domingo, 6 de noviembre de 2011

LOS ÓRGANOS REPRESIVOS, LA OLIGARQUÍA Y EL PUEBLO


-Cómo el permiso para matar extendido a la policía se salió de control-
ALVARO PINEDA/GRUPO SOCIALISTA-MORAZANISTA
La paz de la dominación es la violencia continuada y atenuada, de la guerra
Un pueblo  sometido es en todo tiempo y en toda circunstancia, objeto de la violencia de sus sometedores. La paz que sucede a la derrota de un pueblo es siempre una paz falsa, humillada, entregada, indigna. Es la aceptación de la derrota y de la impotencia para revertirla, es la resignación a continuar lo más normalmente posible bajo esas nuevas y ominosas condiciones. La vida y los bienes de los derrotados dependen de la voluntad del triunfador, sin importar cuánto tiempo haya pasado desde la derrota, ni las apariencias de normalidad con que la injusticia impuesta se disfrace.
El lado físico de la dominación es la continuación de la violencia de la guerra a un nivel más sutil, al sacrificio de los sometidos en la escala mínima necesaria para mantener la relación de sometimiento y continuar la apropiación de bienes materiales -que es el fin último de la guerra y de la dominación política-. Esta violencia post-guerra es ya unilateral, la matanza controlada es ejecutada sólo por los dominadores, sin defensa por parte de los dominados.
El pueblo de esta tierra ha sido subyugado a través de la Historia por la vía violenta, desde la derrota de la resistencia indígena por los españoles hasta el golpe de 2009, el último eslabón de esa cadena de derrotas militares infligidas al pueblo por los enemigos del pueblo.
Jamás ha tenido paz este pueblo sufrido. Lo han estado matando siempre. Durante los últimos decenios de la falsa democracia burguesa, el exterminio controlado de los obreros, de los luchadores sociales, de los jóvenes de la clase sometida, ha sido constante. Esa modalidad de “limpieza controlada” es abandonada eventualmente, pasando al exterminio  abierto y numeroso cuando la clase dominante siente amenazado su poder. Eso sucedió con el golpe de Estado. El ejército y la policía recibieron carta libre para matar pública y abiertamente a todo ciudadano que se opusiera al régimen golpista.
El caso Julieta Castellanos y las reacciones de clase.
Pero el fascismo es un monstruo que una vez desarrollado puede volverse contra sus mismos alimentadores. Mientras el ejército, la policía y los organismos de “inteligencia” de la dictadura estuvieron matando a granel a miembros de la clase trabajadora y a militantes de la oposición política, “todo estaba bien” para los medios, para los políticos y para los círculos de la sociedad oficialista que, bien ubicados como bando y como clase, sin ambigüedades ni cargos de consciencia, aprobaban y disfrutaban la matanza; pero ahora que los sicarios estatales han comenzado a golpear a la burocracia periférica que sirve a la oligarquía para controlar la nación, alzan su grito al cielo –es el caso del asesinato del  hijo de la rectora de la UNAH, Julieta Castellanos, colaboradora histórica del militarismo y feroz represora del Sindicato universitario y de sus propios estudiantes-. Y esto que los exterminadores estatales aun no han comenzado a matar a los miembros de la burguesía misma…
Resalta la hipócrita “indignación” burguesa ante el escándalo del sicariato policial, que no debería escandalizar a nadie, pues los balazos y las ejecuciones son un plato diario para la población, y hace solo unas semanas, varios estudiantes –pertenecientes a la clase trabajadora, obviamente- fueron secuestrados públicamente por la policía y aparecieron ejecutados en las afueras de Tegucigalpa. Y este es solo un ejemplo de centenares de casos. Luego, es notoria la respuesta enérgica, clara e identificadamente clasista de los burgueses y su burocracia colaboradora ante el daño a sus miembros.
Esto contrasta con las posiciones desclasadas o ingenuas de algunos voceros de la oposición de clase y de la resistencia demócrata-burguesa. Un sector de esta oposición desorientada anda por allí como el más voluntarioso de los colaboradores, hablando de la “depuración”, de la “salvación”, sólo les falta proponer la “santificación” de la policía burguesa.
La naturaleza de un órgano represivo burgués y la debida posición del pueblo
La policía y el ejército burgueses son eso, instrumentos burgueses por excelencia para la opresión contra las clases sometidas. Los grupos humanos, las organizaciones y las instituciones tienen una personalidad colectiva, -dentro de los límites que la diversidad establece, obviamente-. Es decir, una organización, un partido, una secta, hasta una nación, tienen ciertos rasgos culturales, técnicos, operativos, de personalidad, etc. que a grandes rasgos, los caracterizan. Pues los órganos represivos del Estado burgués tienen sus características de personalidad institucional propias, intrínsecas, rasgos relacionados con lo que esas instituciones son. Un león es temible porque es un león, no porque se haya desviado o se le haya descuidado; los órganos represivos de la burguesía son fascistas, pro-burgueses y anti-populares no porque ellos así lo hayan decidido de repente, sino porque eso es lo que son, porque se deben a una razón, a una función y a una necesidad de clase en un escenario social históricamente desarrollado. En una frase, sin órganos represores no hay dominación, para eso existen.
