Es inevitable y necesario hacer una breve reflexión a las recientes elecciones internas que acabamos de celebrar. Y si nos dejáramos llevar por la propaganda oficial y el mundo periodístico tendríamos que aceptar sencillamente que “ganamos por goleada”. Así lo da a entender el partido nacional cuando justifica su tesis comparando los resultados de las elecciones del 2012 con las actuales en los tres partidos mayoritarios: “nacional, libre y liberal”.
El mundo mediático también celebra y publicita otra tesis que acompaña a la primera: el bipartidismo recupera su hegemonía debido a que el partido liberal vuelve a la segunda plaza del ranking electoral desplazando tanto a LIBRE como al PAC que irrumpieron con fuerza en la contienda pasada: “votantes le dan la espalda a LIBRE pero fortalecen al PN y al PL”. De una manera u otra se teme a los “partidos emergentes” puesto que rompen el esquema tradicional del poder político nacional y que, en verdad, hagan posible la consolidación de una nueva correlación de fuerzas. Por eso se han detenido en analizar las debilidades de la “alianza opositora” y la posibilidad de que triunfe.
Para explicar el “triunfo de unos” y el “fracaso de otros” es más sencillo hacerlo acudiendo a lo que está en la mente y en la conducta cívica del ciudadano medio. Retomando algunos datos del “Sondeo de Opinión Pública” del Eric” nos encontramos con lo siguiente. Tenemos una población “mayoritariamente joven” sin historia ni trayectoria definida. A eso se une la baja escolaridad que da como resultado una mentalidad socio-política acrítica, basada en la tradición, la herencia y la verticalidad de una sociedad jerarquizada que no incluye en su visión de país el cambio, la participación o un control de sus autoridades.
Otros datos complementarios que nos conducen a lo mismo vendrían dados por la escasa o nula formación política de la población. No tienen ni formación ni información. Es una dimensión social que está ausente de su ideario cotidiano, no es tema de conversación ni de intercambio cultural. Conclusión de ello es que al no ser parte de su interés delegan en los “profesionales de la política” la gestión del país, su dinámica y orientación.
La atmósfera de este “ciudadano-tipo” es una opinión pública y un mundo mediático que piensa, decide y toma decisiones por él; orienta su forma de vida, sus valores, preferencias; es manipulado por el mercado, el consumo y los grupos de poder. Y se repite que el “ciudadano-tipo”, la mayor parte de la población (= un 86%), no participa en ninguna organización comunitaria y escasamente en la vida política.
Pero tal vez lo más hiriente y doloroso de estas elecciones radica, más allá del fraude y las componendas que se hacen siempre desde el poder, en conseguir los votos a costa de la pobreza, la dignidad y la necesidad de una población que, en un intercambio desigual e injusto, careciendo de lo más básico es comprada y manipulada por los que administran el país.
A fin de cuentas, lo que mide la calidad, trasparencia y legitimidad de un gobernante, de los políticos y de unas elecciones no es el número de votos sino si los pobres son menos pobres, si viven con más dignidad y si la sociedad es más justa, equitativa e inclusiva.
Lo que sí es cierto es que los políticos y la política no han cambiado su manera de pensar, ganar elecciones y mantenerse en poder. Dependerá de las mayorías y sus líderes si pueden controlar a sus autoridades para que el juego político y electoral cambie las reglas del juego donde nadie juegue con ventaja y parcialidad.
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Ganamos por goleada - 17 Marzo 2
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