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El
analista político estadounidense Noam Chomsky opina que la guerra
contra las drogas en EE.UU. es “un fraude total” y fue utilizada
principalmente para criminalizar a las minorías raciales.
Hay
cosas que “la clase dirigente blanca liberal no quiere que formen parte
de la historia”, afirmó Chomsky en una conferencia con estudiantes
sobre los logros del movimiento estadounidense por los derechos civiles.
Uno de esos aspectos se refiere a la criminalización de la vida de las
personas pertenecientes a la raza negra.
“El
movimiento de los negros llegó a su límite en cuanto se convirtió en un
asunto de clase”, indicó el analista y explicó que la clase media de
minorías raciales representaba cierta amenaza para la hegemonía blanca.
Por lo tanto, a finales de los años setenta las autoridades empezaron a
‘reaccionar’ con la “reinstitución de la criminalización de la población
negra”.
Chomsky
subraya que “el instrumento que se utilizó para recriminalizar a la
población negra fueron las drogas”. “La guerra contra las drogas es un
fraude, un fraude total. No tiene nada que ver con las drogas. […] En lo
que ha sido exitosa la guerra contra las drogas es en criminalizar a
los pobres. Y los pobres en EE.UU. resultan ser en su mayoría negros y
latinos”, indica el analista estadounidense.
Chomsky incluso llegó a calificar la guerra contra las drogas como “una
guerra de razas”. “Es una guerra de razas. Casi en su totalidad; desde
el principio, las órdenes dadas a la Policía de cómo lidiar con
las drogas fueron: ‘No hace falta ir a los suburbios y detener al
corredor de bolsa blanco que esnifa cocaína por la tarde, sino que hay
que ir a los guetos, y si un chico tiene un porro en su bolsillo,
meterlo en prisión’.
Así que todo empieza con la acción policial, no de la propia Policía, sino de las órdenes que se les dan”, subraya el experto.
“La
población negra ahora está en condiciones de empobrecimiento y
privaciones extremadamente graves, por lo que si nos fijamos en los
últimos 400 años de la historia de EE.UU., hay solo 20 o 30 años de
relativa libertad para representantes de esa raza. Y eso es una cicatriz
real en la sociedad”, asegura Chomsky.
El analista concluyó que aunque no se puede negar “el gran logro del movimiento por los derechos civiles” del país, no hay que pasar por alto el hecho de que “puso en marcha fuerzas que podrían tratar de revertir cambios conseguidos con el fin de defender los privilegios de clase”.
El analista concluyó que aunque no se puede negar “el gran logro del movimiento por los derechos civiles” del país, no hay que pasar por alto el hecho de que “puso en marcha fuerzas que podrían tratar de revertir cambios conseguidos con el fin de defender los privilegios de clase”.
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¿Por qué no cae ningún capo gringo del narcotráfico?
Por: Redacción CRITERIOredaccion@criterio.hn
Lo
llamaron “Plan Colombia” y se inscribía en la estela de la “guerra
contra las drogas” declarada por el mentiroso presidente Nixon hace 40
años. Lo suscribieron su sucesor Bill Clinton y uno de los peores
presidentes que haya sufrido Colombia, Andrés Pastrana.
La
pasada semana se celebró en Washington el 15 aniversario del “Plan”.
Con reunión masiva en el ala este de la Casa Blanca y una superfiesta en
la embajada colombiana, que inauguraba local. Allí se anunció una
secuela que se llamará “Paz Colombia”, si el Senado le aprueba a Obama
unos cientos de miles de dólares que añadir a los teóricos 10.000
millones ya gastados.
En
principio, el objetivo central del Plan era combatir el narcotráfico,
acabar con la producción y consumo de drogas, especialmente de la
cocaína. Pero pronto, en la estela de una guerra fría que seguía vigente
en América Latina, se orientó fundamentalmente a la lucha contra la
subversión, representada especialmente por las FARC, que entonces
contaban con 25.000 miembros y podían poner en jaque al Estado en
numerosas zonas del territorio colombiano.
Helicópteros,
pertrechos, asesores, para acabar con la “guerrilla comunista”, fueron
el centro del convenio. Más adelante, a través de operaciones
encubiertas con la CIA y la NSA (Agencia Nacional de Seguridad)
tristemente célebre por las revelaciones del perseguido Edward Snowden
sobre sus actividades de interceptación y espionaje ilegal en todo el
mundo, se vendió al Gobierno de Uribe tecnología sofisticada,
especialmente las denominadas “bombas inteligentes” que contribuyeron a
abatir jefes guerrilleros como el mando militar Jojoy, Alfonso Cano o
Raúl Reyes, este último en territorio ecuatoriano mediante el apoyo
logístico de la base militar estadounidense de Manta, hoy clausurada por
el presidente Correa.
