Y puesto que nuestra dependencia es mayor, quizás el efecto Trump aglutine primero a los países de América Latina alrededor de nuevas oportunidades. Como anticipaban nuestros más lucidos líderes podría de manera insospechada, impulsar una nueva integración latinoamericana. Esto, ocupará astucia y hay que estar preparados.
Rodolfo Pastor Fasquelle
(Tercera entrega)
A Jero I, que será buen profesor.
Su
hueste está feliz ¿Qué bueno que por fin están jodiendo a esos “spics”?
Las elecciones del “midterm” aun no lucen aplastantes. (No está a la
vista una avalancha demócrata.) Don D.T. se enfrenta al Senado, que no
quiere cederle licencia a un consorcio chino de comunicaciones. Al
bucloso –así decimos aquí- lo tienen sin cuidado las acusaciones de
corrupción contra un par de ministros y la fundación de su familia.
No
le importa que los liberales reprendan la inhumana separación de los
niños migrantes, para obligar a concertar una ley mas dura de migración y
aprobar el financiamiento para el muro, que no le quiso pagar México.
Si lo critica la ONU peor para ella. Mientras tanto, atribuyéndose
mejoras económicas efímeras y aprovechando el engañado aplauso por el
acuerdo de Singapur, cuando Corea del Norte ya comenzó a estorbar la
concreción de las buenas intenciones, Trump ¡acelera la recolección de
fondos de campaña para un segundo periodo! ¿Quién daba un daime por él?
¿Se queda?
El
éxito de la economía estadounidense decimonónica fue fruto del libre
comercio interno y la protección. La unión de las colonias en 1793
detonó la primera disputa, porque los Estados del Sur querían libertad
para importar manufacturas del mundo y los del Norte, protección para su
industria incipiente. Y la consolidación, por fuerza de armas, de la
Unión de los Estados en 1860 habría permitido que los EUA se
convirtieran en un gran mercado integrado y exclusivo.
Pero
cuando los EUA pasaron a ser principal protagonista de la Segunda
Revolución Industrial, antes de fines del s. XIX, ya buscaban mercados y
materia prima afuera. Aun si insistían -entrado el s. XX- en proteger
su plantel, su prosperidad dependía ya de la expansión del mercado
externo.
Sus mogules jugaban a construir ferrocarriles que antes construían los ingleses y a defender el tráfico del opio en China. El doble
estándar hipócrita del aislacionismo suponía que los EUA se podían
lucrar del comercio mundial, y de la subordinación de amplias
geografías, sin asumir responsabilidad, fuera de asegurar el pago. Para
eso estaban las cañoneras e intervenciones de los marines). Aunque no
debían participar en guerras entre potencias que rivalizaban por las
utilidades del orden imperial.
Así
hay que entender también que el neoliberalismo y el proteccionismo no
son opuestos si no –paradoja- complementos. Junto con el
intervencionismo, su complemento el aislacionismo prevaleció previo a
que W. Wilson entrara a la Primera Guerra, y F. D. Roosevelt tuvo que
vencerlo de nuevo para entrar, en 1941, a la Segunda Guerra. Después la
expansión exponencial de su economía EUA se beneficiaba tanto del libre
comercio ¡que se convirtió en su mayor paladín! Hasta los 1980s.
(Ya
en los 50s, las clases dominantes aliadas y los ejércitos nativos –a
los que EUA reclutaba, armaba, entrenaba y adoctrinaba— garantizaban la
hegemonía ante cualquier reto o contradicción, sin recurrir a las armas
estadounidenses. En los 60s se aisló a Cuba con el embargo y la CIA
organizó golpes contra todos los regímenes surgidos para acatar
exigencias populares.)
Sin
ser pitiyanqui, sin embargo, ni pensar en inglés, la integración
exitosa de las economías del Continente era lo más prometedor del nuevo
siglo para todos. Generó una nueva eficiencia de todo el sistema y
estuvo asociada a un crecimiento sin precedentes de 1941 a 1980. Aunque
quedaban pendientes el libre movimiento del capital y el de las
poblaciones que –acoplados a un proceso de transferencia de tecnología—
suponían una lenta pero continua nivelación de los salarios. No obstante
para los 1980s, un enorme déficit comercial acumulado arrinconaba a los
EUA.
D.
Trump surge en la política, ante ese dilema, aprovecha la fisura en el
establishment, iza de nuevo la causa del proteccionismo y el
desmantelamiento del mercado mundial integrado. Pero el nuevo
proteccionismo de EUA no sólo contradice la raíz original de su
prosperidad, es una contradicción directa de la tendencia global del
último siglo. Coincide en eso Trump –otra paradoja- con el rechazo de la
izquierda y el reclamo de W. Sanders contra lo que llaman
globalización. Y postula que los EUA estarán mejor produciendo lo que
ocupan, sin desplazar inversión ni aceptar migración. Esa política
reduce la competitividad del todo, anula los retos que mantienen saludable al sistema y solo podrá ganar en un sector lo que pierde en otro. Hoy, a todos nos empobrecerá.
Ni
América Latina ni Europa son responsables del déficit comercial de los
EUA ni, para el caso, China. (Lo que tendría que hacer EUA -como Estado-
es disminuir gradualmente su gasto, invirtiendo en áreas que aumentan
la productividad, la educación, la salubridad, la infraestructura útil,
para producir más y financiar compensaciones graduales de ajuste. Bajo
Trump va a gastar más, en armas improductivas y fantasías como el muro.)
La
política de proteger su mercado contra esa competencia con impuestos
está equivocada, va a fracasar y a resultar contraproducente. Ejemplo,
el encarecimiento del acero en la aduana, aumentará los precios de
muchos derivados domésticos que tampoco podrán exportarse. Retroceder en
la integración o intentar volver al pasado resultara costosísimo. Ya lo
resiente el mercado que estaba animado. Las aduanas recogerán más
impuesto pero la gente perderá su poder de compra y las economías
ligadas perderán eficiencia y mercados
Como
esos cambios gravosos en las reglas de comercio ponen en predicado
todos los sobrentendidos las relaciones económicas internacionales,
Trump provocará una novel crisis, realineará a cientos de países en su
contra e impulsará nuevas integraciones. Y puesto que nuestra
dependencia es mayor, quizás el efecto Trump aglutine primero a los
países de América Latina alrededor de nuevas oportunidades. Como
anticipaban nuestros más lucidos líderes podría de manera insospechada,
impulsar una nueva integración latinoamericana, incluso más allá de
particiones ideológicas, animando a quienes van a sustituir a EUA en sus
mercados. Pero ocupará astucia y hay que estar preparados.
Lógicamente
los socios nativos de los estadounidenses perderán influencia y
control. Eso pasó a inicios de los 80s y el proceso engendró nuevos
retos. Chávez -que fundó el MBR
200 justo entonces- y el Sandinismo surgieron como válvulas de escape
del neoliberalismo y de la política hegemónica.
Y
en vista de que la derecha local no podía con ellos, a inicios de los
80s Reagan organizó una guerra ilegal para neutralizar peligros,
comenzando por aislar y aplastar a la Revolución Sandinista, aislándola,
saboteándola, rodeándola de bases y armando al contra. Era imperativo
preservar la hegemonía fracturada. Hoy D.T. busca asustar, para
compensar las perdidas inminentes de control y de mercados. ¡Puede
terminar haciendo una pataleta equivalente!
http://www.web.ellibertador.hn/index.php/avance/2888-honduras-amenaza-y-oportunidad-de-la-crisis-que-provocara-trump
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