sábado, 20 de septiembre de 2014

HONDURAS: LOS DADOS SOBRE LA MESA

Galel Cárdenas

Vivimos en un país cuyo guión político está redactado en una nación  extranjera que domina nuestra territorialidad.



Desde aquella decisión legislativa de Ramón Rosa y Marco Aurelio Soto, mediante cuya constitución se entregaron las tierras cultivables de las riberas de los ríos más caudalosos de la nación a compañías trans nacionales norteamericanas, Honduras ingresó —de pronto por decreto—  al mundo del capitalismo imperial.  

Desde entonces tales empresas “trans”  llegaron al país para penetrarlo en las fibras más íntimas y más sensibles de la hondureñidad,   la soberanía nacional, la cual en nuestros días  dejó de ser un valor sagrado para quienes han detentado el poder como estructuras políticas  malinchistas y  mercenarias.


Desde esa época se produjo en el país un nuevo rumbo que precisamente se desviaba del camino de  la autononomía y la identidad soberana y de las luchas patrióticas por conservar el valor primigenio de una patria libre de toda atadura.



Luego para ofrecer la paz y la tranquilidad a las transnacionales bananeras y mineras, se implantó una dictadura cruel basada en el encierro de los opositores, en el destierro de los intelectuales y políticos beligerantes, y en el entierro de los asesinados por motivaciones de un pensamiento democrático, con el objetivo de que no se moviera ni una hoja,  mientras se terminaban de asentar los intereses del gran coloso del norte en diez y seis años de dictadura férrea y sangrienta.



De  este modo el sendero del decurso nacional se bifurcó  desde la época morazánica, cuando el héroe luchaba  contra viento y marea por conjuntar y defender el proyecto más ambicioso que se haya implementado en Centroamérica.



Los  políticos pro monárquicos, soldados, y dirigentes sociales se inscribieron en las filas del conservadurismo gachupín “realista” y otros, los soberanistas,  se incorporaron como soldados patriotas en las columnas luchadoras de la patria soberana.



Fue una disputa sorda, violenta, llena de tragedia  personal, política y social.



Los desheredados de los bienes fundamentales para vivir una existencia decorosa siempre estuvieron insertos en ese proyecto patriótico desde la época de los procesos independentistas, con antecedentes de enfrentamientos apremiantes tanto en la conquista española y su contra parte indígena, como en la época colonial, donde los indios y negros vivieron momentos desgarradores   de esclavitud.



Toda esa contradicción de clase se fue consolidando hasta nuestros días, con el predominio de los dueños de la tierra, las fábricas, el gobierno, el ejército y la cultura nacional. 



Los jerarcas militares de filiación nacionalista mantuvieron el país en  vilo  —mediante cruentos Golpes de Estado—  desde el año 1963 hasta 1982, cuando asume un gobierno civil las riendas del Estado, por orden del imperio.  Durante toda esa época se convirtieron en terratenientes, empresarios de gran ascendencia financiera al grado tal que ya no vieron a la élite fáctica y mediática como individuos superiores, si no que formaron parte de la camarilla gobernante de la nación.



Los partidos políticos (nacional y liberal) asumieron el control del estado y se lo repartieron como un pastel de sabor extraordinariamente sabroso y oportuno.



Y así permanecieron 30 años alternando el poder. El  partido nacional que se ha arrogado la regencia de la nación por más de cien años, le hizo creer a los mismos torpes y siempre ingenuos dirigentes liberales, que ellos (los cachos)  eran mejores administradores de la cosa pública, ahora vuelta una cosa púbica y vergonzante.  



De manera que  lo azuzaron para dar un Golpe de Estado (2009) en donde el Partido Liberal llevaría la batuta, durante un tiempo corto,  pero, no se daban cuenta los militantes de las filas eternamente jóvenes, que aquello era solo un enganche, una comedia de pocas horas de duración, porque por detrás de tales dirigentes, los nacionalistas ---que son como los scauts, siempre listos—   negociaron con el Departamento de Estado la imposición de una dictadura,  a cambio de introducir definitivamente una daga en el mero centro del corazón de la soberanía nacional, las ciudades modelo, la venta  de las instituciones del Estado, la adecuación de toda la normativa jurídica  a la sustancialidad neoliberal, el desmontaje del Estado  beneficiario hacia la mano de obra nacional y hacia los pobladores desvalidos, el saqueo de toda las instituciones que guardaran en sus tesorerías dineros vivos, sin compromiso financiero ni peligros de pérdidas mercantiles, la creación de cuantas policías fuesen necesarias, las concesión de todo cuanto fuera útil para las compañías transnacionales, la creación de nuevos grupos de poder fático y mediático, en fin, la entrega total de nuestra nacionalidad hacia todo aquello que huela a inversión extranjera aliada a la nueva élite económica y política.



Ahora,  instalado en el poder supremo de la nación, Juan Orlando Hernández,  ha cumplido a cabalidad y más todavía, con aquellos compromisos sellados por el Departamento de Estado y el capital imperial norteamericano en complicidad con la nueva estructura de poder.

El asunto reside para las fuerzas sociales y políticas nacionales en cómo derrotar esta estrategia predeterminada, teniendo en cuenta que la compra venta del Poder Legislativo y Judicial está en manos del omnímodo presidente y dictador a la vez de este pobre país, el mediático calculador frío y puntual JOH,  ahora con ristre en mano apuntando hacia la re elección como catapulta de su sueño reaccionario: la dictadura de cuantos  períodos presidenciales pueda cubrir en el futuro cercano.



Los dados están tirados sobre la mesa, y para colmo de males, los jugadores no han podido descifrar el secreto de los cubos marcados con los mismos números de la victoria del juego de azar, por ello se avizora siempre un triunfo sobre el tablero  de las apuestas.



El que cambie los dados, cambiará el juego y derrotará al enemigo.

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