Pueden/ cargar en
hombros/ el féretro de una estrella.
Pueden destruir el aire
como aves furiosas,/ nublar el sol.
Pero desconociendo sus
tesoros/ entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren
despacio. Roberto Sosa (1930-2011)
Antes de la creación de las
Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional y el ejecutor de sus
políticas económicas, El Banco Mundial, a los hondureños se nos decía en las
escuelas que vivíamos en un país rico y
también era frecuente escuchar a mucha gente aldeana o pueblerina (entre los
que me incluyo) que eran pobres pero honrados.
Pasaba algo,
Honduras efectivamente, pese a su escasa extensión territorial, como el resto
de Centroamérica, está en una ubicación geopolítica y comercial de la que
nuestra sociedad no disfruta; compartimos con las demás naciones del istmo los
privilegios de contar con una biodiversidad enorme que incluye miles de
especies vegetales y animales nativas y abundantes recursos minerales; además
del beneficio de una precipitación fluvial que genera envidia en otros sitios
del planeta.
Con los
informes y tablas comparativas de Naciones Unidas y del Fondo Monetario nos
impusieron la idea del subdesarrollo, la pobreza y otros males que, como el
sentimiento de culpa que pregonan el judaísmo y el cristianismo, provocan en el
ciudadano o aldeano promedio, frustración desde el día primero que comenzó a
funcionar nuestra conciencia; de modo que cuando llegamos a la juventud ya
cargamos con un cerro de culpas, deudas (como la externa), obligaciones ajenas
y una amargura tremenda por el fracaso
que nos tienen pronosticado aquellos que han venido controlando el destino de
estas repúblicas.
Estos
sentimientos y otras prácticas que provocan atavismos han llegado a convencer a
muchos de su pereza, incapacidad, etc. Y así llegamos a desconocer nuestros
tesoros, aunque podamos convocar a marchas que aglutinan medio millón de
personas.
La razón de
esta reflexión y el título de este trabajo se debe a que un amigo que, como yo,
sueña con una Honduras más incluyente, con mejor distribución de la riqueza,
con más oportunidades para las mayorías actualmente excluidas (66% según cifras
oficiales están bajo la línea de pobreza y son las personas que más de afianzan
en la fe, cuando compran la lotería, asisten al culto o van a misa) y mayor
aprovechamiento, también para las mayorías, de nuestros recursos naturales:
tierra, bosque, agua, aire, minerales, me alegaba que el problema de la
Resistencia como partido radicaba en la falta de recursos financieros, porque
el voluntariado se iría reduciendo.
El golpe de
estado que afortunadamente (lo de afortunado es porque despertó a los
hondureños de su letargo de siglos) permitió distinguir a los enemigos
principales de la sociedad hondureñas: las oligarquías local e internacional;
pero la fuerza de la cultura dominante, de las tradiciones, digo, como los
aspectos atávicos que ya he mencionado antes, comienzan a aflorar, porque el
golpe ya se enfrió, como se enfrían las penas por las pérdidas de una novia un
novio o, lo que es peor, la muerte de un ser querido; todo el tiempo lo suaviza,
lo aminora y lo esconde , a veces, en las trastiendas del olvido; por eso, el
pueblo en resistencia está perdiendo de vista a sus enemigos (gigantes de siete
leguas los llamó Martí) principales y se dejan ver los resabios locales, los de
grupo, los del gremio, los del activismo particular; que son los mismos que
hicieron fracasar a los liberales criollos con Morazán a la cabeza, entre
1830-1838 y que propiciaron que la colonia (digo sus prácticas tradicionales,
religiosas, educativas, administrativas y políticas) se extendiera hasta 1870.
Porque el localismo,
la obcecación, el vedetismo o egocentrismo de los militantes liberales en
resistencia o de las dirigencias gremiales y sindicales está haciendo que se
pierda de vista al enemigo común y que indirectamente, defendiendo cada uno su
coto de caza, se traicione a la mayoría que se ilusiona con un verdadero
cambio.
Es lamentable
ver que, por la escogencia de un nombre, en el que no se toma en cuenta a más
de un millón trescientos mil hondureños que exigieron el retorno de MEL, al
negarse los “asambleístas” (práctica del tradicionalismo y de la democracia
representativa, tanto sindical como político partidaria) a consultarlo para que
emita su veredicto inapelable como se deseaba con la cuarta urna.
Esa cultura del
tradicionalismo político vernáculo es la que obliga a los aspirantes a cargos
de elección popular a llamar inteligente a los humildes, con expresiones como:
“el pueblo hondureño es inteligente, el
pueblo es la voz de Dios”.
Si
el asunto es de verdad así ¿por qué negarse a escuchar la voz de Dios para que
de esos hondureños resistentes, no oportunistas, sino sacrificados
permanentemente por quienes se han erigido tradicionalmente es sus
representantes, decida y legitime algunos aspectos relacionados con el futuro
político del país?
Existe la
tecnología y contratarla no requiere
mayores erogaciones, de repente ninguna, por lo novedoso del acontecimiento. También sé que existe, como parte del
tradicionalismo, montañas de excusas para evitar las consultas, la verdadera
participación ciudadana; porque, como bien dijo don José del Valle:
“El miedo, la fuerza, la adulación, el error,
la ignorancia, hacen en ocasiones proferir o realizar lo que no se quiere.
“
Se trata simplemente de nuestra incapacidad
para evadir la cultura en la que fuimos forjados por nuestros padres, maestros,
medios de comunicación y la sociedad con las generaciones que nos precedieron;
es así desgraciadamente, por eso lo que más cuesta a todo individuo es adoptar
prácticas nuevas, sobre todo cuando debe emprender una nueva aventura.
