades de una nueva Honduras, más abierta y plural, más transparente y democrática para hacerle frente al reeleccionismo continuista.

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