EDITORIAL
LA REVOLUCIÓN DE CARAVANAS
Del
otro lado de las fronteras —a lo lejos— en las montañas hondureñas, aún
se ve la densa estela blanca de gas lacrimógeno. Se siente como tantas
veces en los últimos diez años ese impulso de ira, de soledad, de
frustración. Flota en la memoria ese efecto tóxico que quema la piel y
calienta la respiración, que hace llorar ácido en la falsa niebla, que
sofoca la garganta hasta matar a Wendy en 2009.
Esa
desesperanza apuraba el paso de la caravana recién el sábado 13 de
octubre, no hacia Estados Unidos, es a un destino mejor como muchos
otros pueblos que por terror y hambre hicieron y harán lo mismo en la
historia. El punto de partida es el sueño de una madre viendo crecer a
sus hijos y su descendencia, o la obstinación de una mujer con recuperar
para sus hijos una choza de tablas que el río embravecido se llevó
durante la semana morazánica.
Ese
adiós no causa gracia. La primera de cuatro caravanas formada por unas
7.000 personas llegó a Baja California el pasado 15 de noviembre, 34
días después que salieron de San Pedro Sula y tras haber cruzado por
tierra más de 4,400 kilómetros. Un camino incierto que en la ansiedad
por pasar la frontera fue la sepultura para Henry, asesinado por la
policía mexicana. ¡Que ironía! Dicen que una bala de goma lo mató, igual
que a Isis Obed el 5 julio de 2009 en pleno golpe de Estado.
Jamás
olvidaremos el trato amistoso a los nuestros en Chiquimula y Tapachula
y, tampoco, más adelante el frío, el hambre y la discriminación en
Tijuana. Aun así no hallaron opción, siguieron, el miedo cala los huesos
en Honduras. Aquí ha ocurrido un genocidio, los muertos son civiles
desarmados.
En
la última década, desde 2009 hasta el primer trimestre de 2018, datos
oficiales cuentan que fueron asesinados 55,137 hondureños, cifra
escalofriante que supera el promedio de 44,000 homicidios que por década
registró Colombia en sus cincuenta años de cruento conflicto armado
convencional, entre 1958 y 2012 la guerra se llevó 177.307 civiles y
apenas 40.787 combatientes de diferentes bandos, según el Centro de
Memoria Histórica.
Varios
medios del mundo han recogido el testimonio de hondureños, sin ambages
declaran que huyen de la dictadura que lidera Juan Hernández y culpan
que la injerencia de Estados Unidos imposibilita el cumplimiento de la
voluntad popular y, que ambos factores, han vuelto insoportable la
existencia tranquila, han dicho que si Hernández deja el gobierno
mañana, volverían. La caravana es una novedosa forma de protesta
internacional contra los que hoy controlan Honduras. Es, ante la
diplomacia cómplice del despotismo, que oculta la hipocresía bajo
disfraz de prudencia, el reclamo a tiempo contra sus corporaciones
amantes de los poderosos, que conspiran contra el triunfo de los pueblos
que exterminan las tiranías.
No
hay revoluciones iguales. Éxodo es método de lucha, esta vez; el
escenario es el exterior, esta vez. Mucho historiador bueno para
memorizar, sin dudar, se apega al manual de dominación y repite que el
hondureño es “pacífico”, cuando nunca lo ha sido. ¿Qué “pacífico”
caminaría 210 días continuos desarmado, en protesta contra un golpe de
Estado como en 2009 frente a un ejército como el hondureño, asesino de
ocupación gringa?
¿Qué
“pacífico” pasaría casi cien años en guerras civiles? ¿No han visto
como esta caravana en harapos, enferma y hambrienta, sin querer, infunde
reservas en otros pueblos cuando ven al hondureño saltar al vacío y
cruzar ríos, aun siendo torturado por helicópteros mexicanos? El
connacional destaca por su inteligencia con la mínima oportunidad en el
extranjero. Esto no es drama, no necesita el pueblo, se hizo insensible
para subsistir al trato bestial del poder.
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/3087-editorial-y-portada-el-libertador-impreso-nov-2018-la-revolucion-de-caravanas?fbclid=IwAR3tt8ZgT8OJ4ashFXhrEWbFBFtYKwxJS8IGyhbweasR2PKvrQ0kGGD1plo

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