“ Si algo ha quedado claro en los casi dos meses desde que la caravana de migrantes partió de Honduras es que la migración en el triángulo norte no es un lujo. Es, por el contrario, una situación forzosa que esconde realidades materiales trágicas. Las historias de la caravana nos refieren a poblaciones dejadas a su suerte por gobiernos incapaces e instrumentalizadas con fines electorales, ubicadas en el mortal filo del abandono y la desprotección.”
Por: Marlon Ochoa / Russel Garay
Diferentes formas de pensar en migración
El
concepto de migración representa tanto un reto teórico como una disputa
político-cultural. Esto se debe, al menos en parte, a la ambigüedad que
existe respecto a su definición. La mayoría de las definiciones de la
migración no son ideales, sino operativas: la manera en que se formulan
trae subyacente lo que se pretende decir.
hay un esfuerzo
considerable de sectores liberales de presentar la migración como un
suceso «natural».
Esa
naturalización cumple dos objetivos perversos. Por un lado, rescata las
aspiraciones de una clase media que se ve a sí misma como parte de una
«ciudadanía global» sin fronteras y, por otro, niega la materialidad de
la migración y reduce su análisis a sus bondades. Esta narrativa
invisibiliza las causas y convierte la migración en algo natural que no
necesita o merece explicación, lo cual desplaza el verdadero problema.
Mejor dicho: lo grave no es que a la gente se le niegue el derecho de
migrar, sino que se la obligue a hacerlo.
Pensar
verdaderamente en la migración en Honduras obliga a traer al tablero los
sucesos que marcaron su historia y la de la región centroamericana. Los
datos sobre la migración hondureña son escasos, pero a grandes rasgos
podemos señalar que ha estado marcada por cuatro fenómenos históricos:
la economía de enclave, los conflictos armados de la década de 1980, el
huracán Mitch y la sofisticación de la violencia transnacional
organizada –el más reciente y dominante en la actualidad–.
Como
resultado de estos fenómenos, se acumulan más de un millón de
hondureños viviendo en el extranjero, 80% de los cuales viven en Estados
Unidos y que, en términos porcentuales, representan más de 10% de la
población hondureña. No es accidental que la diáspora hondureña que vive
en Estados Unidos se refiera a sí misma como el «departamento 19» de
Honduras.
Aunque
puede parecer una sobreestimación y una contradicción cuando se observa
que la tasa de homicidios ha descendido en los últimos años, la
violencia es una causa dominante para la migración. Desde el golpe de
Estado de 2009, las solicitudes de asilo de hondureños han aumentado en
más de 3.800%. Este aumento es un síntoma de la impunidad estructural
que atraviesa el país, donde más de 80% de los crímenes no son llevados a
juicio y donde la falta de protección estatal alcanza niveles
hilarantes.
La caravana de la Banana Republic
Honduras
enfrenta la actual coyuntura con la peor de las combinaciones: un
gobierno sometido y deslegitimado frente a una potencia cuya población
votó por una agenda política que prometía dejar atrás la timidez de su
poder imperial. A pesar de contar con alrededor de 30 embajadas y cerca
de 60 misiones diplomáticas y consulares, el apelativo de «La Embajada»
se reserva para una sola.
La determinación de Estados Unidos y su
gobierno en la política hondureña, tanto en su dimensión
diplomático-militar como en su dimensión cultural, es pronunciada
–incluso para una región con una historia de repetidas intervenciones
políticas y militares–.
Esto no
es nada nuevo. Honduras fue el molde de «república bananera» para otros
países latinoamericanos y el centro de entrenamiento de la
contrainsurgencia centroamericana en la Guerra Fría. Sin embargo, al
menos para nuestra generación, esta realidad pasó de ser aparente a ser
evidente después del golpe de Estado de 2009. Desde entonces, la
dependencia política y económica del gobierno respecto de Estados Unidos
ha despuntado.
