Por defensores -
En los últimos días ha revivido un fuerte sentimiento colectivo de
rechazo al estado de cosas en Honduras. Es un sentimiento con epicentro
en Tegucigalpa, pero expansivo en todo el país.
La causa de esto es una larguísima acumulación de hartazgos desde
2009 hasta nuestros días, que los tontos llaman división de la sociedad
hondureña, y los más vivos llaman crisis, porque la aprovechan de mil
maneras.
En realidad es el ruido de un país destruido por el cartel de
narcotraficantes corruptos, que reemplazó a los Valle y a los Cachiros
en el negocio del lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas,
armas y corrupción. Y que asaltaron el Estado.
Es decir, eso no es ninguna división y ninguna crisis, eso es
simplemente un escenario violento que obliga a la gente a sobrevivir
luchando, a caminar exigiendo la destrucción del cartel del Occidente, a
reclamar gritando el país que le robaron.
A lo largo de estos últimos 10 años posteriores al golpe de Estado
del 28 de junio 2009 fuimos acostumbrándonos a fechas memorables de
sobresaltos.
El primer sobresalto fue la llegada furtiva de Manuel Zelaya a la
embajada de Brasil, el 21 de septiembre 2009, casi tres meses después de
su derribo por los narcos dirigidos desde la embajada estadounidense.
El siguiente sobresalto fue su salida al exilio el 27 de enero de 2010 y
la firma de un acuerdo en Colombia para regresarlo a Honduras en mayo
2011.
El país siguió de salto en salto, sin configurar todavía una
situación organizada que retome el poder para la gente del modo que sea.
Con el regreso de Zelaya, el siguiente sobresalto fue la eliminación
del Frente Nacional de Resistencia Popular y su conversión hacia un
partido político variopinto que perdió las elecciones en 2013 frente a
la maquinaria fraudulenta del líder del cartel de Occidente.
La oposición ciudadana se manifestó luego con antorchas, que
reclamaron a los políticos cohabitantes del poder mantenerse lejos, para
no contaminar el fuego popular.
Vinieron de nuevo las elecciones de 2017, otra vez a soñar, otra vez a
vivir el sobresalto de la reelección prohibida, del fraude brutal con
aval gringo. Este fraude monstruoso despedazó la ilusión colectiva de
alinear el país a China y a Rusia, y no a los Estados Unidos que lo
destruye como plataforma traficante de narcóticos y base de portaviones
de guerra.
Dos años pasaron después de aquél momento amargo, tiempo durante el
cual Honduras formó un barrio de delincuentes narcotraficantes corruptos
en Estados Unidos. Una larga lista de políticos liberales y
nacionalistas extraditados por la justicia de Nueva York y Florida,
porque nunca fueron siquiera denunciados en el poder judicial hondureño.
Y porque su poder amenazaba la seguridad interior de su propio amo.
En esa lista no sólo están los familiares del expresidente Porfirio
Lobo, sino también los familiares del impostor actual que usurpa la
presidencia de Honduras, su hermano el traficante a gran escala, el más
visible Tonny Hernández, alias TH, a juicio en septiembre próximo.
Es decir, no hay ninguna duda que el Estado de Honduras es víctima de
los meros delincuentes queridos por el Pentágono y el Departamento de
Estado, en Washington.
Desde el inicio de este proyecto delincuencial y hasta nuestros días
mucha agua ha corrido bajo el puente, pero la población sigue esperando
el momento de recuperar el Estado Democrático de Derecho.
En ese dilema estábamos esta semana, cuando un nuevo sobresalto
ocurrió. La policía militar rompió con almádanas las puertas de Radio
Globo, para capturar al periodista David Romero, y conducirlo a la
cárcel nacional de Támara.
Inmediatamente después de este hecho, la población ha retomado las
calles con antorchas y gritando la misma consigna de 2014. Fuera JOH.
La población está conmocionada. Un caso de injurias y calumnias
contra la familia de la abogada Sonia Gálvez, que bien pudo ventilarse
en los juzgados civiles, fue convertido por la dictadura en un acto de
venganza penal contra uno de sus críticos más mordaces en materia de
corrupción.
Sin menospreciar nunca el derecho de las víctimas que sufren los
excesos de la libertad, el encarcelamiento de David Romero fue
interpretado por la mayoría de la población como una violación a la
libertad de expresión de toda la sociedad.
Así mismo lo interpretó la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, que había solicitado medidas cautelares a favor del personal de
Radio Globo, víctima en dos ocasiones de allanamiento militar y
destrucción de sus equipos en 2009 y 2014.
Conscientes que detrás del encarcelamiento del periodista existe una
maquinaria política y militar de alta peligrosidad, la población que
muchas veces ha rechazado los comentarios excesivos del director de
Radio Globo, hoy está en las calles con todas las banderas demandando la
salida del causante principal del nuevo sobresalto nacional.
Juan Orlando Hernández es el ser humano menos estimado en Honduras,
el más señalado de corrupción por encima de la reputación que tenía su
correligionario Rafael Callejas, el superlativamente más odiado por
haber recurrido al fraude en 2013 y a la violación suprema de la
Constitución en 2017.
Hernández NO es un hombre de confianza porque impuso sus ambiciones
personales y la estrategia de negocios de su grupo Los Hernández, antes
que el interés nacional.
Sin embargo, Canadá, Estados Unidos, Israel y los países de la OTAN
de la vieja Europa, lo sostienen. Sostienen a un fantasma político, a un
coyote vulnerable, éticamente acabado, que sin embargo les permite
también hacer sus negocios criminales. Petróleos, minas, represas,
drogas, armas y guerras.
Ojalá que el próximo sobresalto sea el fin de esta pesadilla.
Buenas noches!
http://defensoresenlinea.com/la-nueva-agitacion/
lunes, 1 de abril de 2019
Honduras: LA NUEVA AGITACIÓN
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