La amenaza militar en el conflicto venezolano escaló en el 2019 con la autoproclamación de Juan Guaidó. Su liderazgo, fabricado en los pasillos de la Casa Blanca y la campaña internacional para legitimarlo como “presidente interino” que sintetice el cambio de régimen en el país, está empañado por las frecuentes indicaciones de distintos emisarios del gobierno estadounidense, incluyendo al presidente Donald Trump, de que “todas las opciones están sobre la mesa”.
Esta alusión a utilizar la fuerza militar se ha manejado como una suposición hasta ahora. Es una de las opciones menos atractiva a pesar de que las acciones irregulares de desestabilización no han desgastado el respaldo hacia el gobierno de Nicolás Maduro en la base social venezolana. Este jueves, el representante del Departamento de Estado para Venezuela, Elliott Abrams, lo dejó claro: “sería prematuro que la oposición venezolana pidiera una intervención porque en Europa, América Latina y Estados Unidos no lo estamos considerando”.
Sin abandonarlo por completo, Estados Unidos estudia muy de cerca el escenario de la guerra, los actores geopolíticos euroasiáticos casi obvios que automáticamente estarían implicados y las posibles consecuencias que tendría en el declive como potencia que actualmente padece, de extenderse el conflicto más allá de su control y fallar en los objetivos.
Por qué EEUU no pueden ganar las guerras con medios militares
En la historia contemporánea, se observa la repetición de los efectos morales en la derrota en Vietnam, ahora con el complemento de que los países llevados al terreno de la confrontación, participan en conjunto para desarrollar fórmulas para extenuarle ese recurso a las potencias en futuros escenarios.Una mirada a los resultados de las últimas operaciones militares de Estados Unidos en las regiones de Afganistán, Irak y Siria, con cuantiosos gastos militares de por medio, confirman el fracaso militar global del país en su intento por mantener exclusivamente bajo la amenaza de guerra, el dominio de espacios comerciales vitales y por ende, su posición privilegiada como hegemonía, en un momento donde el centro de poder se desplaza hacia las potencias emergentes lideradas por China y Rusia.
Según el autor estadounidense, Stephen B. Young, las fallas de EEUU en las campañas de guerra se deben a que utiliza solo los extremos del poder duro y blando, a saber, operaciones militares y de asedio financiero para agredir directamente a un país o acciones encubiertas del tipo “primavera árabe” para formar legiones insurgentes que se apropien de las demandas de la democracia occidental, efectuando cambios de regímenes.
Young plantea que en las políticas de seguridad nacional “tanto el poder duro como el blando se aplican unilateralmente, por lo que la carga del éxito recae principalmente en nosotros mismos”.
No es que cada punto de conflicto esté únicamente abordado por estadounidenses, sino que cada vez más, las alianzas de Washington con otros actores políticos del mundo se hacen en términos de subordinación y las órdenes son dictadas sin previo consenso. Al fracasar en las operaciones, estropean la imagen de poder unipolar que proyectan en los países conquistados culturalmente peligrando las lealtades ciegas.
El ejemplo se puede observar en Europa y la frustración de la sociedad con los gobiernos que resulta en disturbios masivos como el de los chalecos amarillos en Francia, y surgimiento de movimientos nacionalistas que coquetean con enemigos comerciales de Estados Unidos (el caso de Italia y su decisión de formar parte en la nueva ruta de seda de China).
Los países integrantes de la OTAN en la mayoría de las ocasiones han acatado las órdenes norteamericanas de agredir países en África, Oriente Medio y Europa Oriental, pero en ocasiones recientes, como en el abordaje del asedio a Irán, se han decidido por las soluciones diplomáticas, mostrando la propia vulnerabilidad económica que perciben de financiar salidas violentas fuera de sus fronteras.
En tales circunstancias, imitar este modelo en la región latinoamericana, aprovechando que cuentan con el respaldo público de facciones de la extrema derecha que se han instalado en gobiernos anteriormente progresistas, es un movimiento temerario.
Posición euroasiática ante el declive de la amenaza occidental
Una vez que los grupos neoconservadores retomaron los principales puestos de poder dentro de la administración de Trump, las líneas trazadas en el mapa de objetivos estratégicos para la nación fueron afincadas con una escalada simultánea de conflictos.Los comunicados oficiales de tomar caminos violentos en el Mar de China, Corea del Norte, Irán, Crimea y ahora Venezuela, se han alternado como represalia a los pasos coordinados por Moscú y Pekín para construir nuevas formas de relacionarse comercialmente con otras regiones.
En efecto, las agresiones orientadas sobre todo al plano financiero, no han hecho más que acelerar esta iniciativa, que al nivel que se encuentra hoy en día, permite que el multilateralismo influya en la disuasión de métodos armados para atacarlas.
Tanto Rusia como China se defienden del asedio político de Estados Unidos, valiéndose de una identidad nacional fortalecida en sus raíces culturales y asimismo respetan la que construyen otras naciones bajo sus propios códigos, ofreciendo relaciones militares y comerciales bajo acuerdos diplomáticos basados en la aprobación mutuaque protejan cada proceso autónomo. Una diferencia abismal que solo agrava la hegemonía liberal estadounidense.
Intervención en Venezuela: variables en contra, factores negativos y costos
Ante este desfavorable cuadro geopolítico para EEUU se presenta la opción militar en Venezuela. Los medios corporativos han aportado gran parte de los análisis que sopesan las variables de una guerra en territorio sudamericano. Enfatizan el rechazo masivo que esta insinuación generó en la opinión pública internacional, aún con el propagandizado argumento de que en Venezuela se vive una crisis humanitaria comparable a países como Yemen.Ni los países más obstinados en el cambio de régimen del chavismo, ni los organismos multilaterales, tienen intenciones de acompañar públicamente a la afirmación. Es así que el mismo Elliot Abrams, enviado especial de Washington para Venezuela, tuvo que calibrar el discurso bélico, negando el desarrollo de este escenario como próxima acción inmediata.
