México: «Vendimos nuestra alma y nos volvimos el muro» // Otras informaciones en Criterio.hn
Publicado por Criterio.hn / Enero 25, 2020
Tomado de: elfinanciero.com.mx Por: María Scherer A finales de los noventa, Carlos
Heredia y Martín Werner tuvieron una conversación inusual. El primero
era diputado federal por el PRD, el segundo subsecretario de Hacienda.
Ambos habían egresado de la licenciatura en Economía en el ITAM, de modo
que a Werner le desconcertaba que, siendo itamita, Heredia sostuviera
un pensamiento económico y político “demasiado fuera de la corriente
principal que prevalecía” en el instituto, en el gobierno de México y en
la iniciativa privada en aquel momento. Werner había comparecido ante los
diputados. Como era previsible, los perredistas lo insultaron. Heredia
no. “Yo sólo te voy a hacer preguntas que espero contestes”, le avisó al
funcionario. “Mi objetivo era obtener respuestas, no hacerlo pasar un
mal rato”. Gratamente sorprendido, Werner lo invitó a comer. En algún
restaurante cercano al Zócalo, preguntó: -¿Cómo fue que te echaste a perder? -¿Quieres la respuesta larga o la corta?, preguntó, a su vez, el legislador. -Quiero las dos. Heredia le contó que su madre, en la
infancia, y los jesuitas más tarde, lo habían hecho sensible y capaz
para entender y respetar a todas las personas, fuera cual fuera su
situación económica, su color de piel, su origen. “Me hicieron
preguntarme cómo era mi país más allá de lo que me rodeaba, o sea, de la
clase alta de Tampico y la clase media-alta ilustrada de la Ciudad de
México”.
Javier Beristain Iturbide, exrector
del ITAM, le ofreció una beca para Cambridge, que Heredia intentó
postergar un año para irse a Tabasco con los jesuitas de la Organización
Comunitaria de Cooperativas Campesinas en el estado. Los campesinos
tenían una cooperativa de plátano y otra de compras en común de
alimentos básicos. Con ellos conoció el sureste mexicano y también la
región que reivindicaría el subcomandante Marcos. Un día, en una
comunidad chontal en Tabasco, los curas le dijeron: “Necesitas ir a
conocer al licenciado Andrés”. Heredia tenía 22 años; López Obrador, 25.
La inquietud política del académico,
sin embargo, no surgió ahí. “Ésa ya venía. Irme a Tabasco fue una
ruptura de lo que podrías llamar la trayectoria prediseñada para un
joven de provincia que estudia en una escuela de élite”.
Heredia tampoco volvió para trabajar
en la administración pública o en una empresa privada. Se unió a una
organización de la sociedad civil y más adelante se matriculó en McGill,
la universidad que a su juicio reunía lo mejor de Norteamérica y de las
tradiciones británica y francesa.
Luego ingresó a la Secretaría de
Hacienda, al mando de Jesús Reyes Heroles. Se fue en 1988, porque estaba
claro que Heredia no encajaba en el sistema. No quiso entrarle al pase
de charola, tan propio de los priistas, y, peor aún, hizo pública su
inminente adhesión a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. “Así comenzó
una relación de treinta y tantos años con él y con Lázaro, dos
referentes muy importantes en mi vida”.
Invitado por López Obrador, fue
diputado en 1997, en aquel histórico Congreso de mayoría opositora. Fue
parte del equipo lopezobradorista en el Gobierno de la Ciudad de México
en 2002 y del de Lázaro Cárdenas Batel cuando gobernó Michoacán. Fue ahí
que empezó a estudiar la migración de mexicanos y centroamericanos a
Estados Unidos, materia en la que es una autoridad.
“La lucha de los trabajadores
mexicanos y centroamericanos en EU es otra ola de lucha por los derechos
civiles, aunque no lo ven así los estadounidenses; para ellos la lucha
por los derechos civiles es de los afroamericanos, que al final, son
también estadounidenses”.
La trayectoria académica de Carlos
Heredia es extensa. Desde que se empezó a negociar el TLCAN, representó a
un grupo de organizaciones en Washington y fue testigo de primera
línea. “Eso me permitió entender, muy temprano en mi desarrollo
político, qué significa Estados Unidos en toda su complejidad”.
Dentro del CIDE, Heredia impulsó el
estudio de la política interna estadounidense y lo que llama “los
factores internos de la política exterior estadounidense”. En su empeño,
incorporó también la región Asia-Pacífico y la sistematización de sus
estudios sobre migración.
La elección de 2018 y “la disonancia
entre un segmento de mexicanos que somos privilegiados y la gran mayoría
que no lo es” lo aflige: “Es ambicioso conseguirlo, pero urge construir
puentes de diálogo y vincular a esos sectores ilustrados, que piensan
que tienen la receta para el crecimiento económico y para la democracia,
pero que no aceptan que esa receta debe pasar por el acercamiento a un
México con el que prácticamente no convivimos. Me gustaría pensar que
habemos algunos que podemos tender esos puentes, aunque no será fácil ni
automático”, apunta.
Heredia explica que no estamos ante
una crisis migratoria. No es el término preciso: “Estamos ante una
crisis humanitaria. Poca gente entiende que en México hay, al mismo
tiempo, desocupación y escasez de trabajadores. En el sector
manufacturero y de servicios, hay empresas que no encuentran suficientes
trabajadores capacitados o que deseen trabajar por el salario que
ofrecen, cosa que también ocurre en EU. Los flujos de mexicanos bajaron
desde 2010, aunque han vuelto a subir por la violencia y porque EU ha
incrementado el número de green cards a mexicanos, de lo que se habla
poco porque el foco está en migración sin papeles”.
Sigue: “La gran paradoja ocurrió desde
que Trump presionó con la imposición de aranceles, y decidimos
sacrificar a los migrantes centroamericanos como moneda de cambio,
cuando vendimos nuestra alma y nos convertimos en el muro. Visto que se
confirmó que tratar de complacer a Trump es un ejercicio fútil, espero
que se remueva la conciencia de los mexicanos y entendamos que la
defensa de nuestros intereses también pasa por la reivindicación de los
derechos humanos, dentro y fuera de nuestra frontera.
-¿Ves algún escenario manejable? -No. Enfrentamos un escenario
inmanejable. El propio Trump no va a poder controlar las consecuencias
de lo que hace; va a galvanizar a sectores protofacistas e
intervencionistas que ven con profundo desprecio a México, y, lo más
grave: que, en la estructura mental de muchos estadounidenses, Trump no
se irá nunca. Será muy difícil cambiar el chip del supremacismo blanco, y
para ellos seremos siempre un país ingobernable de narcos, violadores y
criminales, aunque formalmente nos llamen socio comercial.
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