Si
bien la campaña presidencial de Donald Trump fue construida a partir de
la movilización del temor hacia enemigos externos –China, México, los
árabes–, los hombres y las mujeres migrantes y refugiados de países
pobres y violentos han ocupado un lugar especial en su discurso ahora
que es presidente. La caravana se convirtió en el arquetipo alrededor
del cual se construyó una agenda discursiva de reivindicación del «ellos
contra nosotros». De acuerdo con el Pew Research Center, en las
recientes elecciones de medio término, la migración superó en relevancia
al tema que desde 2001 había sido el articulador del nacionalismo
estadounidense: el terrorismo.
La disputa por el significado de la caravana
La
nueva relevancia de la migración y su instrumentalización electoral por
parte del gobierno de Trump ha provocado una transfiguración en el
significado del «migrante» para el gobierno de Honduras. En su discurso
de toma de posesión de 2014, Juan Orlando Hernández retrató a los
migrantes como «héroes anónimos» y prometió construir una red de
atención para «no seguir indiferente ante semejante injusticia», en
referencia al sufrimiento y los riesgos que sufren en su paso por
México.
Este
retrato de la migración no es gratuito. En un país con una economía
estancada, altamente financiarizada y con un progresivo desmantelamiento
de las capacidades productivas, las remesas representan casi una quinta
parte del PIB. No es atrevido decir que, junto con el narcotráfico, las
remesas son la principal fuente de circulante en el país.
De ese
retrato utilitario, poco queda en los panfletos gubernamentales,
asfixiados por contentar al Norte con campañas publicitarias para
desincentivar la migración forzada. El gobierno mismo ha emprendido una
feroz campaña destinada a señalar la caravana como una estrategia de la
oposición para desprestigiar al gobierno, y al migrante y refugiado como
«mal hondureño» que decide huir de su país «a pesar de las diversas
oportunidades» que se ofrecen.
Esta
respuesta discursiva ha sido acompañada por una respuesta institucional
que favorece el retorno voluntario de hondureños e incita a su
deportación. Al conseguir cualquiera de estas dos, la institucionalidad
provee un espectáculo vacío y burlesco durante la recepción, para dar
paso al abandono en lo que debería ser la reintegración. Basta ver la
proporción del gasto estatal destinada a los centros de recepción de
migrantes retornados para entender cómo se prioriza el espectáculo del
retorno frente a las instituciones necesarias para una reintegración. En
estos centros se gastan más de cinco millones de dólares anuales para
proveer alimentación, orientación y atención médica primaria, frente al
escaso presupuesto de siete millones que se destina para la Dirección
Nacional de Familia e Infancia, que debería tener cobertura nacional.
La
despiadada instrumentalización de la caravana y la construcción de
narrativas sobre ella que la naturalizan o la antagonizan han
dificultado reconocerla como lo que realmente es: una alternativa
autoorganizada por los migrantes para protegerse en una ruta inhóspita y
hostil. Según Médicos Sin Fronteras, más de 20.000 migrantes
procedentes del triángulo norte de Centroamérica son secuestrados al año
y cerca de un tercio de las mujeres sufre abuso sexual durante la ruta
migratoria. La caravana se presenta como un mecanismo colectivo de
protección que organiza las soledades y voluntades de los hombres y las
mujeres migrantes que huyen de la miseria y violencia.
¿Cuáles son los deberes de la izquierda
frente a la caravana? Diversos frentes sociales y políticos han trazado
un camino claro: el de denuncia y acompañamiento. Denuncia contra los
gobiernos nacionales que de este lado de la frontera hacen perdurar las
condiciones que obligan a optar por la migración y luego criminalizan y
estigmatizan al refugiado; y denuncia contra los gobiernos extranjeros
que reciben al refugiado con fuerza letal y ejércitos. Acompañamiento a
los hombres y mujeres migrantes y refugiados en el camino para contar su
historia, visibilizarla y, en lo posible, protegerlos. Todo ello, sin
renunciar al deber político permanente de la izquierda: el de perdurar
en la lucha por un país donde migrar no sea una obligación, sino una
elección.
https://criterio.hn/2018/12/23/caravana-migrante-el-sintoma-de-un-pais-sin-alternativa/
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