Pero la falta de consenso global o el evidente respaldo diplomático de los gobiernos de China y Rusia a Venezuela no son los únicos factores que retraen a la Casa Blanca.En una nota publicada por The Guardian en enero de 2019, se tomó en cuenta las anteriores intervenciones militares abiertas en países latinoamericanos. Las referencias más inmediatas son las intervenciones a Granada y Panamá en 1983 y 1989, y luego a Haití en 1994.
En todos los casos, Estados Unidos se embarcó con altas probabilidades de éxito, al tratarse de países pequeños con una preparación militar mucho menos relevante. Ante estas referencias, el portal sentencia que “Venezuela no es Granada o Panamá, los dos países latinoamericanos invadidos por Estados Unidos durante los últimos días de la Guerra Fría”, añadiendo las claras diferencias con la composición militar venezolana.
Al revisar únicamente los aspectos estadísticos, el país tiene actualmente mayor proximidad militar a la región árabe que a países centroamericanos y caribeños, siendo incluso ubicadas en el ranking mundial del sitio web Global Firepower por encima de Siria e Irak, que derrotaron en el terreno a los grupos mercenarios del Estado Islámico financiados por Estados Unidos, además de forzar el retiro de sus fuerzas militares instaladas allí.
Más preocupante es que Colombia se ubique varios puestos por debajo, ya que es el único candidato fronterizo que ha prestado su territorio y sus soldados en operaciones especiales para entrenar y supervisar a las células terroristas que ingresan al país a diferencia de Brasil, país con mayores proporciones bélicas que desde el ascenso de Bolsonaro refuerza las relaciones con Estados Unidos, pero que en su seno militar insistentemente rechaza una intervención militar.
Además de la dotación tecnológica de armamento militar, proporcionada principalmente a través de convenios con Rusia, Venezuela cuenta con un tejido caracterizado por la fuerte unión cívico-militar.
Los fallidos intentos por conseguir una deserción considerable de la Fuerza
Armada Nacional Bolivariana (FANB) develan que Estados Unidos no pasa por alto este factor.
Un artículo de opinión escrito por Shannon K O’Neily publicado por el medio financiero Bloomberg, explica que estimando el grueso del chavismo en un 20 por ciento “es casi seguro que estas personas lucharían contra una campaña no convencional”, en caso de una intervención militar.Un agregado civil, organizado en movimientos sociales y políticos, a los 160.000 combatientes activos de las FANB que exigiría la participación de 150.000 tropas regulares estadounidenses.
Las prácticas de operaciones multinacionales que se han venido desarrollando en la región latinoamericana, tampoco son garantía de ventajas.En los últimos años, el Comando Sur de EEUU aumentó los ejercicios militares en los alrededores de Venezuela. Es el caso de los “Vientos Alisios” (con la participación de países caribeños) y la “Operación América Unida” (en la triple frontera de Brasil, Colombia y Perú) ambas desarrolladas en 2017 bajo el supuesto de manejar situaciones de desastre.
A pesar de ello, los países implicados sostienen su reticencia al conflicto armado, pues no se sienten preparados militarmente para afrontar un escenario similar al de Irak, reconociendo que la campaña se extendería por años.
Por otro lado, los efectos de una masiva ola migratoria desatadas por la invasión tampoco le es indiferente a los encargados políticos de Washington, estando tan cerca del punto de conflicto.
Teniendo en cuenta las políticas migratorias que Estados Unidos implementó contra los migrantes económicos venezolanos entre 2017 y 2018, negándole asilo político y deportándolos en algunos casos, es poco probable que en un hipotético caso de éxodo estén en la disposición de prestar apoyo logístico a refugiados de guerra.
Otras contradicciones salen a flote del análisis a la incursión militar. The Guardian advierte que “Si Siria es un punto de referencia, entonces apoyar a un millón de refugiados costará entre 3.000 y 5.000 millones de dólares al año”. Hasta ahora, para financiar la ayuda humanitaria se han desembolsado menos de 70 millones de dólares.
Justamente el manejo de todas esas variables, motiva a que paralelamente al discurso pro-belicista de
Estados Unidos, emerja Canadá para liderar acciones revestidas de diplomacia que sumen apoyo al gobierno ficticio de Guaidó en la región, tapando los huecos que deja el empuje a la confrontación abierta.
La ineficacia de los métodos de golpe suave (encomendados a figuras locales del antichavismo) para conectar con la sociedad venezolana en las incursiones de desestabilización política de 2014 y 2017, se derivó de la anarquía y la ingobernabilidad que imperaba en las zonas donde el gobierno estuvo en desventaja. La experiencia de esos momentos de violencia extrema, trasladó a sectores indecisos hacia las propuestas de retorno a la paz que el Estado supo colocar en la mesa.
Que ahora Juan Guaidó, cara comercial de la injerencia extranjera, exhorte abiertamente a una intervención militar, dificulta que las operaciones no convencionales puedan catalizar el malestar producido por el sabotaje a los servicios básicos y transformarlo en protestas violentas que cubran la filtración de grupos armados, emulando las revoluciones de colores anteriores.
Tomado de: Misión Verdad
http://barricada.com.ni/razones-por-las-que-eeuu-no-considera-la-opcion-militar/?fbclid=IwAR1AdBJIGvcleSzDyirWOSxZP8N2Bx3_t0StamrKk3QQQRdNReIiWea2oaE
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