domingo, 26 de julio de 2015

HONDURAS: ¿NUEVOS DESARROLLOS POLITICOS EN LA CRISIS?

Gustavo Zelaya.                                         
En Honduras hay una serie de circunstancias tan comunes que al parecer no ha producido ninguna preocupación a los gobernantes pasados y actuales. Se ha vuelto pura rutina la presencia de la miseria, la violencia contra mujeres, el desempleo, la violación a los derechos humanos, la agresión a la soberanía nacional, la inseguridad, la corrupción y la impunidad. Además de la exclusión y la desigualdad, somos víctimas de un sistema judicial y de seguridad que no protege a la ciudadanía y niega el acceso a la justicia Todo ello se profundiza cuando los  grupos del poder político dan la impresión de estar ligados con el crimen organizado y logran acrecentar riquezas y poderío, hasta el grado de hacer mucho más real la creencia de que el Estado está a su servicio.
El control de las instituciones estatales es un proceso que puede conocerse desde las primeras décadas del siglo XIX y se vuelve más notorio desde 1981 al culminar la presencia visible del poder militar como poder político. Desde entonces se han generado ciertos cambios económicos que hicieron  del país algo más abierto a la inversión extranjera, un importante crecimiento urbano, alguna participación ciudadana en limitados asuntos públicos y nuevas formas culturales que hicieron posible más información en manos del pueblo. La torpeza de los grupos que detentan el poder político provocó que los problemas sociales no resueltos se mostraran con demencial brutalidad y su impacto ha dado paso a más violencia y aumento de la criminalidad. Sobre todo, cuando deciden romper su pacto social el 28 de junio de 2009.


Todo aquel letargo de la ilusa transición democrática inaugurada con el gobierno de Roberto Suazo Córdova se transformó en cruenta tragedia que, a pesar de Haití, en ningún país de Nuestra América la ostentación, el asalto al tesoro nacional, la extraordinaria riqueza y la miseria más degradante, son tan ofensivas hasta atentar contra la existencia de miles de personas. Hasta el 2012 la pobreza afecta al 67% de la población, son casi cinco millones de hombres y mujeres en tal situación, estos son datos oficiales proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística. Significa que la cifra puede ser mucho mayor. Otro dato que muestra lo insultante de la desigualdad social es que en el país existan alrededor de 200 millonarios que concentran el 76% de la riqueza nacional. Y todo ello ha sido posible a la sombra del Estado producido por la supuesta democracia. La simpleza de esos datos no le dice nada a los que detentan y defienden el llamado Estado de Derecho, a esos que se escandalizan porque el edificio de la Corte Suprema de Justicia fue ultrajado por lo que llaman turba. Algo similar ocurre cuando los diputados oficialistas defienden artículos pétreos o autoridades universitarias convierten “La Tabla” de los requisitos de matrícula en un objeto inamovible, perfecto, no negociable, como nuevo dogma. Todos esos elementos, las instituciones, el sistema jurídico, la ley fundamental, “La Tabla”, son categorías sociales, no absolutas, por tanto, modificables. Hasta las de Moisés sufrieron fractura.


La brutalidad del golpe de Estado y sus secuelas, incluyendo la actual ola de indignación ciudadana contra la corrupción y los intentos reeleccionistas de Juan Hernández, muestran que la inconsistencia del Estado no es un fenómeno fugaz y repentino. Más bien son la expresión del tipo de Estado edificado por los grupos de poder, como algo dispuesto para el saqueo y sin relación alguna con la política verdadera, con la política seria, con aquella que se propone mejorar las condiciones de vida de la mayoría y que regula de forma justa las relaciones de la ciudadanía.

Puede decirse que la práctica de los gobernantes ha consistido en hacer más frágil la democracia, eso ha sido su trabajo fundamental. 

El proceso de edificar la forma en que entienden la democracia republicana alcanzó su manifestación más completa con el golpe de Estado de 2009.  Es cuando se descubre que la falsedad es uno de sus instrumentos preferidos y que no les importa maquillar rupturas con tal de mantener el poder ni reprimir con dureza a quienes se opongan al orden establecido. Algunos podrán creer que  han existido  intentos de modernizar el Estado, prueba de  ello son las proclamas de los gobernante y la legislación existente sobre asuntos de transparencia, participación, rendición de cuentas y toda una técnica para regular la actividad de los funcionarios. Sin embargo, esa aparente apertura no ha tenido su correlato con la realidad efectiva. 

En los hechos se inmovilizó la respuesta popular y en el ámbito estatal se legisló para ocultar  información, se profundizó la corrupción hasta abarcar distintos niveles del sistema de gobierno. Esa corrupción y la impunidad se han convertido en eficientes instituciones que atraviesan todo el Estado, aparecen en asuntos sencillos como tramitar documentos personales, redactar oficios en las dependencias hasta algo gigantesco como el manejo de licitaciones, la elaboración de protocolos notariales en bufetes seleccionados, la obtención de contratos millonarios hasta el macabro asalto del Seguro Social. Y nada de eso queda al azar.


