Para las personas que vivimos en el entorno del peaje vemos con satisfacción y como una victoria el que hasta el momento se haya logrado neutralizar una de las medidas más antipopulares que en el nombre de la modernidad tratan de imponerse a la ciudadanía. Y eso, a costa de ser estigmatizados y considerados como enemigos del “desarrollo de la infraestructura del país”, según nuestro presidente. Aún a sabiendas que el tema está sin concluir vamos a preguntarnos por o que está detrás de todo ello.
Para ello vamos a recurrir a lo que nos señalan los politólogos tratando de entender y explicar lo que está pasando. Lo primero a tener en cuenta es que la crisis del Estado que se ve por todas partes se debe a su incapacidad de controlar los mercados: los mercados se guían por el criterio de la rentabilidad lo cual conduce inevitablemente a todo tipo de catástrofes económicas y sociales. En estos momentos el Estado carece de los medios y recursos necesarios para realizar las tareas que se requerirían para una supervisión, un control y una regulación de los mercados.
El Estado se ha visto expropiado de su antiguo poder (para poder hacer cosas) del que se han apropiado fuerzas supraestatales (= globales) que operan fuera de todo control político mientras que los partidos y fuerzas políticas se limitan únicamente a las fronteras nacionales. La crisis actual es debida a que vivimos un “divorcio entre el poder y la política”. La separación entre el poder y la política es una de las razones que explica la incapacidad del Estado para tomar las decisiones necesarias y adecuadas.
La ruptura irreparable entre lo local y lo global ha producido una especie de “estatismo sin Estado”. Esto ocasiona el efecto de parálisis de contar con un sistema político representativo y democrático en el ámbito local, reducido a labores de administración rutinaria, incapaz de afrontar los problemas que el poder global (sin representatividad política y antidemocrático) impone cada vez con más fuerza.
Las decisiones se toman en otro lugar por los poderes fácticos que por su naturaleza supranacional no están obligados a observar las leyes y ordenanzas locales. No están sometidos a lo políticamente aconsejable o conveniente, ni a las necesidades sociales. Al estar el poder administrado por los mercados y los grupos financieros, por fuerzas supranacionales y globales que se sustraen a todo control democrático, entonces la política se convierte en algo controvertido, fuente de tensiones y contradictorio.
El neoliberalismo elimina la responsabilidad del Estado, le hace renunciar a sus tareas tradicionales e impulsa la privatización de las mismas. La práctica del neoliberalismo somete las funciones del Estado al cálculo económico que domina los ámbitos de la educación, de la salud, de la protección social, del empleo, de la investigación científica, los servicios públicos y la seguridad. Por lo tanto, la crisis del Estado se debe a la incapacidad para tomar decisiones económicas y la incapacidad para proporcionar los servicios sociales necesarios para la ciudadanía.
Hasta aquí algunas de las consideraciones que nos ayudan a entender la profundidad, extensión y alcance del neoliberalismo actual. Si embargo, las luchas y batallas locales que no se dejan guiar por los criterios supranacionales y globales se están convirtiendo en una semilla que hace retroceder y consigue espacios para cambiar a un concepto de la política muy al servicio de los mercados, de los grupos dominantes y de sus marionetas que siguen al pie de la letra sus consignas y estrategias.
No podemos, pues, menos que terminar repitiendo la consigna del movimiento popular: ¡Baje los vidrios, acérquese a la tranca, espere diez segundos y continúe su viaje sin pagar!.
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Las raíces del peaje - 14 Octubre 2
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