-Cómo el permiso para matar extendido a la policía se salió
de control-
ALVARO PINEDA/GRUPO
SOCIALISTA-MORAZANISTA
La paz de la
dominación es la violencia continuada y atenuada, de la
guerra
Un pueblo sometido es en todo
tiempo y en toda circunstancia, objeto de la violencia de sus sometedores. La
paz que sucede a la derrota de un pueblo es siempre una paz falsa, humillada,
entregada, indigna. Es la aceptación de la derrota y de la impotencia para
revertirla, es la resignación a continuar lo más normalmente posible bajo esas
nuevas y ominosas condiciones. La vida y los bienes de los derrotados dependen
de la voluntad del triunfador, sin importar cuánto tiempo haya pasado
desde la derrota, ni las apariencias de normalidad con que la injusticia
impuesta se disfrace.
El lado físico de la dominación es la
continuación de la violencia de la guerra a un nivel más sutil, al sacrificio de
los sometidos en la escala mínima necesaria para mantener la relación de
sometimiento y continuar la apropiación de bienes materiales -que es el fin
último de la guerra y de la dominación política-. Esta violencia post-guerra es
ya unilateral, la matanza controlada es ejecutada sólo por los dominadores, sin
defensa por parte de los dominados.
El pueblo de esta tierra ha sido subyugado
a través de la Historia por la vía violenta, desde la derrota de la resistencia
indígena por los españoles hasta el golpe de 2009, el último eslabón de esa
cadena de derrotas militares infligidas al pueblo por los enemigos del
pueblo.
Jamás ha tenido paz este pueblo sufrido. Lo
han estado matando siempre. Durante los últimos decenios de la falsa democracia
burguesa, el exterminio controlado de los obreros, de los luchadores sociales,
de los jóvenes de la clase sometida, ha sido constante. Esa modalidad de
“limpieza controlada” es abandonada eventualmente, pasando al exterminio
abierto y numeroso cuando la clase dominante siente amenazado su
poder. Eso sucedió con el golpe de Estado. El ejército y la policía recibieron
carta libre para matar pública y abiertamente a todo ciudadano que se opusiera
al régimen golpista.
El caso Julieta Castellanos y las
reacciones de clase.
Pero el fascismo es un monstruo que una vez
desarrollado puede volverse contra sus mismos alimentadores. Mientras el
ejército, la policía y los organismos de “inteligencia” de la dictadura
estuvieron matando a granel a miembros de la clase trabajadora y a militantes de
la oposición política, “todo estaba bien” para los medios, para los políticos y
para los círculos de la sociedad oficialista que, bien ubicados como bando y
como clase, sin ambigüedades ni cargos de consciencia, aprobaban y
disfrutaban la matanza; pero ahora que los sicarios estatales han comenzado a
golpear a la burocracia periférica que sirve a la oligarquía para controlar la
nación, alzan su grito al cielo –es el caso del asesinato del hijo
de la rectora de la UNAH, Julieta Castellanos, colaboradora histórica del
militarismo y feroz represora del Sindicato universitario y de sus propios
estudiantes-. Y esto que los exterminadores estatales aun no han comenzado a
matar a los miembros de la burguesía misma…
Resalta la hipócrita “indignación” burguesa
ante el escándalo del sicariato policial, que no debería escandalizar a nadie,
pues los balazos y las ejecuciones son un plato diario para la población, y hace
solo unas semanas, varios estudiantes –pertenecientes a la clase trabajadora,
obviamente- fueron secuestrados públicamente por la policía y aparecieron
ejecutados en las afueras de Tegucigalpa. Y este es solo un ejemplo de
centenares de casos. Luego, es notoria la respuesta enérgica, clara e
identificadamente clasista de los burgueses y su burocracia colaboradora ante el
daño a sus miembros.
Esto contrasta con las posiciones
desclasadas o ingenuas de algunos voceros de la oposición de clase y de la
resistencia demócrata-burguesa. Un sector de esta oposición desorientada anda
por allí como el más voluntarioso de los colaboradores, hablando de la
“depuración”, de la “salvación”, sólo les falta proponer la “santificación” de
la policía burguesa.
La naturaleza de un órgano
represivo burgués y la debida posición del pueblo
La policía y el ejército burgueses son eso,
instrumentos burgueses por excelencia para la opresión contra las clases
sometidas. Los grupos humanos, las organizaciones y las instituciones tienen
una personalidad colectiva, -dentro de los límites que la diversidad establece,
obviamente-. Es decir, una organización, un partido, una secta, hasta una
nación, tienen ciertos rasgos culturales, técnicos, operativos, de personalidad,
etc. que a grandes rasgos, los caracterizan. Pues los órganos represivos del
Estado burgués tienen sus características de personalidad institucional propias,
intrínsecas, rasgos relacionados con lo que esas instituciones son. Un
león es temible porque es un león, no porque se haya desviado o se le haya
descuidado; los órganos represivos de la burguesía son fascistas, pro-burgueses
y anti-populares no porque ellos así lo hayan decidido de repente, sino
porque eso es lo que son, porque se deben a una razón, a una función y a una
necesidad de clase en un escenario social históricamente
desarrollado. En una frase, sin órganos represores no hay
dominación, para eso existen.
