Las
crisis son una realidad permanente en nuestra vida social. Pueden ser
de varios tipos: coyunturales, transitorias o permanentes; abarcando a
diferentes ámbitos, actores de la sociedad o a la sociedad en su
totalidad. Sin embargo, tal vez lo más interesante sea la manera como
reaccionamos ante ella, la manera de enfrentarla, la búsqueda de salidas
o soluciones, las propuestas concretas y los cauces para su manejo
constructivo y viable.
Raramente
nos preguntamos en el análisis social por un planteamiento de tipo
ético. Lo consideramos anacrónico, como fuera de lugar, sin sentido,
poco operativo, desmovilizador, distractor o desfasado. Sin embargo,
olvidamos que a la base o lo que determina el comportamiento
socio-político siempre hay una postura ética que determina el quehacer
de los diferentes actores sociales, de las instituciones del país o,
simplemente, del comportamiento ciudadano.
Teniendo
esto en cuenta queremos recordar, un año más, el mensaje del Papa
Francisco sobre la Cuaresma que acaba de iniciarse. La motivación ética
cristiana y evangélica nos inserta profundamente en nuestros problemas y
realidad: “vivir
la misión nos lleva al corazón del mundo, no es una fuga hacia el
intimismo o el individualismo religioso, tampoco un abandono de la
realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y
políticos de América Latina y del mundo, y mucho menos, una fuga de la
realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual” (DA, 148).
Lo que se quiere combatir este año es la indiferencia. Por eso el Papa nos recuerda que “uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia”.
Ante una realidad social compleja y de enorme amplitud, siempre nos
acosa la tentación de la impotencia que va frecuentemente aparejada con
la indiferencia. En consecuencia, señala el Papa Francisco:
“pero
ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de
los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus
problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces
nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a
gusto, y me olvido de quien no está bien. Esta actitud egoísta, de
indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, a tal punto que
podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un
malestar que tenemos que afrontar como cristianos”, dice el Papa.
La
indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real
también para los cristianos. Por eso necesitamos oír cada Cuaresma el
grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan. Y un poco
más adelante dice el Papa: “el sufrimiento del otro constituye un
llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la
fragilidad de mi vida, de mi dependencia de Dios y de los hermanos”.
Este
mensaje, pues, no está dirigido solamente al mundo cristiano, sino
también al conjunto de la sociedad. El que seamos creyentes, agnósticos
o de cualquier otra creencia no nos exime para que nuestra vida esté
regida por la ética. Sobre todo, siendo conscientes de que el hecho de
vivir en tiempo de crisis no significa que sea a igual a vivir sin
valores, sin principios, sin jerarquía ni prioridades. Por encima de
mi proyecto de vida, personal o grupal, están los demás, sus
necesidades, urgencias y problemas. Por lo tanto, no puedo refugiarme
en mi egoísmo, comodidad o conveniencia social.Dependerá de todos y cada uno de nosotros y nosotras si queremos pasar a engrosar la gran masa de los indiferentes o vivir de acuerdo a un mínimo de principios y de ética para que nuestro país camine por la solidaridad y la fraternidad social. ¡Hagamos nuestro el mensaje papal sobre la Cuaresma para convertirnos de nuestro egoísmo y mediocridad social!
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