Por: Irma Becerra

Pues,
en primer lugar, permite una “zona de confort”, general y existencial
de los individuos, en la que éstos se piensan, sienten y mantienen
cómodamente libres de los deberes, las obligaciones sociales y las
responsabilidades individuales y colectivas y pueden, por ello, actuar
sin someterse a la crítica y la evaluación de su penosa y cobarde
existencia por parte de los demás. Se basa, entonces, ésta última en la
falsa creencia de que todo se puede hacer sin recibir o merecer
sanciones y castigos, es decir, la falsa creencia de que simplemente
todo está permitido y pueden permitirse todo.
De otra
parte, y en segundo lugar, este “aislamiento personal etéreo y poco
firme”, además de cínico, libertino y patán, impide la interrelación
social correcta en sentido libre verdadero o basada en la auténtica
libertad porque mina y reduce por medio de mecanismos y formas
violentadoras de la dignidad humana, la realización concreta de la
función social del mundo que no es otra cosa que: “el que cada persona
merezca por sí misma el respeto a su verdad si ésta ha sido creada y
afianzada para defender al mundo mismo en su sentido más empático,
cariñoso y racional”.
La
actitud cobarde de la impunidad individual y política lleva
inevitablemente a la violencia porque la impunidad, toda impunidad, solo
se puede abrir paso y seguridad en una circunstancia o ambiente donde
reina lo irracional y lo ilógico, es decir, un entorno que no es
racional porque no acompaña el proceso de existencia de los demás sino
que insiste en destruirlo. Por eso, a la impunidad individual y política
le causan risa las advertencias en su contra, porque toda impunidad es
una violencia asegurada del que se cree por encima de la regulación
determinante funcional de la Humanidad y la sociedad, del que cree,
luego, que la Ética no puede tocarlo o tocarla porque ésta última carece
de poder de penalización ya que es solo palabrería hueca y vacía sin
mayor efecto práctico o pragmático. Se olvida con ello, que la Ética va
unida intrínsecamente al Derecho y a todas las formas auténticas del
contenido filosófico de la civilidad: hacer de cada persona un mensajero
y transmisor del Bien porque solo éste tiene función relacionadora
normal y natural de sentido para la Humanidad ya que quiere sincera,
franca y humildemente lo mejor para la misma.
Por eso,
he aquí la gran equivocación de la conducta impune, violenta y cobarde,
la gran equivocación de todo aquel o aquella que ayuda a construir,
sostener y mantener impunidad en la historia y es que este tipo
irracional de persona carece totalmente de fantasía para considerar que
en el mundo existen otras personas conscientes, cuyo número es mayor,
capaces de detener la impunidad y alzarse firmemente por la defensa de
la Ética, personas maduras a las cuales sí les importa si se violentan
las leyes o los principios y valores que hacen valer al hombre y a la
mujer. Es decir, personas que sancionan la falta de carácter de los que
se acomodan al vicio, la destrucción, la maldad y la violencia. Son las
“personas centinelas” que siempre vigilan de cerca en la historia la
conducta de sus congéneros, manteniendo cercana, muy cercana, la
advertencia de que siempre en historia el que la hace la paga, porque la
justicia no es solo un mero concepto que está de adorno, sino un
esfuerzo logrado por la Humanidad para su propia conveniente
legitimación. Y esta legitimación es conveniente solo si propicia los
intereses no egoístas de los sujetos humanos. Sin ella, sin esa
legitimación, la Humanidad desaparece, por eso su defensa es crucial
para la existencia misma de la especie.
Esto
es así, porque la ausencia de justicia lleva a la indignación de la
gente ya que no es un estado natural y normal de la Humanidad, sino un
“estado desviado” que hace que las personas no se sientan seguras puesto
que están a merced del caos y las desavenencias ilegítimas, lo que las
obliga a renunciar permanentemente a su paz interior, lo que, a su vez,
impide que puedan desarrollarse ya que se sienten perseguidas en forma
impune y se ven, igualmente, obligadas con ello a sentir una vergüenza
impuesta por los demás, que es una vergüenza injusta, inmoral y
gratuita. Esto desmotiva para la libre actividad y acción de los
individuos y los ciudadanos ya que les roba y quita la energía vital
para actuar consciente y responsablemente en sus vidas. El resultado
irracional de esta situación y condición irracionales es la parálisis
social y personal: en consecuencia, los individuos y los ciudadanos
sometidos no son productivos ni creativos sino que estarán viviendo sin
iniciativa y en la podredumbre y la suciedad ya que deben obedecer a la
mala experiencia, sintiéndose a merced de ésta, o sea sin aprender de
ella o en vez de aprender de ella a fortalecerse limpiamente para seguir
adelante. En este sentido, la falta de justicia en historia fortalece
solo a la impunidad violenta entendida como mentira concebida para
apabullar, amedrentar, maltratar y avasallar, y para hacernos creer que
en el mundo hay personas fuertes y otras débiles, distinción que nos
obliga a renunciar en favor de los fortachones a nuestros enunciados e
intentos de emancipación. Una trampa en la cual ya los “ciudadanos
centinelas” no están dispuestos más a caer.
A la
impunidad violenta y cobarde solo le interesa, en tercer lugar, la
sumisión, el miedo, la falta de tenacidad, audacia y osadía y la
pasividad, esto es, le interesa solo la culpable inmadurez, así como
culpar a los demás, y no le interesa para nada la autonomía de la
conciencia. Esa inmadurez es culpable, porque como bien señalase
Inmanuel Kant, desea vivir y convivir siempre bajo la tutela de entes
autoritarios y en un ambiente autoritario impune, cobarde y violento,
que les niega a los demás una conciencia y una voz propia
chantajéandolos con la falsa promesa de que se les está liberando de la
inevitabilidad de tomar responsabilidades por las propias vidas. De ahí,
que en el plano tanto individual como político, las impunidades
violentas y cobardes, sobre todo de una dictadura, se mantengan,
sostengan y construyan porque producen una “zona de confort” para
aquellos y aquellas que cómodamente no quieren asumir responsabilidad
por lo que hayan hecho por lo que se refugian en las instituciones sobre
todo que prometen protección espiritual de sus “pecados” o protección
fáctica militarista por medio de la fuerza bruta. Las dictaduras no
producen por eso ciudadanos e individuos libres sino personas abatidas
que han delegado ya toda su personalidad al tutelaje externo, por lo
general violento, octroyador y octroísta, que nunca necesita, por ello,
justificarse ni legitimarse ya que se permite ignorar la rendición de
cuentas a costa del maltrato de la inocencia de otros.
He
aquí, entonces, la gran necesidad de la urgente y madura insistencia de
nuestra advertencia y alerta relacional dialógica en historia: no
toleraremos más ni seremos comprensivos con todos y todas aquellos y
aquellas que no demuestren con hechos concretos tener amor por la vida,
la naturaleza y el mundo en general. No habrá más tolerancia ni
comprensión para la falta de amor y la impunidad cobarde violenta en
todas sus formas, edades, sexos, etnias, mecanismos, líneas y
detrimentos. Quedan sabidos, quedan advertidos.
*Irma
Becerra es Licenciada en Filosofía por la Universidad Humboldt de
Berlín y Doctora en Filosofía por la Westfälische Wilhelms Universität
de Münster, Alemania. Es escritora, catedrática universitaria y
conferencista. Ha escrito numerosos libros y ensayos sobre temas de
política, filosofía y sociología.
https://criterio.hn/2019/01/11/en-historia-el-que-la-hace-la-paga/
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