Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
La
Cumbre de las Américas celebrada recientemente en Cartagena, Colombia
adquiere el rostro del fracaso y deja una estela de incertidumbre
política.
Fue
otra cumbre de las bilaterales, como ha sido el acento en las restantes
cumbres celebradas a diferentes niveles, incluyendo las de la ONU,
porque las agendas evitan debatir los temas centrales candentes, por
ejemplo, los desequilibrios de poder.
Sin
la participación de Cuba, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, con una
Bolivia asistiendo como contrapunto, sumado a esto la arremetida de
Argentina hacia la transnacional española REPSOL y la recuperación de
Las Malvinas, y todavía más, con la posición distante de Brasil respecto
a la política intervencionista de EEUU en Siria e Irán, el debate en
esta cumbe fue el gran ausente.
El
evento ofrece un claro indicador de que el multilateralismo atraviesa
uno de sus períodos de mayor debilidad en su historial, y de que el
debate y las resoluciones internacionales están confinados a espacios
reducidos y estrechos de poder.
Nunca
antes en este período post Segunda Guerra Mundial se había visto, a
juzgar por una reunión cumbre como ésta, una región más desarticulada y
desmembrada en su organicidad política más básica. Y, precisamente lo
que podría ser el foco aglutinador de una agenda continental relevante a
solucionar los problemas pendientes como es el actual modelo económico,
se le evita y se le aborda con la acostumbrada circunvalación a través
de temas como pobreza, educación, drogas, seguridad, innovación.
En
virtud de soslayar el tema central y que desnuda el fracaso de esta
cumbre, se vislumbra también que, ni los gobiernos de centro derecha ni
los de social democracia tradicional que han asumido en los últimos 30
años al sur del Río Grande, han podido entregar una solución (o una
sustentación) política al domino económico del capital transnacional.
La
descomposición social y ética que se palpa en muchos ámbitos de los
países de la región no es de exclusiva responsabilidad del subdesarrollo
inherente sino que es el corolario de la prolongación del poder de ese
capital que en el fondo ha hecho trizas los sistemas políticos de esos
países.
Al concebir
los partidos políticos como brazos operacionales de los intereses
transnacionales, el esquema de control del capital trasnacional de los
últimos 30 años no es diferente del que fue a mediados del siglo pasado.
Hay una rigurosa línea de continuidad en conservar el patrón de que las
decisiones para las estrategias de desarrollo en los países
subdesarrollados son adoptadas, sino externamente, al menos con una gran
injerencia de las grandes fuentes del capital extranjero proveniente de
las economías desarrolladas y las potencias tradicionales.
Este
fenómeno que es de la naturaleza del capitalismo moderno es sabido y a
pesar de la crítica abundante los países no han construido capacidad
política para revertirlo.
Con
todo, dos “grandes” como Brasil y Argentina por tamaño e historia han
logrado grados respetables de autonomía en esa esfera. Las rutas
diversas señaladas por las actuales administraciones en Bolivia,
Ecuador, Venezuela cada una en su medida forman parte del construir esa
capacidad política local para contener el avasallamiento del eje
transnacional sustentado por el interés hegemónico de la Alianza
Transatlántica.
Cuba
en su propia dimensión, con los argumentos concretos y el
apasionamiento ideológico a favor o en contra incluidos, es una clara
demostración de autonomía que en la perspectiva histórica adquiere más
valor del que se le asigna en la actual coyuntura.
Este
fenómeno de estrategias de desarrollo concebidas por el capital
transnacional que pudiera aparecer como absolutamente normal desde el
punto del capitalismo moderno, tarde o temprano produce una trampa
porque no contribuye a regenerar o a formar el tejido político que lo
sustente y le otorgue legitimidad local.
Más
allá de que ese capital transnacional genere crecimiento y empleo, ese
diseño de dominio desde afuera supone que el crecimiento económico y el
progreso derivado de ello, genere también, en complicidad con las elites
locales procesos políticos facilitadores de esa gestión del capital.
Como
que la propia inercia del progreso y la modernidad estuviera acompañada
del modelo político correspondiente. Por eso que el vaivén del
populismo por una parte y los virajes hacia el centro político por otra,
han servido para sustentar regímenes que acaban siendo procesos
políticos inconclusos y generadores de más incertidumbre.
Si
se desprenden algunas señales de esta Cumbre de las Américas en
Cartagena, una es que la social democracia es una pieza clave para el
rearme político del capital transnacional que se ha quedado sin sistema
político que lo sustente.
Frente
al poderío omnipresente del capital transnacional que destruye tejidos
sociales e identidades territoriales y que incuban las doctrinas
insurgentes, considerando los fracasos sucesivos de los gobiernos de
centro derecha en la región para administrar con mayor justicia, la
social democracia quizás sea la alternativa mas viable para administrar
el modelo neoliberal con los grados de transformación que apunten a una
indispensable desconcentración del poder económico y político, antes de
que estalle una bomba social de consecuencias imprevisibles.
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