A
pesar de los duros golpes infligidos a la guerrilla, “daños
colaterales” incluidos, el Plan Colombia no consiguió terminar con las
FARC, que han seguido ocupando territorio con más de 10.000 efectivos y
manteniendo en jaque a las fuerzas militares. Por eso el actual
presidente, Juan Manuel Santos, aun cuando fue ministro de Defensa con
el guerrerista Uribe, decidió nada más iniciar su mandato entablar unas
conversaciones de paz que se han desarrollado en los últimos años en La
Habana, que ya han conseguido la tregua en las acciones de la guerrilla y
permitirán alcanzar la paz negociada en los próximos meses. Lo que no
consiguieron el Plan Colombia ni el Ejército en medio siglo, lo han
logrado civiles y jefes guerrilleros sentados en una mesa desarmada en
la capital cubana.
Junto
al énfasis guerrero, la vertiente “antidrogas” del Plan Colombia ha
desplegado su acción en los últimos 15 años, principalmente centrada en
la fumigación aérea de los cultivos. Así como en el aspecto militar del
acuerdo el dinero “donado” debía emplearse en la compra de todo lo
empleado – “incluidas las botas de los soldados”, según me informaba un
alto cargo del Gobierno Uribe–, en este caso, las beneficiarias de la
fumigación eran, además de los aviones alquilados, las multinacionales
químicas Monsanto y Dow Chemical, que se deshacían en Colombia a precio
de oro de venenos cuya aspersión ya está prohibida en el mundo
civilizado por la presión ecologista e incluso de los organismos de
Naciones Unidas.
Cuatro
millones de hectáreas han sido fumigadas en territorio colombiano
durante el Plan Colombia, obligando al traslado de cultivos sin
eliminarlos, antes bien aumentando el área sembrada de coca y, según el
gran periodista Antonio Caballero (antiguo columnista de Público),
“arrojando a los campesinos cocaleros en brazos de las guerrillas que
los defienden y a las que pagan protección”.
Junto
al Plan, los agentes de la poderosa agencia antinarcóticos de Estados
Unidos (DEA) han operado en Colombia a sus anchas como una dependencia
clave de la Embajada en Bogotá. Con sus investigaciones han logrado
centenares de detenciones seguidas de extradición, para que cuenten lo
que saben y enriquezcan el patrimonio informativo y la capacidad de
presión de la agencia a todos los niveles, incluyendo centros de poder
económico y político.
Más
de mil extraditados desde Colombia. Célebres narcos como Pablo Escobar
abatidos o grandes narcos, como los jefes del cártel de Cali, conducidos
a cárceles estadounidenses. En estos días, el Chapo Guzmán, tras su
enésima fuga, trincado en medio de la horterada que persigue a este tipo
de personajes y reclamado de inmediato por la potencia del Norte…
Pero la pregunta que servía de titular a este comentario sigue en el aire.
Las
toneladas de cocaína y heroína llegan puntualmente a Estados Unidos
desde Colombia, México, Panamá o Perú para su distribución en su inmenso
territorio mediante redes bien organizadas, hasta llegar, con pureza
variable, al ejecutivo de Wall Street o al negro lumpen del Bronx…¿Quién
las recibe? ¿Qué fantasmas invisibles se hacen cargo de las avionetas,
los submarinos o las mulas viajeras que arriban a los aeropuertos con su
carga de coca?
¿Por
qué se habla de “chapos”, “escobares”, “orejuelas”, y jamás de un capo
estadounidense? ¿Por qué nadie investiga cómo se manejan las inmensas
cantidades de dólares que sin duda manejan los bancos lavadores del
destino final de la droga, infinitamente superior en valor al de la
compra de la hoja al perseguido campesino cocalero?
Hace
tiempo, García Márquez le preguntó reservadamente a Clinton sobre todo
esto. Más o menos le contestó que la respuesta era un grave problema de
Estado y que se sabría, al modo de los misterios de Fátima, dentro de
varias décadas.
Mientras
tanto, los mayores consumidores y agentes del negocio de la droga son
de la misma potencia que aparece como perseguidora implacable del
narcotráfico.
Como
decía el paisano citado por Carlos Fuentes refiriéndose a los gringos:
“Ellos ponen sus narices, nosotros los muertitos”.(Ceo Verde)
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