Doscientos
días de clase por sí mismo es un logro muy significativo, y por eso
mismo digno de aplaudirse. Sin embargo, visto sin su conjunto puede
correr el alto riesgo de convertirse en un arma demagógica y en un
instrumento político.
La
educación ha sido siempre una asignatura pendiente en la sociedad
hondureña, y ha sido uno de los conflictos que se han ido agudizando al
menos en las últimas tres décadas. Siempre se ha postergado o ha sido
factor de negociaciones o componendas entre políticos, empresarios y,
por supuesto, entre gobierno y dirigentes magisteriales.
Todos
los conflictos hondureños, ya no solo el educativo, sino el de salud,
el agrario, el fiscal y muchos otros acumulados, podrían tener una
verdadera solución si a su solución acuden todos los actores
inmediatamente involucrados en los mismos. Cualquier conflicto que
quiera resolverse sin el concurso de todos los actores, o peor aún,
excluyendo deliberadamente algunos de ellos, siempre serán remiendos de
solución, pero no verdaderas y duraderas soluciones.
Si
el agudo y prolongado conflicto agrario, por ejemplo, se quiere
resolver solo con el concurso de ganaderos, terratenientes, técnicos y
políticos, y se excluye a las organizaciones campesinas, ese conflicto
no podrá tener una solución efectiva, solo se acumularía para surgir con
mayor crudeza en el tiempo oportuno.
Lo mismo ocurre con el conflicto educativo. Es un conflicto agudo y en el mismo están involucrados muchos actores. Los doscientos días de clases es una señal positiva, pero no significa que se esté avanzando a una solución efectiva y duradera del conflicto educativo, tan profundo como completo. El actual Ministro de Educación ha dado pasos importantes en el proceso de sanear el ministerio y las aulas educativas. Y lo ha hecho confrontando a dirigentes magisteriales con un poder que los hacía hasta hace poco intocables. Pero al final, no solo se llevó a dirigentes corruptos y vividores, sino que fue arrasando con todos los gremios, y prácticamente excluyó a todo el sector magisterial, piedra angular en el proceso educativo.
Al
excluir a todos los gremios magisteriales, y al magisterio en general,
el Ministro de Educación avanzó en una alianza con los sectores
elitistas políticamente más conservadores y comprometidos con la
privatización y la injerencia económica externa. Así se explica que el
festejo de los dos años consecutivos de doscientos días de clases lo
hayan animado estos sectores que por muchos años han estado
comprometidos con la educación privada. Están bien los doscientos días
de clase. Pero hay que evitar la ingenuidad, su costo puede pagarse muy
caro, porque si la solución al conflicto educativo es avalada por el
sector que cree más en la educación privada, las consecuencias pueden
ser muy graves. Lo mismo ocurre con el conflicto educativo. Es un conflicto agudo y en el mismo están involucrados muchos actores. Los doscientos días de clases es una señal positiva, pero no significa que se esté avanzando a una solución efectiva y duradera del conflicto educativo, tan profundo como completo. El actual Ministro de Educación ha dado pasos importantes en el proceso de sanear el ministerio y las aulas educativas. Y lo ha hecho confrontando a dirigentes magisteriales con un poder que los hacía hasta hace poco intocables. Pero al final, no solo se llevó a dirigentes corruptos y vividores, sino que fue arrasando con todos los gremios, y prácticamente excluyó a todo el sector magisterial, piedra angular en el proceso educativo.
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