El temor provoca pánico en los miles de
activistas y líderes liberales que se opusieron al golpe de estado, porque
temen abandonar la seguridad que les daba militar en un partido que en menos de treinta años tuvo cinco presidentes
(incluido Mel Zelaya); a los dirigentes sindicales y magisteriales
(principalmente) les da temor arriesgar el nicho de poder de su sindicato o su
gremio, sobre todo cuando saben, que no son expertos en la política vernácula
hondureña y que pueden salir “quemados”, aunque tengan buenas intenciones, como
las que tuvo Mel Zelaya durante todo su gobierno, pero que no fueron suficientes
para iniciar las transformaciones del país.
Sin embargo, los miles de liberales en
resistencias que se aglutinan alrededor de Mel y que sienten y desean volverse
partícipes de los cambios que el país requiere, necesitan de los (que ellos
despectivamente llaman) “bloqueros”.
Los sindicatos y los gremios que mantuvieron
viva la llama de la resistencia hondureña, con sus marchas ininterrumpidas
durante todo dos mil nueve, también necesitan de los resistentes liberales para
no traicionar a los miles de hondureños que no son ni activistas ni
sindicalistas, pero constituyen la mayoría del pueblo hondureño en resistencia
y los votos necesarios para legitimar triunfos electorales y consultas
populares para temas fundamentales del país.
A ambos sectores los une su rechazo al golpe
y el deseo de transformar Honduras.
Pero para transformar Honduras se requiere el
triunfo electoral; mas no se puede llegar a éste sin constituir el partido político, de modo que no se puede
comer la liebre antes de cazarla.
Por eso quiero insistir en las ventajas de la
unidad de estos dos sectores y de sus experiencias, así como reiterar que
ninguna tradición es buena o mala en sí, sino que existe por muchos factores.
Es importante, por ello, el conocimiento de
la idiosincrasia electoral del hondureño que tienen los liberales en
resistencia, que tiene, por supuesto, especialmente Mel, porque de otro modo no
estaríamos escribiendo esto, si él no hubiese sido Presidente de la República.
También es importantísima la experiencia de
las dirigencias de los sindicatos y de los gremios; por sus luchas
reivindicativas y por el financiamiento con que cuentan.
Alguien dijo: “el dinero es la leche materna
de la política”. Y en los estados
modernos así ha ocurrido, sin embargo, las grandes mayorías no advierten estas cosas. El resultado es que
los partidos políticos tradicionales en casi todo el mundo son financiados por
el gran capital corporativo; de ahí que los institutos políticos que llegan al
poder no son más que las vitrinas con que el gran capital financiero local e
internacional impone candidatos, presidentes y sobre todo, recetas económicas y
políticas que avasallan a las mayorías y concentran el poder en pocas manos.
Lo hacen porque para ellos, que no hacen
asambleas numerosas, sino reuniones de una decena a una veintena de grandes
empresarios lo primero que definen son
sus prioridades y cuánto les corresponderá en el reparto; después cuánto
invertirán en los candidatos con posibilidades de triunfo y cuánto en los
congresos para que les aprueben sus leyes, en las cortes de justicia, para que
su seguridad jurídica funcione y así por el estilo. Solamente muy de vez en
cuando un candidato convertido en Presidente de la República se les da vuelta o
se les sale del carril, como pasó con Mel Zelaya.
Por
eso, mientras la oligarquía local está graníticamente unida y sabe que tiene
que defender todo aquello de lo que se
ha apropiado: cementeras, energía eléctrica, fondos de pensiones públicas
(pongan atención a INPREMA, INJUPEN y demás entes similares) medios de
comunicación (radio, periódicos, televisión), empresas de telefonía móvil y
demás negocios estratégicos de gran escala; los que deben tomar decisiones al
interior de la Resistencia Hondureña se escupen, se gritan, se insultan y,
finalmente, no se ponen de acuerdo en un nombre; todo porque pese a realizar
marchas masivas o a que “Pueden/ cargar
en hombros/ el féretro de una estrella. /Pueden destruir el aire como aves
furiosas,/ nublar el sol. /Pero desconociendo sus tesoros/ entran y salen por
espejos de sangre; /caminan y mueren despacio.” Mientras se los engulle en
gigante de las siete leguas o el de la oligarquía local.
Es un
tesoro para el Partido de la Resistencia Nacional o para el Partido de la
Resistencia Popular, como al final se lo llame, que haya surgido del Frente
Nacional de Resistencia Popular, donde se aglutinan todas las organizaciones (y
sus militantes, no siempre tomados en cuenta) que se opusieron al golpe de
estado del 28 de junio de 2009.
Es
bueno porque, por una parte, la estructura organizativa de gremios y sindicatos
puede conformar un brazo organizativo importante para los procesos electorales,
en este momento subutilizado hasta donde sabemos; pero la
presencia de todas estas organizaciones aglutina cerca de medio millón de
personas con empleo, pues estamos hablando de maestros, enfermeras, empleados
de entidades autónomas del Ejecutivo, obreros de muchas sindicatos de empresas
particulares, como el de la bebida y similares.
Todas
estas organizaciones manejan ya el uno por ciento de todas las planillas de ese
medio millón de personas de las que estamos hablando; una masa salarial que si
la calculamos a un promedio de dos salarios mínimos por persona empleada,
simpatizante de la resistencia, suma, con cifras conservadoras, de 800 a mil millones
de lempiras por año.
Si
todos los que nos opusimos al golpe de estado y deseamos realmente los cambios
en Honduras, autorizamos que durante este y el otro año, nuestra organización
sindical nos saque el 0.5 u otro 1% más para financiar la toma del poder
político a través de la Resistencia Nacional, nada podrá evitarlo, excepto: “El miedo, la fuerza, la adulación, el error
y la ignorancia…
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