¿Qué significa la “exigencia” de algunos
miembros de la resistencia demócrata-burguesa para que la policía fascista y
golpista sea depurada, para que sea “nuestra policía” y “nos dé seguridad”? ¿Es
que el guardia fiel del enemigo puede ser mi amigo? Si es fiel a mi enemigo,
jamás puede ser mi amigo… ¿Acaso la seguridad de mi enemigo es también mi
seguridad? Absolutamente no: la seguridad de mi enemigo está relacionada con
mi sometimiento o aniquilación, así como mi seguridad se relaciona a su caída.
Para la oligarquía, la policía ideal
debe ser represiva, de “mano dura” con los de abajo y leal a los de arriba, pero
“honesta” en el sentido de no andar asaltando en la calle. (!!) Pero desde el
interés popular, ¿qué es lo que importa más, la naturaleza intrínsecamente
fascista de la policía o que ésta ya no asalte ni trafique? ¿Debería,
coyunturalmente, alguien que lucha por la liberación popular, colaborar con un
“saneamiento” que asegura la supervivencia de una institución histórica y
naturalmente enemiga del pueblo? A menos que me den una mejor explicación basada
en una estrategia de aprovechamiento de estas coyunturas, un plan maestro de
lucha, creo que no. El deber del luchador popular es tratar de desmontar esas
instituciones del enemigo, o por lo menos, trabajar en crear las condiciones
para lograrlo en el futuro.
Aparecen aquí preguntas
preocupantes respecto a la Resistencia Popular: ¿realmente sabemos con claridad
lo que queremos como movimiento, o sólo tenemos una idea difusa de ello?
¿Podríamos estar contribuyendo con nuestra subyugación, estar cavando nuestra
tumba, creyendo que construimos nuestra casa? ¿Somos acaso como un niño abusado,
que se olvida de todo y se abraza con el agresor unos minutos después, distraído
por un juego o un dulce? Se viene un huracán o un escándalo pasajero, ¿y nos
olvidamos de la lucha de clases -que siempre es sangrienta-, nos
abrazamos y trabajamos felices con los que nos perseguían, humillaban y
descuartizaban hace apenas unos días?
El bloque golpista ya obtuvo y consolidó la
conquista militar –y por tanto económica y política- de la nación. Ahora
necesitan la “paz dominada” para gozar de los frutos de la conquista;
¿colaboramos con su “dominación armoniosa”, por “el bien del país”, por una
inundación o por un escándalo mediático?
Absolutamente no. Los luchadores
consecuentes con la liberación del pueblo, no deben hacerlo.
Y admitir una derrota
objetiva, aunque parcial y transitoria, no es derrotismo, es actuar apegados a
la realidad. No se puede gastar como rico siendo pobre, ni actuar como vencedor,
si se está perdiendo la batalla. El conocimiento de la realidad objetiva nos
permitirá evaluar aterrizadamente la situación, las fallas y los aciertos, las
causas de la derrota temporal, medir qué ha ganado y qué ha perdido el enemigo,
qué hemos perdido y qué hemos ganado como pueblo; sobre todo, nos permitirá
tomar las acciones consecuentes, no-desubicadas, para revertir la derrota e
imponer la soberanía del pueblo sobre sus opresores.
Por último, es preocupante que el ejército
vende-patria hondureño se invisibiliza y se lava la cara ante la población,
mientras que su apéndice, su discípulo, la policía, aparece como el único malo.
Pero quien dio todos los golpes de Estado que han contribuido a hundir la Patria
en el subdesarrollo es el ejército; ellos siempre asestan el golpe principal y
luego ponen a la policía a “terminar el trabajo” de matar a los hondureños que
aun se resistan a la dominación. Lo mismo sucede con el estamento político
golpista: el “presidente” que gestó el golpe desde lo más obscuro de su Partido,
aparece como un redentor nacional o como una víctima de los malvados
policías, y los congresistas que legalizaron el golpe, salen como
los héroes que salvarán al pueblo de esta amenaza. Y muchos de la resistencia
demócrata-burguesa participan alegres en esa danza torcida, en donde los peores
son buenos, y los malos son los peores.
En vez de colaborar con el enemigo, la
resistencia debe recordar y desnudar esas duras verdades a diario, preparar el
terreno de la consciencia popular que haga posible la futura desmantelación de
estas maquinarias represivas de la burguesía, que mientras existan, la
“libertad” del pueblo será una farsa, aunque tengamos un “gobierno popular” de
papel.
SPS 04-11-20
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