La corrupción es una práctica habitual y muy funcional, es parte de la cultura del funcionario; y llega a tales extremos que los conflictos que afloran con agentes privados se superan con el soborno, la extorsión, decretos de emergencia para compra de medicinas y de cualquier insumo. Y si algo se sabe  a nivel público, el problema se resuelve con el asesinato y la propaganda en gran escala para ocultar la pudrición. Ahora, con la presencia de nuevos actores, no sólo extraídos de los grupos políticos tradicionales, el asunto se ha vuelto más dinámico y violento. Los nuevos participantes del saqueo vienen del crimen organizado que penetra todo el sistema político, incluyendo gobierno, partidos tradicionales y empresa privada; se deja ver su marca en el sistema jurídico y de  seguridad. Tal Corrupción y la impunidad no surgieron como algo aislado  y autónomo respecto a los grupos políticos y económicos dominantes. 

Muchos de los políticos en el poder dicen claramente que representan a su partido y no a los votantes, que al estar en el poder se debe gobernar con los miembros de su partido. Esto les garantiza el control de las instituciones y del presupuesto nacional; es lo que permite que las agencias contraloras realicen su labor según las conveniencias del grupo político en el poder; por ello se interesan en que sus cuadros políticos más confiables estén  al frente del Tribunal de Cuentas, en el poder legislativo, la Corte Suprema, el sistema electoral y en todo el ejecutivo, incluyendo las instituciones descentralizadas. Esto que digo no es ninguna novedad, es la práctica corriente de los que  han gobernado.


La manifestación actual de la crisis parece llevarnos a niveles de mayor carestía, aumento del desempleo, inestabilidad social, más criminalidad y un incremento de la violencia institucional, hasta el grado  de profundizar su condición de Estado degradado. Pero todos esos momentos también expresan que eso que llamamos crisis nacional todavía no ha tocado fondo y que tal vez aparezcan fases más peligrosas como un efectivo control de la libertad de expresión, de organizar grupos de choque y nuevas entidades policiales para frenar el movimiento social de la ciudadanía indignada. 
La situación también se presta para que las fuerzas democráticas y toda la oposición política se den cuenta que las dificultades nacionales pueden ser enfrentadas; tener bien claro que la instalación de una CICIH, aunque parezca importante, es algo muy limitado, de corto alcance. Que con esa comisión empieza la exigencia popular pero que se requieren propuestas de gobierno que hagan posible superar el desorden provocado por los que han gobernado; que sí es posible ordenar finanzas, salir del descalabro, edificar un sistema social más justo, solidario, equitativo, respetuoso de los derechos humanos y de la naturaleza, al que se puede llegar en un proceso que considere los nuevos liderazgos y la participación de todos los sectores.


No se trata de pensar en el orden de la tradición burocrática, vertical, excluyente; sino de ir edificando una organización social que ponga en el centro del desarrollo a las personas humanas, diversas, con sus exigencias, con sus necesidades materiales y espirituales, que proteja el agua, el bosque, la cultura y la vida. Todo eso es del todo inconcebible en las condiciones actuales del neoliberalismo, de la dependencia y a la sombra de la política tradicional que nunca ha estado fundamentada en principios éticos. Es probable que a la luz de las antorchas de la indignación encontremos esas mentes frescas, esas caras nuevas para la política seria; ese estilo diferente de coordinar que no se pone a la cabeza de la movilización sino que se diluye entre todos y que conoce de forma diferente las peticiones sociales. 

Tal vez haga falta más madurez y compartir experiencias sin tropezar tanto en la práctica caudillista. Cualquier avance que se logre con estas nuevas formas de movilización social será importante; cualquier desarrollo en la conciencia tendrá que ser visto como un logro en la actividad social; en especial, aprender de todos con todos, en esta Honduras con ritmos de desarrollo tal vez lentos, no los esperados ni bien comprendidos.


Se trata, entonces, de instalar la política seria, la que privilegie la reproducción material  
de la vida humana, con medidas  referentes a empleos dignos, al alimento, al agua, la vivienda, servicios de salud y educación gratuitos; que preserve la naturaleza; que considere la solución efectiva de otras exigencias sociales muy complejas como la deuda mala, la distribución de la tierra, los problemas de la soberanía, la violencia contra las mujeres y todas las formas de discriminación y exclusión social. 
Lo contrario a esto es otra forma de discurso político vacío y otra simulación que se agregaría a las injusticias de siempre.

25 de julio de 2015.
        

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