¿Qué significa la “exigencia” de algunos miembros de la resistencia demócrata-burguesa para que la policía fascista y golpista sea depurada, para que sea “nuestra policía” y “nos dé seguridad”? ¿Es que el guardia fiel del enemigo puede ser mi amigo? Si es fiel a mi enemigo, jamás puede ser mi amigo… ¿Acaso la seguridad de mi enemigo es también mi seguridad? Absolutamente no: la seguridad de mi enemigo está relacionada con mi sometimiento o aniquilación, así como mi seguridad se relaciona a su caída.
Para la oligarquía, la policía ideal debe ser represiva, de “mano dura” con los de abajo y leal a los de arriba, pero “honesta” en el sentido de no andar asaltando en la calle. (!!) Pero desde el interés popular, ¿qué es lo que importa más, la naturaleza intrínsecamente fascista de la policía o que ésta ya no asalte ni trafique? ¿Debería, coyunturalmente, alguien que lucha por la liberación popular, colaborar con un “saneamiento” que asegura la supervivencia de una institución histórica y naturalmente enemiga del pueblo? A menos que me den una mejor explicación basada en una estrategia de aprovechamiento de estas coyunturas, un plan maestro de lucha, creo que no. El deber del luchador popular es tratar de desmontar esas instituciones del enemigo, o por lo menos, trabajar en crear las condiciones para lograrlo en el futuro. 
 Aparecen aquí preguntas preocupantes respecto a la Resistencia Popular: ¿realmente sabemos con claridad lo que queremos como movimiento, o sólo tenemos una idea difusa de ello? ¿Podríamos estar contribuyendo con nuestra subyugación, estar cavando nuestra tumba, creyendo que construimos nuestra casa? ¿Somos acaso como un niño abusado, que se olvida de todo y se abraza con el agresor unos minutos después, distraído por un juego o un dulce? Se viene un huracán o un escándalo pasajero, ¿y nos olvidamos de la lucha de clases  -que siempre es sangrienta-, nos abrazamos y trabajamos felices con los que nos perseguían, humillaban y descuartizaban hace apenas unos días?
El bloque golpista ya obtuvo y consolidó la conquista militar –y por tanto económica y política- de la nación. Ahora necesitan la “paz dominada” para gozar de los frutos de la conquista; ¿colaboramos con su “dominación armoniosa”, por “el bien del país”, por una inundación o por un escándalo mediático?
Absolutamente no. Los luchadores consecuentes con la liberación del pueblo, no deben hacerlo.
 Y admitir una derrota objetiva, aunque parcial y transitoria, no es derrotismo, es actuar apegados a la realidad. No se puede gastar como rico siendo pobre, ni actuar como vencedor, si se está perdiendo la batalla. El conocimiento de la realidad objetiva nos permitirá evaluar aterrizadamente la situación, las fallas y los aciertos, las causas de la derrota temporal, medir qué ha ganado y qué ha perdido el enemigo, qué hemos perdido y qué hemos ganado como pueblo; sobre todo, nos permitirá tomar las acciones consecuentes, no-desubicadas, para revertir la derrota e imponer la soberanía del pueblo sobre sus opresores.
Por último, es preocupante que el ejército vende-patria hondureño se invisibiliza y se lava la cara ante la población, mientras que su apéndice, su discípulo, la policía, aparece como el único malo. Pero quien dio todos los golpes de Estado que han contribuido a hundir la Patria en el subdesarrollo es el ejército; ellos siempre asestan el golpe principal y luego ponen a la policía a “terminar el trabajo” de matar a los hondureños que aun se resistan a la dominación. Lo mismo sucede con el estamento político golpista: el “presidente” que gestó el golpe desde lo más obscuro de su Partido, aparece como un redentor nacional o como una víctima de los malvados policías,  y los congresistas que legalizaron el golpe, salen como los héroes que salvarán al pueblo de esta amenaza. Y muchos de la resistencia demócrata-burguesa participan alegres en esa danza torcida, en donde los peores son buenos, y los malos son los peores.
En vez de colaborar con el enemigo, la resistencia debe recordar y desnudar esas duras verdades a diario, preparar el terreno de la consciencia popular que haga posible la futura desmantelación de estas maquinarias represivas de la burguesía, que mientras existan, la “libertad” del pueblo será una farsa, aunque tengamos un “gobierno popular” de papel.
SPS 04-11-20

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