viernes, 27 de abril de 2012

LA VIDA DE DOLOR DE LAS MADRES EN HONDURAS

Durante  varios meses  he leído en los diferentes periódicos que circulan en nuestro país el número imparable de muertes de jóvenes. Sus cuerpos son encontrados en diferentes zonas del país,asesinados con indicios de haber sido torturados de las formas más crueles, macabras e inhumadas que una madre pueda imaginarse.

El miércoles 25 de Abril de año en curso, en menos de 30 horas se produjeron más de 20 asesinatos. Las edades oscilan desde los 17 hasta los 25 años.  Los periodistas han mostrados cuerpos mutilados, quemados, en bolsas, decapitados, ensangrentados… etc. Pareciera que fuese un concurso de presentación de personas asesinadas con técnicas avanzadas de maldad, de la más absurda y fina crueldad, de lo más alejado del concepto y pensamiento humano, sin que hasta la fecha haya investigaciones exhaustivas que den con los responsables de estos hechos que enlutan a las familias hondureñas o haya una posición del gobierno para parar dicha situación.
La mayoría de personas las leen, las comentan y al inicio se horrorizaban, después  se sorprendían, luego la inercia se fue apoderó de las y los hondureños. Al final constituyen, aunque reciente, un vago recuerdo.
El lunes 23 de Abril iba saliendo del Metro Mall, cuando dos policías metían a empellones a un joven a la paila de una patrulla, me acerqué porque vi que lo golpeaban y que le quitaron el celular y lo tiraron al piso destruyéndoselo. Me acerqué y les dije que el joven tenia derecho hacer una llamada para indicar que lo detenían, más aun si no tenían orden de captura contra él. Irrespetuosamente y con gran prepotencia uno de los policías me dijo que no lo iban a dejar llamar y  le pregunté al joven a quien quería llamar, todo  golpeado y con la mirada angustiada,  me dijo: a mi mamá, a mi mamá. Deme el número le dije. Hice la llamada: me contestó una voz cansada de una persona de edad avanzada, con un nudo en la garganta por la voz que escuchaba le dije: “su hijo acaba de ser detenido en el Metro Mall”  escuché con  una angustia infinita las siguientes palabras: Sangre de Cristo  y escuché un golpe como un cuerpo que caía.Intenté nuevamente la llamada, ya no me contestaron.
Volvieron a mi mente imágenes recién pasadas, nítidas, frescas en mi mente como un video nuevo, cuanto a principios de Septiembre 2011, mi hijo mayor quien se conducía hacia su casa después de asistir al sepelio de un familiar, con su hijo de apenas 5 añitos y su esposa, fue interceptado por policías: 8 motorizadas y 2 vehiculares  en total 22 elementos de seguridad y que lo llevaban detenido con todo,  su familia y su carro. Solamente pudo marcar mi número en su celular y así pude escuchar lo que pasaba. Me trasladé tan pronto como mis nervios me lo permitieron al lugar de los hechos y mi  oportuna acción evitó que lo detuvieran ilegalmente. Vi en ese joven los ojos de mi hijo lleno de impotencia, de dolor.
Ese despliegue de poder, de prepotencia,  ¿por qué no lo utilizan para investigar  los asesinatos de tanto joven que ocurre a diario en nuestro país y ya con los suficientes indicios de culpabilidad ponen a los  verdaderos delincuentes  a la orden de los juzgados respectivos?
Ante estos hechos, el dolor de madre me hace escribir, porque me siento avergonzada conmigo misma por quedarme callada, por tener tanto miedo a denunciar, a manifestarme en contra de un Estado que está fallido, que no funciona, donde los poderes del Estado están coludidos para destruir al país. En Honduras impera la vil y descarada impunidad, donde la corrupción corroe los cimientos de la mayoría de las instituciones públicas a vista y paciencia de todos y todas.Un país donde la Fuerza de Seguridad no solo,NO realiza el trabajo para el que fue creada, sino que íntegra y  está al servicio de la criminalidad, el narcotráfico y la delincuencia en todas sus formas.
Lo que lacera mi consciencia es que para evitar que el pueblo se pronuncie se ha implementado una época de terror que nosotras debemos superar. Lo que ha conducido a la gran mayoría de madres que han perdido a sus hijos a sufrir estoicamente el dolor de haberlos enterrados, sin saber porque fueron asesinados.Madres, amigas, compañeras, conocidas y no conocidas ¿no creen que con nuestro silencio nos convertimos en cómplices del actual estado de cosas?
Un periódico que informó sobre lo cadáveres de tres jóvenes que venían de SPS y que fueron asesinados a golpes y supuestamente arrastrados por un caballo en uno de sus párrafos de leíauno de los jóvenes tenían un “tatuaje”, pareciera que ese hecho manejado de manera maliciosa fuese para justificar el vil y cruel asesinato que cercenó la vida de estos muchachos trayendo dolor y luto a toda la familia hondureña. Ese mismo  periódico al día siguiente informó que eran jóvenes que estudiaban y trabajaban y que uno de ellos era hijo de un Pastor de una iglesia protestante.
Hoy, yo les digo a las  madres que nos unamos todas, no solo las que han perdido hijos o hijas  sino los que aun por gracia de Dios los tenemos vivos. No se puede vivir en esa angustia, en este tormento de saber que nuestros hijos puede que no regresen de su trabajo, de su colegio, de su universidad. Cada vez que se tardan un poco más de lo normal nuestra cordura se pierde y empezamos a llamarlos, a buscarlos tanto así que ellas y ellos han perdido su intimidad, su oportunidad de compartir con sus compañeros de estudio o de trabajo, de insertarse a la comunidad.Esa situación también a ellas y ellos les está afectando psicológicamente.
Es necesario que no nos acostumbremos a enterrar diariamente un número cada vez más elevado de jóvenes. Hoy es el hijo del conocido, mañana será el del vecino y luego puede ser el nuestro o la nuestra. Organicemos por barrios, por colonias, por comunidades y manifestémonos  EXIGIENDO  UN ALTO A LA DETENCIÓN ILEGAL  Y  UN ALTO A LOS ASESINATOS DE JÓVENES.
Asimismo, exijamos Protección para nuestros hijos, sino Honduras se quedará siendo una población de adultos y adultos mayores.¡¡¡¡¡Recuerden las madres podemos provocar un cambio¡¡¡¡¡¡ EL RESPETO A LA VIDA DE NUESTRAS HIJOS E HIJOS.

Hedme Castro

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