Después que Dionisio
de Herrera colocara en 1824, los primeros ladrillos para la construcción del
Estado Republicano como parte de una onda expansiva continentalmente
paradigmática, Honduras no experimentará sino hasta el crepúsculo del siglo
XIX, un aliento mayor para continuar edificando las bases del Estado moderno,
lectura y praxis que recae en Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, que nos
asombran, al no quedarse impávidos ante la necesidad de darle seguimiento, en
otros sentidos, a la calidad ética en el ejercicio de la política, de Don Dionisio de Herrera. En ese entonces,
fue la única vez que la hondureñidad
alcanzó a ver, a lo lejos, entre las rendijas de la pobreza centroamericana, un
boceto de pedacito de cielo, proveniente de los imaginarios de la Enciclopedia
y la Ilustración europea.
Más adelante,
gobernantes de esta estirpe, apenas podemos ver amagos, si usted quiere, en
un Manuel Gálvez, y en un Ramón Villeda
Morales y que tuvieron el chance histórico más no de materializar, el seguimiento y profundización del pensamiento de los reformadores Liberales.
El país habrá de
sobrevivir, entre la sangre y el dolor, por más de una centuria y hasta el sol
de hoy, con tres tipos de títeres mandatarios que “gobernarán” el Estado hondureño. En primer lugar están los
caudillos de cerros, aupados por las
compañías bananeras y pistudos terratenientes “analfabestias”, para dirigir las
montoneras y guerras intestinas, como
forma de conceptuar el poder a lo catracho. En segundo término, y a partir de
1957, año en que se les otorga autonomía constitucional, nos tropezamos con las fieras cúpulas militares del Consejo
Superior de las Fuerzas Armadas y por último y en tercer término, están
los “modernos” políticos tradicionales
del bipartidismo, oficiosamente manipulados por poderes facticos locales y Washington,
para impulsar políticas de verdadero suicidio en contra de millones de
seres humanos. Este es el trío de congéneres
que nos han desgobernado.
Las cúpulas militares
se identificarán como la fuerza
autoritaria y abusiva, responsables de crímenes de lesa humanidad, como la
matanza de campesinos y religiosos en “Los Horcones”, en junio de 1975, Olancho, así
como el penoso papel contrainsurgente desempeñado en la década de los ochentas
con su secuela de desaparecidos y crímenes políticos, sin desconocer que
saquearon también, con saña, e impunidad, inmensos recursos, al país. Los otros, los mandaderos
de poderes facticos internos, del FMI y Banco Mundial, los encontraremos, con
perfumes sofisticados, todos olorosos por encima, con saco y corbata, de bruces y sin permiso, en los procesos de “transición
a la democracia”, a partir de los años ochenta del siglo que finalizó hace doce
años, con un doble mandato pesimamente mal o bien hecho, según el ojo con que usted
lo vea: Modernizar el Estado desde la perspectiva neoliberal y aplicar una política
de ajustes macroeconómicos; eso sí, se puede afirmar sólidamente, con saldos
terribles para la sociedad entera, puesto que no se puede pensar en ninguna
modernización del Estado en el marco de la democracia, cuando no hay, perdone
la redundancia, democracia económica y en donde el mercado con su gúadaña
criminal, está por encima de cualquier miramiento ético del desarrollo. Esta última
generación de gobernantes ingenuos y trinqueteros, sin imaginación pero oportunistas;
que tienen tras sus cajas torácicas, tubos
digestivos en vez de lo otro , pero
oportunistas, se caracteriza por su megalomanía hacia el poder y por lo mismo, hacedores de conspiración contra los restos de la flacucha democracia que
todavía andamos en nuestros suspiros, y también, se lo juro, propinar más
golpes de Estado a semejanza del disparado
con precisión, el 28 junio 2009 y avanzar con un guión que creíamos
eliminado en la época del gobierno de
Carlos Roberto Reina, como lo es, remilitarizar
la sociedad hondureña y convertir de nuevo a la Honduras de siempre, la única, la
que por ella somos capaces de sufrir y matar por un gol motaguense o del Olimpia; la sempiterna, la de reír y
llorar, usada de nuevo, en trampolín de
guerra continental, si así se le antojase al imperio globalizante.
Son los que nos “gobiernan”
desde hace más de ciento veintinueve años
y que se delatan sin rubor alguno, por sus escandalosos actos de corrupción y su
conexión indebida con intereses oscuros y criminales. Son los engaña bobos y
bobas; los cínicos e inmoralmente inmortales; los que juraron por su madre que
los tuvo y la virgencita de Suyapa, que
no castigarían al pueblo, con medidas gubernamentales indignantes y oprobiosas.
Son los sin remedio; los sinvergüenzas, de los cuales no nos salvaremos, hasta
tanto no venga un mal rayo que los parta o mejor, una nueva generación digna que
los sustituya en el amanecer de una revolución parida por Latinoamérica entera, o una más global, como la francesa, que nos
dio a hijos como Francisco Morazán, Cabañas, o Dionisio de Herrera, por ejemplo, y que nos
devuelva la capacidad de asombro y de imaginación participativa y popular, para poder pintar, de entre las
rendijas de la pobreza centroamericana, una nueva República, con justicia y
equidad.
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